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miércoles, 14 de enero de 2015

El peso de Cuba en mi cabeza



Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu

Recorro el camino a casa ida y vuelta, lo hago muchas veces en el día, incluso en la noche. Pudiera decirse que soy un robot, conozco árboles, mariposas, los perros, casas, todo… Puedo hacer el trayecto con los ojos cerrados y guiarme por el olfato; los olores son tan familiares que es imposible perderse. Siempre las mismas gentes, los mismos problemas, no hay agua, la corriente se ha ido, el vecino de al frente se mudó al extranjero. 


En muchas  casas venden cigarros a granel, la gente fuma tanto que los círculos llegan al cielo; algunos dicen, “sirve para desestresarnos”, otros, “para enajenarnos”, mientras, las volutas juegan entre sí mecidas por el aire. 


La esquina tiene a los mismos vecinos cada tarde, es la hora de los alcoholes para aliviar desafíos diarios y resistir, dicen ellos, es su filosofía, nadie puede disputarles en cuestiones del espíritu, lo saben todo y lo que no, lo construyen mediante evasiones al dominio del rey Baco. 


Ese es mi camino, no hay otro, pero el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos dice el trovador; si las suelas de los zapatos pudieran hablar, serían testigos de ese recorrido mudo por el círculo, tratando de no dejar morir los sueños; pero dos veces veinte años es una vida y no hay segundas oportunidades, señala uno de los personajes de esa novela inmortal titulada: “La hora 25”.


El polvo es mi mejor compañero, tal vez obedece al mito fundacional cristiano, venimos del polvo y al polvo regresamos, pero lo digo en el sentido relacional; me acompañan enormes cantidades, pues no llueve por estos lares y casi me ahogo en el pozo de los lamentos donde cada día caen toneladas asfixiantes, y limpiar lo sucio es tarea de los doce trabajos de Hércules.  Así ando, con el polvo de la isla en mi cabeza, la vista al frente, resistiendo y sin perder la capacidad de soñar.

1 comentario:

  1. Todo lo que hacemos se desmorona en el viento, sin darnos cuenta, sin poder verlo, aunque nos neguemos a aceptarlo, solo somos polvo en el viento.

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