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miércoles, 17 de febrero de 2010

"Un día roto en el más humano de los países”

Por May Yudit Serrano. (profesora universitaria)

Apenas tengo tiempo. Me reubico constantemente en la corriente de los días. El de hoy no parece ser uno de los buenos para mí. El niño no se queda con la abuela y debo llevarlo conmigo al trabajo, bien entrada la mañana, el sol sobre las cejas apenas me deja distinguir a las personas, compañeros, amigos que saludan. Pareciera que no, pero siempre puede aplicarse el sarcasmo de la ley aquella que reza “todo lo que va mal, puede ir peor”. Sucede que sí.

Un carro blanco, moderno, desconocido para mí, se ha detenido muy cerca, en el mismo centro de la ciudad, con un contenido que asusta: perros de todas clases, tal vez diez perros. Altos, pequeños, compartiendo una expresión de perplejidad casi humana. Y un hombre extraño, sin expresión, moviéndose con un no sé qué de funcionario infernal. Un “hombre” tomando un perro como se toma un saco de basura, obligándolo, empujándolo delante de todos, mi niño incluido, restregando ese perro que para él es un paquete, contra la puerta mínima. Una puerta con un mecanismo diabólico, pues una vez dentro al perro le es imposible salir. Todos quedamos como borrachos de malestar, preguntándonos ¿Adónde llevarán a esos perros?

Alguien nos devuelve el aliento. Dice que hay un centro en Santiago donde los atienden, algo pagado por una organización internacional. Dudo si creer que semejante bondad puede derivarse de estos actos. ¿Tú crees? Sí, me aseguran. Y yo quiero llegar tranquila, y trabajar un poco, el poco que pueda trabajar con mi pequeñín alrededor, que no tiene círculo. Necesito estar tranquila conmigo misma y me creo lo del Centro para perros en Santiago. Tengo que creer que no los van a “sacrificar”, que no alimentarán a los leones del Zoológico con ellos (como aseguran algunos transeúntes).

Me repito que este es el país más humano del mundo, aunque suene chauvinista, que no cerramos los ojos ante el desamparo de los animales domésticos -sin domo- vueltos callejeros porque a algunos se les “escaparon”, o su mascota parió más de la cuenta y no los pudieron regalar, o simplemente por ser hijos de otros perros “de la calle”. Me repito que hay muchos que saben, como lo sé yo, que la diferencia entre estos perros anónimos y los malcriadillos de la casa está simplemente en nuestro amor, en nuestro apego a los cercanos y en la indiferencia hacia los otros.

Transcurre la sesión. Al anochecer me espera en casa mi segundo bebé. Mi perro pequeño, delicado, torpe gracias a una catarata que no he podido operarle porque no sé dónde ni cómo. Un pequeño perro que no es como los demás porque, tal como cuenta la zorra de “El Principito”, las cosas son únicas cuando nos domestican, o cuando las domesticamos.

Viene otro día, y otro. Me entero que mi salud no anda muy bien y voy a consultar un médico. En menos de media hora me atienden y me recetan no uno, sino seis medicamentos diferentes, que compro inmediatamente en la farmacia. No obstante a la enfermedad repentina, psicológicamente estoy bien, las cosas fluyen. Regreso al trabajo casi contenta, bromeando sobre las inyecciones que me pondré en los próximos siete días. Alguien menciona la alternativa “afrocubana”, menos invasiva que la científica...

Par de gestiones y otra vez me encuentro con el amigo que el otro día me regaló un poco de paz, hablándome del centro para perros de Santiago: ¿Quieres sentirte mal de verdad… tan mal como yo? me dice hoy. La pregunta es cruel, pero me es imposible callar, no puedo escapar a mí misma: Cuéntame (creo que respondo). Con una sonrisa de amargura me relata: Los perros que vimos sí los llevaban para matarlos… Los tiraron cerca de mi casa… algunos borrachos fueron a buscar algunos para comer… Yo dejo caer mi jovialidad sobre la mesa, casi no puedo creerlo… roto mi día, ahora sí está roto mi día. Cómo sonreír después de esto. Cómo llegar a casa, y encender el televisor, y mostrarle a mi hijo, historias de todo tipo cuyos protagonistas son perros, aman los perros, respetan la naturaleza, sacrifican su tiempo por un mundo mejor para ellos y nosotros…

Ingenua, demasiado ingenua, creí lo del centro de Santiago, creí lo de la Organización extranjera, creí que aquellos perros –que ni siquiera estaban enfermos- tendrían una segunda oportunidad. Creí que había un grupo de humanos como yo en esta ciudad, y en este país, para los que el amor a los animales es más que un episodio intelectual, o un material didáctico para entretener a sus hijos en crecimiento. Roto mi día… y maltrecha de paso, mi fe en la humanidad.

Foto: Mascota Cuquita, de Arnoldo Fernández Verdecia.

7 comentarios:

  1. ¿ No hay cosas mas importantes en nuestro país, de que hablar?
    Compañeros/as, dejar de comer bola y decir las cosas que les interesa al mundo y en particular los que vivimos fuera de nuestra querida Patria.-
    El escribir por escribir, contando banalidades, descalifica al que lo realiza y al que lo publica.-

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  2. Eddy Gil: los cubanos de a pie somos perros por 54 años...

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  3. Bárbara Suárez Ávalos: ¿Y quién dijo que es banal escribir o hablar sobre la protección a los animales?

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  4. Eddy Gil: solo escribir "un dia roto en el mas humano de los paises: muestra la falta de honestidad, experiencia del escritor....en fin un "nuevo cubano" de doble moral...

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  5. Noel Pantoja Guillen: Ese escritor al que Usted critica, señor gil, es más culto y preparado que Usted. Los cuatro errores ortográficos que cometió en sólo 26 palabras, desdicen mucho de su cultura. Antes de criticar a un escritor como Arnoldo, critíquese Usted primero...

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  6. Angel Del Toro Fonseca Fíjese, no en los errores gramaticales, sino en la grandeza de pensamiento

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  7. Noel Pantoja Guillen: Ángel, los errores ortográficos a que hice referencia en mi comentario, no son de Arnoldo, sino del gil ese, que se pone a criticar a los demás sin mirarse él primero. Son personas envidiosas, que quieren opacar los méritos de profesionales capaces e inteligentes como Arnoldo Fernández.

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