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lunes, 5 de enero de 2015

Alcohólico, pero cubano hasta el tuétano


Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult


Una bandera cubana sobre un tosco palo flota imponente ante intrusos que llegan desde  la vecina ciudad de Contramaestre, en el oriente de la mayor de las Antillas. No es una escuela, tampoco  una institución del gobierno o el Partido Comunista,  es una casa  sin ventanas, ni puertas, tal parece que allí  no vive nadie;  sin embargo sale a recibirlos un hombre descalzo, andrajoso y con un tufo a alcohol que provoca asco. Sus palabras de bienvenida sirven para informarnos su perfil. “Aquí vive un profesor de cultura física que ama a Cuba hasta los tuétanos”;  casi nos reímos, pero  en su pobreza hay una lucidez enorme, aquel ser, a pesar de las desviaciones ocurridas en su existencia, por una u otra causa, tiene a la Patria en un humilde pedestal, similar a la existencia que lleva, llena de limitaciones y repleta de bebidas condimentadas por la noche inmensa del Período Especial. “No pierdo la capacidad de soñar”, dice, entonces ocurre lo asombroso, un pato y un perro salen a nuestro encuentro, juegan como hermanos. Alguien dice, “esta casa tiene una magia especial, aquí ocurren milagros”. En el patio, un caldero bulle; en su interior, postas de carne se doran al fuego. El hombre señala: “Hay para todos, los esperamos desde temprano”.  Un poco más adelante, otro fogón de leña muestra unas empanadillas de carne doradas por la grasa: “tienen carne; carne de verdad”, precisa. Un sabor especial llega hondo, invita a comer más, a llenarse de aquellas delicias cocinadas por un miserable lleno de callos y heridas horribles, pero con una bandera cubana flotando a la vista pública.   

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