31 de marzo de 2019. 1:25 de
la madrugada. Mi mascota de compañía Cuquita, una y otra vez viene hasta la
cama; con breves ladridos señala la puerta, algo quiere decirme, la conozco por
sus hábitos, inteligencia; no es caca, no es orinar; pasa algo; decido
seguirla, abro y voy hasta donde dejé a “Papá” luchando por la vida la noche
anterior, luego de una batalla intensa contra su corazón cansado, la falta de
aire, la ceguera. Pude ver sus últimos suspiros, su mirada apagada me decía
adiós.
Siendo apenas un cachorro
aprendió a quererme como un protector de sus días, por eso no sentía la
ausencia de su dueña cuando iba a Guantánamo a visitar la familia.
“Papá” supo enseguida, que
al morir la que tanto amó, debía buscar refugio en mí, así lo hizo hasta
convertirse en el hermano mayor de mi mascota Cuquita; unidos, hacíamos el
recorrido todas las noches y ahí presente, celoso guardián de su amada, la que respetó
con una ética a prueba de los deseos más perrunos.
Comía lo mismo que yo. Sus
necesidades eran órdenes para mí, cuando su cacharra no tenía agua, la movía
con una pata y sabía que debía levantarme o dejar todo para satisfacerlo.
Dormía frente a la puerta de
mi cuarto; con los claros del día, pasaba sus patas imitando toques (toc toc,
toc), hora de empezar las luchas diarias.
La noche del 30 intentó meterse
en la habitación donde vivió una gran parte de su vida junto a su ama, noble
persona que me pidió en su lecho, horas antes de irse a la eternidad, lo
cuidara; era su más grande amor; me hizo jurar mi entrega, como mismo lo hizo ella
durante 10 años. Me abrazó. Sabía de mi profunda sensibilidad. Lo juré y cerró
los ojos; se fue convencida de mi promesa.
No pudo morir donde vivió
los días más felices, incluso subiendo a la cama en la madrugada y durmiendo
por breves horas junto a su dueña, por eso tomé una de sus prendas, de las que
tenía, -el médico veterinario amigo me sugirió lo hiciera-, pues ellos tienen
memoria de los años vividos, así lo hice y a la 1:30 de la madrugada fue a
encontrarse con su ama en una etapa nueva, otra forma de amor, donde estoy
convencido me cuidarán desde sus espíritus.
Muchas veces lo salvé de la
muerte, una de ellas muy dramática, cayó en una enorme caja de agua de una
vecina y nadie conseguía sacarlo porque era muy bravo, gracias a Dios me
avisaron, porque ya cansado podía ahogarse; sus patas ensangrentadas, la respiración
agitada, me vio asomarme y nadó a mí, lo tomé en mis brazos, me lamió la cara
en señal de agradecimiento; con esa
imagen te recordaré siempre “Papá”.
Todo animal de compañía o
cualquiera merece una muerte digna, acompañada de afectos, atenciones médicas. Tuvo
razón nuestro inmenso José Martí cuando dijo: “el sufrimiento es menos para las
almas que el amor posee”. Adiós “Papá”.
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