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domingo, 20 de mayo de 2012

La litúrgica de Martí en el Contramaestre


En un momento del trayecto, aparece el Contramaestre.  Refresca su cuerpo con el agua del mismo, pero también la ingiere, un hecho litúrgico que permite aliviar los dolores y las tensiones presentes
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

La relación de José Martí con tierras de Contramaestre es singular; quizás por el hecho de nombrar el paisaje, la gente y sobre todo el río, en su Diario de Campaña, con sentidos litúrgicos y hasta confesionales. 

El 9 de mayo de 1895, Martí llega a la finca de una familia contramaestrense: los Venero. El viejo Venero, había estado en la Guerra Grande, y era muy amigo de Máximo Gómez. El intercambio con el hombre común,  genera un escrito de gran valor sentimental y patriótico: “Aún está en Altagracia Manuel Venero, tronco de patriotas (…)” “Con los Venero era muy íntimo Gómez (…)” “Su casa hoy nos recibe con alegría, en la lluvia oscura y con buen café”.

El ojo martiano descubre su primera noche en Contramaestre: “(…) Dormimos, apiñados, entre cortinas de agua”. “Así dormimos en Altagracia”. En ese interregno, que cubre el tránsito del  9 al 10 de mayo, describe el diálogo con la gente de Holguín, proceso  que le permite conocer, los caminos torcidos que pueden extraviar el destino concebido en Montecristi. Pero también aprecia el cariño que le profesan los humildes: “Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada campo que llego, el respeto renace, y cierto suave entusiasmo del general cariño, y muestras de goce de la gente en mi presencia y sencillez. –Y al acercarse hoy uno: Presidente, y sonreír yo: “No me le digan a  Martí Presidente: díganle General: él viene aquí como general: no me le digan Presidente”. “¿Y quién contiene el impulso de la gente, General?”; le dice Miró: “eso les nace del corazón a todos”. “Bueno: pero él no es Presidente todavía: es el Delegado”. –Callaba yo, y noté  el embarazo y desagrado en todos, y en algunos como el agravio”.

El 12 de mayo se dirige a la Jatía. En un momento del trayecto, aparece el Contramaestre.  Refresca su cuerpo con el agua del mismo, pero también la ingiere, un hecho litúrgico que permite aliviar  dolores y  tensiones presentes, en un pueblo  que lo imagina Presidente y ama, y un mando militar despótico que lo ubica como General y Delegado.

En un gesto premonitorio, el 13, uno de los acompañantes, ya en La Jatía, pica espuelas y lo invita a observar el escenario, donde la naturaleza entrega un verde intenso, y descubre la unión de dos ríos: “(…) el Contramaestre entra allí al Cauto”.  “Cruzamos el Contramaestre”. Ese día, en un gesto confesional, señala: “Ya está el rancho barrido: hamacas, escribir; leer; lluvia; sueño inquieto”.  La experiencia vivida en campaña, conjuntamente con el acercamiento a Gómez y a Antonio Maceo, le permiten intuir un escenario de confrontación, difícil de encausar: “Escribo, poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase  la hora propia, para tener libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo, y en la soledad en que voy, impere acaso, por la desorganización e incomunicación que en mi aislamiento no puedo vencer (…)”  Nuevamente el recurso litúrgico acude, pues el 15,  libera tensiones al bañarse en el Contramaestre, disfrutar el aguacero desde el rancho,  o sencillamente apreciar “la caricia del agua que corre: la seda del agua”.

Sin embargo, vuelve a cargarse de energías negativas.  El 16 narra el testimonio del capitán Pacheco, que le permite fundamentar sus preocupaciones en torno a un mando despótico futuro, que no sea capaz de interpretar correctamente la espiritualidad del cubano y de lugar a desviaciones lamentables: “(…)el cubano quiere cariño, y no despotismo: que por despotismo se fueron muchos cubanos al gobierno y se volverán a ir: que lo que está en el campo, es un pueblo, que ha salido a buscar quien lo trate mejor que el español, y halla justo que le reconozcan su sacrificio”.

Nuevamente la lluvia acude como bálsamo para aliviar preocupaciones. Escribir y leer complementan una posible liberación de angustias, que anulan su libre albedrío en las decisiones patrias, se siente sólo, completamente aislado, por un militar, que al desembarcar, ejerció el mando único, y lo relegó a la condición de espectador, o sencillamente lo nombra Mayor General, para tenerlo, de cualquier forma subordinado; incluso decide sin contar con él, en consulta con otros jefes, que su lugar es la emigración, y no Cuba; dolor grande que invade la reflexión, la palabra.   

Con esa carga negativa,  sólo tiene el alivio de apreciar un último aguacero; aunque un mal augurio parece intuir el 17, pues no puede bañarse en el Contramaestre, ni beber su agua fresca. “Está muy turbia el agua crecida (…), -y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo…” La última anotación de su Diario, nombra al río que ahora también lo anula, ni funciona ya como recurso litúrgico, para alimentar el espíritu y oxigenar las ideas. Se siente completamente abrumado por las preocupaciones. El destino de Cuba, parece incierto, aunque alberga la esperanza de que “a campo libre, la revolución entraría, naturalmente, por su unidad de alma, en las formas que asegurarían y acelerarían su triunfo”.

No llegó a ver la revolución unida. Sin su ayudante Ramón Garriga, y acompañado de un joven bisoño, montando un corcel blanco y  brioso,  murió asesinado, según versiones mambisas, por balas españolas, en circunstancias aún no aclaradas por la historia. Era domingo, y 19 de mayo. Temía a la oscuridad y salió a buscar luz.

Fuente consultada: Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp.234-243.

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