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sábado, 24 de diciembre de 2011

ORACIÓN DEL QUE TRAICIONAN. La medida del Hombre

“La estrella que cuidaban nuestros padres es ahora/ una viruta de hielo clavada en el tabernáculo”. Más adelante continúa: “qué es el poeta sino el ahorcado/que se consagra al hedor propio/ que es el hedor de su clan”.

Por Eduard Encina. (Escritor y Presidente de la Asociación Hermanos Saíz en Contramaestre)

La poesía puede provocar lúcidos arrebatos, pero también hondos silencios, que en ocasiones suelen ser muy elocuentes, sobre todo cuando en los últimos años uno se ha leído libros de poesía que parecen introducirse en un vicio del palabrera, que abre un vacío, un discurso que se fosiliza, que no estremece, ni se estremece.

Dentro de este ámbito es que vino a la luz Oración del que traicionan, de Jorge Labañino Legrá (Baracoa, 1971). Un cuaderno de evidente linaje lezamiano, que intenta introducirse en una poética de la agonía, del desgarramiento y otras pérdidas. Basta asomarse en alguna de sus páginas para encontrar una asimilación y acumulación de los más diversos referentes, pasados por la daga implacable de la poesía y resucitados por fin en el poema. Desde aquella sentencia de Shopenhauer que “únicamente el dolor es positivo” o “el escribe con sangre y comprenderás que la sangre es espíritu” que atormentaba a Nietszche, hasta la conformación de toda una teología que conduce a la salvación por medio de la escritura.

Jorge Labañino Legrá, miembro del Grupo Café Bonaparte nos propone una poética muy personal, donde podremos encontrar una voz reconocible que a veces nos interroga para definirse:

“Qué es un poeta sin un costado que sangre/ sin una casa que pisotea y enloda su voz”

Quizás por ese afán de trascender lo cotidiano y la filosa relación entre el poeta y el contexto que lo anula, lo olvida, lo desteje, y finalmente lo borra; el autor opta por una variante que define su actitud ante el lenguaje y la página en blanco: “Habrá que oscurecer nuevamente las palabras”

Esta aparente oscuridad viene a convertirse en paradoja, cuando descubrimos en el poemario, de forma reiterada, palabras o símbolos que de alguna manera se relacionan con la noción de claridad. El “fuego”, lejos de adquirir la connotación de elemento devorador se convierte en un ente purificador, si recordamos que allá por los Corintios escrito está “la obra de cada uno, cual sea, el fuego la probará”. Lo mismo sucede con la “luz” que se torna en un elemento corpóreo, palpable y modelable, alcanza un espacio físico que nos da la sensación de que va a inundarnos, a transfigurarse en nosotros mismos. Pero esta relación paradójica más bien acentúa la propuesta del autor, que no desconoce la máxima Heideggeriana de que “la demasiada claridad lanza al poeta en las tinieblas”.

Otra cuerda que podría ilustrarnos los derroteros de este libro, está relacionada con el tratamiento del asunto ético, convencido ya de los derrumbes de ciertos paradigmas que regían los espacios de pensamiento filosófico, ideológico y culturales en el decenio anterior, que lo llevan a una otra toma de conciencia: “La estrella que cuidaban nuestros padres es ahora/ una viruta de hielo clavada en el tabernáculo”. Más adelante continúa: “qué es el poeta sino el ahorcado/que se consagra al hedor propio/ que es el hedor de su clan”

Encontramos aquí un postulado axiológico cuasi hermético, hacia el acto de la escritura. Desvestir la realidad y dejarnos ver su cuerpo, doloroso, sin falsos atuendos, sin virginidad. Esto hace que en determinado momento sintamos una especie de pérdida de la noción de futuridad, de desamparo, es decir, reaparece la duda ante su identidad y su relación masoquista con el contexto.
“¿Quienes somos tú y yo/ bajo este sarro de costumbres?”

Habíamos dicho que el poeta es un ser olvidado, sin historia, una criatura de la nada que solamente en el poema Es: “Ya nadie habla de los cordones que aporté/ cuando al cruzar las aguas se hizo la ruina y la voz”.

Bajo estas circunstancias he leído Oración del que traicionan, para comprender la plegaria del hombre por alcanzar el más puro cielo, para sumergirme en la palabra caliente, donde al final nos traiciona, nos seduce, esa misma palabra que luego vuelve atroz y te invita lector y te dice “levántate y anda”.

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