El profe Manolo. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Mi profesor de historia es alcohólico, pero eso no lo hace una mala persona, pues es muy
servicial, siempre con esa carga de recuerdos que lo vincula a mi pasado, allá
por el bachillerato en Bungo 7, casi pegado a Resbaloso, oriente adentro, en aquellas
memorables becas surgidas en la década del 70 en Cuba.
A todo el que me acompaña, no
importa la edad, el país, la provincia, el barrio, le cuenta de aquel
alumno que el descubrió escondido tras el
pupitre, metido en su mundo guajiro, con temor a decir tres o cuatro palabras
juntas, pero que leía como un demonio cualquier cosa, sobre todo libros de historia universal y de Cuba.
Manolo Silveira es su nombre,
quizás a algunos no le diga nada su identidad, tal vez a otros sí, lo cierto es
que era uno de los mejores dando clases; considerado en la década de los 80 del
siglo XX, entre los más capaces para enseñar cualquier tipo de historia. Tenía
una bellísima mujer, se llevaban bien.
En sus ratos libres me enseñó un
poco de artes marciales, quizás por eso algunos se burlaban del guajirito y me
decían Bruce Lee o Chenqui; pero me sentía orgulloso siendo formado por el “Tigre”, alias con el que sus cercanos nos gustaba
llamarlo. En señal de aprobación asomaba un suki que llevaba hasta nuestras
mejillas.
Perdí la memoria de los concursos
de historia a nivel de escuela, municipio, provincia y nación que fui, las
medallas que gané, Manolo vivía ese orgullo, por eso me luchaba pases de fin de
semana en aquella beca que yo veía que
demoraba una eternidad en pasar; el trato era ir a todos los concursos y traer
alguna medalla. De tan bueno que era, según Manolo, me lo empecé a creer y la
vocación se formó en mí sin darme cuenta.
Un día me vi en la universidad
estudiando Licenciatura en Historia y ya la cosa era muy seria. El profe Manolo
es el responsable, por eso no temo abrazarlo en sus alcoholes diarios, meterme
la mano en el bolsillo y regalarle cinco o diez pesos; tomarme una foto con él
o sencillamente dejarlo decir aquellos recuerdos de mi paso por el
bachillerato, cuando me descubrió escondido en una pose de muchacho de campo,
lector enfermizo de Herodoto, Plutarco, Julio César y Gerardo Castellanos.
Es otra prueba de la DESatención al hombre... Por ella estamos varados en Chile mi mujer y yo, somos un dato estadístico, no personas destacadas como somos.
ResponderEliminarFue compañero mio en la secundaria,uno de los muchachos mas guapos y buen compañero es una pena que esté enfermo
ResponderEliminarHerminia Boada López
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