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jueves, 16 de diciembre de 2010

PERIFERIAS: escritores y escrituras en la Puerta de Papel

Por Eduard Encina Ramírez.(Poeta y narrador)

Recuerdo bien aquel día, en que Reynaldo García Blanco, mochila al hombro, desembarcó en Contramaestre y puso en mis manos un cubo de libros (aún no recuerdo si se los devolví) para que yo atinara el agua profunda de las palabras. Lo que al escribir significaba una pasión, poco a poco derivó en juicio, en la conciencia de moldear un cuerpo, una arquitectura. Así, sin proponérmelo, mis textos se convertirían en el primer libro de poesía de Ediciones Santiago, un proyecto editorial surgido con el corazón en la boca para aquellos autores que, por distintas circunstancias, estaban limitados de la posibilidad de publicar sus obras.

A partir de entonces (con el corazón en la boca) veía a la gente leer mis poemas y apuntar hacia mí con la ternura de quien se apunta a sí mismo. Eso me hizo pensar en la escritura, en lo que esa gente iba a buscar en mis versos. Con esta pertenencia, en varios espacios lo dije: la RISO traía el corazón demasiado afuera, y había que buscarle un lugarcito en el pecho, donde se pudiera pensar mejor cómo íbamos a presentarle un Autor a un Público en constante formación y reconformación.

Lo leí en varias revistas, después en una plaquets: “las ediciones territoriales, han llenado un gran vacío… pero…”. Desde entonces, cada quien a su manera y a su sensibilidad ha tratado de sustentar una política editorial competitiva dentro del espectro literario, unos todavía con el corazón en la boca, otros con el corazón en el pecho.

Hace poco, en la Revista Dédalo, un oportunista artículo que bien pudo convertirse en oportuno, manipulaba reflexiones de varios jóvenes escritores sobre el tema. En mi caso, según algunos, mis palabras tenían el aliento del suicida, para otros era una actitud de hijo mal agradecido, como si el respeto a los padres implicara alabarles su mal camino y para los menos, no había hecho más que expresarme desde la participación y la experiencia.

Lo cierto es que estas ediciones han dinamizado en gran manera la producción literaria, democratizando un proceso necesario para la conservación del patrimonio local y nacional, así como en la estimulación de la vida cultural, elemento este en muchas ocasiones inadvertido por el grado de centralización de los medios en la capital del país y en su concebida derivación a las capitales de provincias donde la cobertura editorial y la promoción de los escritores ocurre como un hecho cotidiano.

Escribir desde un lugar llamado Songo, Baire, Mícara o La Anacahuita por ejemplo, no determina la eficacia de una literatura, pero si agrega visibilidad a otras cataduras marginales, periféricas, expresadas desde intereses y tonalidades concretas. Aunque no creo que la escritura se produzca a partir una entidad geográfica o una circunstancia natural, pues escribir “desde” no necesariamente implica escribir “de” o escribir “como”; sería iluso ignorar los estrechos perfiles estéticos y modismos que imponen los cenáculos desde revistas, editoriales y buena parte de los espacios de promoción que no siempre privilegian la diversidad o potencian debates y perspectivas capaces de enriquecer la producción literaria.

A veces he pensado en la obra de jóvenes que escriben o han escrito desde sitios profundos: Obdulio Fenelo, Carlos Esquivel, Luis Felipe Rojas, Frank Castell, Delis Gamboa, Alejandro Ponce, Emerio Medina, Yunier Riquenes y muchos otros donde emerge el mundo subterráneo de los microespacios o “los no lugares”, frente a la intoxicación que legitiman los medios donde drogas, gays, freekes, jineteras, suicidas, ciber y otros ambientes citadinos, son atemperados con un discurso hacia la ruralidad, la historia, la pobreza, el desamparo o la sobrevida, que hace más polifónico el discurso literario hoy.

En el caso santiguero publicar desde las márgenes antes de las RISO era una rareza: David González Gross, Orlando Concepción, Luis Guía Barriel o Teresita LLorens, eran nombres que implicaban una condición, un salto hacia un status que no solo distinguía a los autores, al mismo tiempo activaba la remota posibilidad de que un día tal vez… alguien más…, tal vez.
Al aparecer las Ediciones Santiago, se asistía a la visibilidad de varios autores hasta entonces ignotos y de obras que el tiempo se encargará de ponderar o prescindir. Al igual que casi todo el sistema en el país, emergió una sobresaturación de textos en condiciones de poner en peligro un proyecto todavía embrionario que no siempre valorizó el cumplimiento de un objeto social con una responsabilidad cultural. Esto contribuyó a que afloraran publicaciones con baja factura literaria o sin atractivos visuales o con una edición descuidada y triste; sin embargo, al calor de la experiencia encontramos también libros necesarios que han logrado aglutinar, diversificar los espacios de opinión y debate más allá de la cabecera provincial, textos bien cuidados, vitales, que sin el nuevo sello editorial hubiese sido prácticamente imposible publicarlos en el momento acertado. Con certeza Rogelio Ramos, Argenis Osorio, Eloy Díaz, Juan Emilio Batista, Enoel Rey, Arnoldo Fernández, Jorge L. Legrá, Osmel Valdez y muchos otros han reordenado los puntos cardinales con que se regía por estos lares la literatura.

Así muchas aristas se potenciaron desde entonces: el funcionamiento de los Consejos Editoriales Municipales y alrededor de ellos toda una comunidad literaria, núcleos, resucitados después de la depresión de los talleres literarios, ahora desde una forma más alternativa, con sus matices particulares o gremiales, pero motivados con la posibilidad de tener acceso real a la socialización de su pensamiento a través de las publicaciones. De ahí que se engendraría un problema institucional para acercar esta producción al lector, pues lo que no se promueve no se consume.

Es innegable la conquista de espacios como El sábado del libro, Prosa Nostra, el Boletín Ideas, las Fiestas del libro, peñas subvencionadas en Songo La Maya, Palma Soriano, Contramaestre donde participa buena parte de los autores publicados por Ediciones Santiago; también es cierto que la estrategia de promoción todavía no ha sido lo suficientemente sistémica y eficaz para proponer y jerarquizar dentro y fuera del territorio lo más representativo del sello editorial, no se ha creado una especie de biblioteca virtual para que los internautas puedan acceder a estas literaturas, ni se encargan reseñas, artículos, ensayos, etc., sobre propuestas sintomáticas, portadoras de elementos representativos de un campo o zona de conquista estética de interés en el panorama santiaguero, para publicarlos en revistas, libros y en la Web.

Quizás parezca demasiado cómodo acercarse desde las palabras a diez años de trabajo editorial, ahora que la memoria y el tino podrían fallarme al describir el rostro de los contramaestrenses que aquella mañana en el parque Jesús Rabí escuchaban las palabras de un bardo venido desde Venegas para presentarles mi primer libro, mi primer amor, aunque después el docto Sergio Fernández me acusara de haber “cargado” con toda la familia cuando vio agotada la edición. Desde entonces esa escena se repite con otros autores, no como un ritual exterior o vacío, sino con la avidez del descubrimiento, en un contexto en que según el poeta René Emónides “La isla pasa rápido” y se hace necesario participar desde cualquier parte para que sean menos azarosos los sueños de la literatura.

Cada obra siempre será perfectible, sobre todo si nos enfocamos en cómo contribuir a que se enriquezca. Mucho tendrá que decirse de la incidencia de este sello editorial en la recuperación de la memoria histórica de cada terruño santiaguero y sobre todo en su función de catalizador y oxigenador de la vida cultural más allá de la ciudad, donde escribir no solo es posible, sino real.

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