Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
En estos tiempos parece que la Historia llega a su fin. Hay
desarraigo, incertidumbre, desencanto.
Como nunca antes el Capitalismo ha creado maneras
inteligentes de colonizar las mentes de las personas y ejercer un tipo de
dominación cultural, que todo lo empaca, lo reduce y lo vuelve sencillamente “entretenimiento”.
Incluso las mentes invadidas acarician los llamados sueños
rosa y las migraciones de jóvenes huyen de sus países, pueblos, barrios,
creyendo encontrar un edén donde realizarse, como en las producciones de
Hollywood o las telenovelas de O Globo, Televisa, Univisión, Caracol.
La llamada “pantalla chica” controla todo en casa. Muy pocos
escapan a esa dominación; a ello se suma el celular y el reino autónomo que
construye con sus sometidos. Allí, un mundo silencioso invita, seduce y la
gente no escapa, o mejor, prefiere someterse porque empieza a sentirse
celebridad, importante y el control es mayor.
No hacen falta armas para tomar los pueblos; la industria del
entretenimiento gana terreno en las conciencias y cada vez somos más indefensos
ante ella.
¿Pero cómo detener esa invasión?
Hay que enviar a las aulas, a los barrios, a los pueblos,
conversadores natos, oradores de calibre, sabios, para dialogar con las
personas sobre las enseñanzas del pasado, las raíces que nos dicen bien claro,
sobre nuestras lacras y virtudes sociales, nuestras tendencias negativas y
positivas, nuestros enemigos internos y externos.
Estamos obligados a tomar las armas de la cultura y las ideas,
para seguir defendiendo un lugar en el mundo.
Hay que darle sentido a la vida desde el conocimiento de
nuestra historia, pero no como consigna, dogma, atrincheramiento de plaza
sitiada, fetiche o eslogan, sino como ejercicio soberano de ascensión a la
virtud, a partir de la verdad como esencia ética.
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