Orlando Manrufo interpreta el personaje de Mariconchi. |
Siempre he pensado que el verdadero arte, cualquiera que sea su vertiente, más allá de la belleza, lo entretenido y lo útil, debe nacer de la voluntad de su autor de dinamitar las normas establecidas, revolucionar lo tradicional, ofender por sus renovadoras propuestas, ser fruto de la inquietud y del deseo de decir o mostrar una fuente desbordante, sincera e incontrolable, que explota en el pecho y te acorta el sueño…
Por el contrario, hacer más de lo mismo, repetir los archiconocidos y trillados caminos, tal y como hacen los chivos que tanto entretienen a los niños con sus manidas y consabidas vueltas en los parques de la ciudad, caminar pisando las huellas de otros, porque son “exitosas”, me parece la más burda manera de banalizar y minimizar la creación artística.
A mi juicio, esa es la gran diferencia entre comercializar el arte, y el arte comercial, criterio que hoy expreso con suavidad, pero que me tomó años llegar a él, y que hoy motivan estas reflexiones sobre la vulgaridad en el humor cubano actual, una realidad que hiere la sociedad cubana y que se mueve vertiginosamente en el consumo informal en la nación, a la vez que se legitima en los espacios públicos con una política cultural agujereada, creando patrones y modelos de “buen hacer”.
Lo que promocionaba la radio local santiaguera como un espectáculo merecedor de un premio Aquelarre, se convirtió pare mí en una de las muestras más lamentables de humor cubano, carente de valores estéticos y de intenciones por crear un producto genuino, que promoviera el análisis crítico, y al contrario, sí una manera burda y solapada de embolsillarse unos cuantos miles de pesos.
Ese es mi criterio sobre el espectáculo de "Mariconchi con los gladiadores del grupo Roma", que recientemente llegó al coloso cultural de Santiago de Cuba, el Complejo Teatro Heredia. Al menos de los shows similares que he visto en mis 28 años de edad, desde la humilde y orgullosa visión de un pueblerino, así lo considero.
Quizás por estar al margen de los productos audiovisuales que ágilmente se mueven por todo el país, en los llamados “paquetes” que tanto han alterado el consumo cultural que hoy se vive en el país, nunca antes había observado el trabajo de Orlando Manrufo (Mariconchi) y muchos menos el de los miembros del Grupo Roma, ninguno de los dos dentro de los humoristas más populares en el país.
El primero fue el gancho que me motivó asistir a la presentación, aunque solo conocía sus presentaciones en diversos espacios de la televisión nacional, donde a mi juicio –y en retrospectiva veo cuan ingenuo fui –, eran bastante buenos y creativos. De los segundos, nunca antes los había escuchado mencionar.
Es posible que en la capital del país, donde existe mayor cantidad y diversidad de artistas y espacios de promoción, fuera el lugar donde el humor cubano involucionó y derivó en una mera secuencia de clichés, a modo de programas enlatados, cuya fórmula “asegura” aplausos y asistencia, y claro, dinero.
Es solo una suposición, porque realmente no conozco el momento en que se entronizaron y arraizaron las ofensas, las burlas desmedidas, lo grotesco, la falta de respeto, la vulgaridad y las llamadas malas palabras, como ingredientes para el éxito de un espectáculo humorista. Esa corriente que un gran artista de Cuba, Carlos Ruiz de la Tejera, ha sabido bien llamar como el “humor envenenado”.
Y claro que en esa lista de recursos manidos no pueden faltar el choteo al pinareño y al oriental, a las personas de humilde procedencia de los campos, conceptos que lejos de renovar un arte que tiene en el país grandes creadores, tienden a patentizar, asentar y legitimar otras ideas más peligrosas e hirientes, como el racismo y la discriminación, que hoy reconocemos presentes en la sociedad actual, y que motivan debates en todos los niveles, desde la calle, pasando por el sector intelectual hasta entre los parlamentarios cubanos.
Cuba grita a todas voces tener uno de los pueblos más cultos, no así educados, y ciertamente no con ideas críticas bien formadas, capaces de discernir y rechazar espectáculos humoristas desmoralizantes y denigrantes que nada bien le hacen a la idiosincrasia cubana, la que ciertamente nada tiene que ver con lo que mostró Mariconchi y los miembros del Grupo Roma.
Un espectáculo humorista, que casi siempre se consume en familia, nunca será solo entretenimiento y evasión de la realidad, por el contrario, asumirlo así sería perder una batalla en el terreno ideológico. El humor, detrás de la risa, persigue hacernos pensar, tomar conciencia, combatir y cambiar.
Lamento que mis conciudadanos, quizás acostumbrados a aplaudir todo lo que tienen a la vista, estén o no de acuerdo, una vez más ovacionaron y clamaron un show lamentable, ofensivo en todas las maneras posibles, desde la sustitución del sugerente doble sentido por una representación explícita de la desnudez, del sexo anal y de los órganos reproductivos, pasando por la exaltada y remarcada presencia de la vulgaridad, pasando por las reiteradas ofensas dirigidas al público, haciendo presa del negro, la persona mayor o con discapacidades.
Igualmente lamento que en un templo de la promoción cultural en Santiago de Cuba –y en la nación– las personas encargadas de la programación y velar por colocar en cartelera productos de factura, o al menos a tono con el prestigio del escenario en cuestión, se hayan hecho eco de un show, que a mi juicio, ni en un pequeño cabaret hubiese tenido cabida.
Mirándolo desde el punto de vista de la comunicación, donde proviene mi formación profesional, ¿qué construcción de sentidos puede surgir en un público, donde el mensaje carece de todos los valores que tanto nos empeñamos –no siempre con éxito– en promover en todos los espacios socializadores? ¿Qué interpretaciones saldrían de esa propuesta?
Como no tengo alma de masoquista, lamento en especial haber pagado 10 pesos para que me ofendieran y agredieran de esa manera, se lo atribuyo a mi ingenuidad de caer, como un novato, a los encantos de la visita de un artista de La Habana, con espacios habituales en la televisión, que decidiera presentarse en el Teatro Heredia.
Con beneplácito, y no exento de criterios encontrados, muchos (y me incluyo) acogimos la noticia de desterrar de los espacios públicos la música vulgar. Quizás sea hora de extender un poco más la mirada y apostar por la publicidad y promoción de creadores que han logrado mantenerse en la popularidad del humor cubano sin caer en la monotonía y la mediocridad, con propuestas inteligentes que conviden a criticar y reír.
También es necesario purgar los catálogos artísticos, sin caer en la censura desmedida e irracional, aunque sin olvidar que la escuela, la casa y otros espacios socializadores, deben apostar más por sujetos críticos, capaces de rechazar la banalidad y los contenidos basura y ofensivos.
Una de las esencias del arte son las creaciones que estéticamente renueven y sean novedosas, y se alejen de la mediocridad y el facilismo. ¿Existe una resistencia a esas propuestas? ¿Queremos esa resistencia?
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