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miércoles, 13 de octubre de 2010

De cómo un café francés llegó a ser cubano

Eduard Encina Ramírez y Jorge Labañino Legrá transplantaron el Café Bonaparte a Baire, y desde allí, imanta a mucha gente que acude a él buscando el sésamo del arte.
Por Arnoldo Fernández Verdecia.

En la década de 1990 un grupo de jóvenes universitarios se unió en torno a un café, parecía animarlos el espíritu francés de alimentar sueños artísticos diversos, unos querían ser poetas, otros trovadores, novelistas, pintores, en fin, muchas quimeras. Una imagen los acompañó en el comienzo y fue la del poema “El ahorcado del Café Bonaparte", de Fajad Jamís.

El nombre llegó de la boca de un demiurgo de rancio apellido español, Ramos, bautizado con una identidad germana, Rogelio. Dicen, algunos amigos, que muy famoso por su lanza de caballero andante empeñado en cambiar el mundo en aquellos duros (1990-1995).

Al café llegaron mucha gente de diversas ideologías, orientaciones sexuales, bohemios, pero todos empeñados en hacer un arte parecido a su tiempo. En cada uno latía un espíritu de rebeldía ante la mediocridad. Fue unánime el reclamo de enfrentar la pseudocultura que ya reinaba en esos años.

No los unía un manifiesto, ni tenían estatutos, ni bases programáticas, sencillamente eran espíritus afines que intentaron explicar el mundo desde el arte, esto último, muy significativo, pues ocurría en una universidad pedagógica del oriente de Cuba: la Frank País García.

Los cuadros nocturnos de aquellos muchachos y muchachas, delgados, por la magra ración de alimentos en los comedores de becas, trovando canciones de Silvio y Pablo a la sombra de largos apagones, leyendo poemas de Neruda y Roque Dalton, eran fantásticos. Parecía imposible imaginar tales escenas, cuando muchos escapaban a otros países, u optaban por el proxenetismo o la prostitución.

De esas obras idílicas, en tiempos de crisis, salieron gente como Eduardo Sosa, Julio César Rodríguez (El Habanero), Eduard Encina, Bárbara Grave de Peralta y Francisco, entre muchos que ahora no recuerdo sus nombres y ni siquiera sé donde están.

Aquel café universitario se esparció por Cuba y el mundo, y en la mente de algunos, se mantuvo como una conquista imborrable, entre ellos sobresalen dos nombres: Jorge Labañino Legrá y Eduard Encina Ramírez, que lo transplantaron a Baire, y desde allí, imantó e imanta todavía a mucha gente que acude a él buscando el sésamo del arte.

El Café injertado en Baire cumple este octubre once años, y es considerado, por algunos escritores de Cuba, como de referencia nacional, dado el espíritu creativo que late en sus miembros. De esos empeños afrancesados en un inicio, con bautizos germanos en sus raíces, hoy florece un árbol auténticamente cubano. (Leer y escuchar poema)

Poema en audio: El ahorcado del café Bonaparte de Fayad Jamís por Fayad Jamís

El ahorcado del café Bonaparte

A Pablo Armando Fernández

Para no conocer los abismos del humo
para no tragarse los periódicos de la tarde
para no usar unos espejuelos cubiertos de sangre o telaraña
El que estaba sentado en un rincón lejos de los espejos
tomándose una taza de café no oyendo el tocadiscos
sino el ruido de la pobre llovizna
El que estaba sentado en un rincón lejos de los relámpagos
lejos de los leones morados de todas las guerras
hizo un cordón con una hoja de papel
en que estaban escritos el nombre del Papa el nombre del Presidente
y otros dos mil Nombres Ilustres
y a la vista de todos los presentes
se colgó del sombrerero que brillaba sobre su cabeza
El patrón del café salió bajo su capa negra en busca de un policía
Armstrong cantaba sin cesar la luna había aparecido
como una gata furiosa en un tejado
Tres borrachos daban puñetazos en el mostrador
y el ahorcado después de mecerse dulcemente durante un cuarto de hora
con su voz lejana
comenzó a pronunciar un hermoso discurso:
"Maintenant je suis pendu dans le Bona
La lluvia es el cuarzo de mi miseria
Los políticos roen mi bastón
Si no me hubiera ahorcado moriría
de esa extraña enfermedad
que sufren los que no comen
En mis bolsillos traigo cartas estrujadas
que me escribí yo mismo
para engañar mi soledad
Mi garganta estaba llena de silencio
ahora está llena de muerte"

"Estoy enamorado de la mujer que guarda las llaves de la noche
Ella se ha mirado en mis ojos sin saber quién he sido
Ahora lo sabrá leyendo mi historia de hollín en los periódicos
Sabrá que me llamaba Louis Krizek
ciudadano del corazón de los hombres libres
heredero de la ceniza del amanecer
He vivido como un fantasma
entre fantasmas que viven como hombre
He vivido sin odio y sin mentira
en un mundo de jueces y de sombras
La tierra en que nací no era mía
y tampoco el aire en que reposo
Tan sólo he poseído la libertad
es decir el derecho a sufrir a errar
a ser este cuerpo frío
colgado como un fruto
entre los que cantan y ríen
entre una playa de cerveza
y un templo edificado para adorar el miedo
La mujer que guarda las llaves de la noche
sabrá que me llamaba Krizek
y que cojeaba un poco y que la amaba
Sabrá que ahora no estoy solo que conmigo
va a desaparecer un viejo mundo
definitivamente borrado por el alba
Así como la niebla a veces aplasta
las flores del cerezo
la muerte ha aplastado
mi voz"

Cuando el patrón volvió con un policía de lata y azufre
el ahorcado del café Bonaparte
ya no era más que el humo tembloroso de un cigarro
bajo el sombrerero
sobre una taza con restos de café

FAYAD JAMÍS

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