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martes, 19 de enero de 2021

Volty y una noche de "Ordenamiento"


Por Arnoldo Fernández 

Ha muerto Volty, nombre raro; para mí, hermoso. Me lo inspiró la serie animada, Los Mosqueperros; así Dartacán, el protagonista, nombró a su caballo. 

¿Cómo lo armé? Pues cambié algunas letras y conservé el sonido, quizás porque de niño, siempre quise tener un caballo coma toda criatura del campo y nunca  pude conseguirlo. De Rocty, mudó a Volty, que con su paleta amarilla comía todos los días en mis manos y emitía un graznido, muy característico de los de su especie. 

Buen caballo diría Dartacán, yo decía, buen pato; pekinés por cierto, y con una inteligencia capaz de graznar en la oscuridad, cuando algún extraño recorría el patio en busca de presas. 

Una de esas noches, de las que llegaron con la Tarea Ordenamiento, desde la cama escuché un aleteo interminable; me puse en pie y corrí; al llegar al corral, Volty yacía tinto en sangre, con una profunda herida en su quilla derecha y un golpe en la cabeza. Aprecié la profundidad de los daños sobre aquella paz que cubría su cuerpo  y por mi sustancia gris pasó un rayo de esperanza; también mi otro yo pedía culminar la obra del ladrón y aprovechar sus carnes;  pero triunfó el primero de mis yo. Lo trasladé a una jaula, luego de curarlo con yodo y ponerle pomada. 

Volví al sueño; al despertarme temía lo peor, sin embargo, allí Volty, con sus graznidos y su paleta amarilla; pero su cuerpo tenía el peso de diez años vividos, su  vista casi apagada; aunque su esplendor de pato pekinés se mantenía intacta. 

Por siete días curé su herida, la vi sanar;  pero había perdido mucha sangre; comía con ganas lo que podía conseguirle; sobre todo boniato hervido, mezclado con harina de maíz. 

La mañana del 17 de enero de 2021, un sol espléndido asomó por el este. Volty parecía dormido; al abrir la puerta no se movió; moví mi mano ante su paleta amarilla y ninguna respuesta;  al acariciar su cuerpo, me observó desde una humanidad conmovedora y aleteó a la eternidad. 

El cuerpo, aún caliente, era un incentivo para mi yo carnívoro; pero mi otro ser, el altruista, se impuso. Cavé un hoyo profundo; luego vi la tierra cubrir la paz del plumaje,  la nube de sus estrellas azules. En mis recuerdos, aquellos graznidos al sentirme cerca, la paleta amarilla comiendo en mi mano; sus ojillos cerrados ante mis caricias… 

Un ladrón llegó una noche del Ordenamiento; me lo quiso robar;  pero lo único que consiguió fue lastimar su vejez, apresurarle una partida que nunca Volty, ni yo, imaginamos. 

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