Salgo a mi pequeño jardín con los
claros del sol. Los pétalos morados lastiman mis ojos. Mis manos esparcen agua
fresca sobre ellos. Sonríen. ¿Acaso me
estaré volviendo loco?, pero hay una sonrisa allí, una que me busca, me hace
cosquillas y yo quiero creer que estoy volviéndome loco. Cierro la puerta y la
vuelvo a abrir. La sonrisa no se ha ido, me llama con sus manos largas y
huesudas; hasta me saluda, me hace una señal que no entiendo y desaparece entre
los pétalos morados, que otra vez lastiman mis ojos. Mi padre viejo sentado
sobre un extraño tronco de palma me explica lo que significa. Pienso en el
canario amarillo que tiene el ojo tan
negro.
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