El director Manuel Almarales. Foto cedida por Milagros Vega para esta publicación. |
Por Oscar Saumell
Muchos recuerdan frases como la del director Manuel Almarales: «Esta
escuela no va a tener otro Oscarito, ni otro Rodolfo, ni otro...» Fuimos
traviesos, jodedores, pero hasta ahí.
En aquellos tiempos, no había falta de respeto ni
indisciplinas mayores. El fugarse de una clase para ir a un cumple con una
amiga daba puntos para ser famoso. Un día, ponía de ejemplo a Oscarito, otro a
Rodolfo, otro a Perucho. En realidad, no éramos tan revoltosos.
Años después, lo que sucedió...
Había un evento en la universidad. Decanos y directivos
pasaron por el hotel de profesores pidiendo la colaboración para recibir en su
cuarto una compañía. Esa era una forma de alojamiento para los participantes.
Todas las llaves fueron dejadas en la carpeta para cuando llegara el visitante.
Por la tarde, cuando subí a mi cuarto, sentado en la cama, estaba el señor
Almarales. Desde la puerta lo saludé. Me preguntó: «¿Qué hace usted aquí?», a
lo que respondí: «Almarales, me gradué en esta universidad y me quedé como
profesor». Se puso de pie y dijo: «¡No puede ser! ¿Qué está pasando?».
No puedo
negar que me asusté mucho al ver la cara de asombro de nuestro antiguo
director. Nuevamente, le expliqué que me gradué y era profesor de la
universidad. Incrédulo, reiteraba: «¡No puede ser que las indisciplinas de la
secundaria hayan llegado hasta aquí! ¿Qué está sucediendo con aquellos
malcriados? ¿Cómo entró usted en este hotel? Por favor, retírese». Esas fueron
algunas de sus interrogantes en las que insistía en adjetivarme como un
adolescente inquieto y sagaz. Con mucho esfuerzo pude convencerlo, y bien
convencido.
Años después, hubo una actividad de la Década. Lo llevé hasta
la secundaria y en el carro me comentó: «¿No se ofende porque voy a decir que
en la secundaria hubo estudiantes bellacos como usted, Perucho, Rodolfo y otros
más?» Lo dijo en público, pero también añadió: «A todos los quise». Sin lugar a dudas, pasé tremendo bochorno. Pensé que todas
nuestras travesuras se le habían olvidado.
En aquellos tiempos todo era bonito. Éramos tan amigos, nos
queríamos tanto. Un director controlaba miles de alumnos y todo el mundo andaba
por la línea.
Éramos unos cuantos los que mortificábamos al director,
incluyendo las niñas con sus faldas por encima de las rodillas.
Hoy día se han perdido muchos valores. Puedo asegurar que
aquella generación los tenía y aun los tiene.
Mencioné a dos personas queridas y respetadas que ya no están
físicamente con nosotros: el gran director Almarales y mi entrañable amigo
Perucho. Partieron, pero permanecen en el recuerdo de todos los que vivimos
cerca. Descanso eterno para ellos.
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