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martes, 1 de junio de 2021

¿Romper el caracol o conservarlo?, el dilema de Clara en Como polvo en el viento


Por Arnoldo Fernández Verdecia.
  
(caracoldeaguaoriente@gmail.com).  

                                         -I-

La historia de Cuba de las últimas décadas  quien mejor la narra es un novelista llamado Leonardo Padura Fuentes, sobre todo en su último libro, Como polvo en el viento, donde presenta el testimonio de unos amigos repletos de sueños, ideas futuristas, en busca de un paraíso y las fracturas que dejó en ellos lo histórico. Sus testimonios son un auténtico reflejo de la crisis de un sistema social que necesita reinventarse para volver a ser parte de la esperanza, del porvenir. 

Como polvo en el viento es la historia novelada de una isla fragmentada entre los que se fueron y los que se quedaron; los hilos espirituales que aún perduran en esa relación. 

Sostengo la idea de que para el cubano esencial (y todos somos esenciales); Cuba es un caracol que lo acompaña adonde quiera; incluso, dentro de la propia insularidad no deja de hacerlo, quizás con más fuerza que para los que tomaron el camino de la diáspora.   

Veamos el tratamiento de Clara; un personaje que vive aún, más allá de los 50 años, en esta novela de Padura. 

                                       -II- 

Marcos había leído sobre un personaje emigrado que llevaba consigo su modo de vida como el caracol que arrastra su morada: ¿Por qué había conservado esa cita en su mente? ¿Sería porque su destino era convertirse en un caracol como su madre Clara, aunque de otra especie? También él llevaría por siempre su casa cultural sobre su espalda. (1)

Una primera idea es evidente: todo cubano marcado por el contexto de los 90 del siglo XX  tiene raíces culturales profundas  que lo acompañan a cualquier lugar del mundo;  siempre están los recuerdos, la nostalgia, los olores, los estados afectivos, los colores de la isla, los sonidos, los sabores, para no dar paso al olvido total. Nunca hay olvido.

En una parte de los que se fueron está el ansia de no regresar nunca; para no sentir la órbita de lo pasado, lo que duele y marca; pero en otros volver es la terca necesidad de reencontrarse con las huellas aún frescas de lo que fue el crecimiento de su ser espiritual en una entidad física, que puede ser La Habana, Santiago, Cienfuegos, Bayamo o un barrio isla adentro… 

Esa contradicción que acompaña al cubano de la diáspora, es un vía crucis angustioso, terrible, al que debe enfrentarse como artesano de su presente y, por qué no, de su futuro. Marcos, el hijo de Clara, lo tiene comprobado en su vida propia; la concha siempre va con él al igual que su madre que también es un caracol; incluso en sus peores momentos, pero también en los más hermosos. Gracias a esos resortes espirituales, consigue recrear sus modos de ser cubano en esa diáspora que vive en Miami, mediante el juego de béisbol con niños y los fines de semana de licores, playa, comida; junto a jóvenes cubanos de su generación, que se congregan para pensar, hablar y comportarse como lo hacían en su añorada isla.  

Pero Marcos tiene una certeza que no admite dudas: su madre es un caracol de otra especie.

                                      -III-

"... cuánto amaba aquella casa, su casa: el caracol que arrastraría como una bendición y una cadena.” (2)

Así piensa Clara y tiene sus razones. Creció bajo la influencia de un mito asociado a una piedra traída del mismísimo Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba; una piedra imán, colocada en los cimientos de lo que sería el hogar de sus padres en Fontanar, La Habana; donde aprendió los afectos que curan el alma; donde creció física, espiritual y profesionalmente, hasta graduarse de ingeniera y casarse con el que sería el padre de sus hijos; e incluso, mucho después, encontrar el amor de su vida en otro hombre llamado Bernardo. 

En la casa de Clara se reúne el clan, una cofradía de amigos que estudiaron juntos, se hicieron profesionales y tenían aquel sitio como cuerpo simbólico donde encontrarse, celebrar cumpleaños, la Navidad, esperar el año nuevo; en fin, alimentar la amistad como uno de los estados afectivos más apreciados. Los amigos forman un mosaico interesante que comprende una pareja de homosexuales, un médico cirujano, una lesbiana, un alcohólico, un físico, dos arquitectos, un pintor y los hijos de Clara. 

Todos se van y tienen destinos distintos, pero Clara y el alcohólico Bernardo se quedan. Circunstancias adversas que ponen en peligro la vida de este último los unen, y descubren el amor más puro que ya no creían alcanzar, ya pasados los 50. Ese amor crece, se desborda en la casa de Fontanar; allí donde el mito prevalece, y los que se fueron a España, Argentina, Estados Unidos no dejan de pensar en ella, para bien o para mal; pero todos reconocen que allá están las mejores personas, los amigos de siempre, a los que hay que salvar a cualquier precio, porque son el caracol con el que cada uno emigra y no consiguen despegar de sus pensamientos. 

Clara es el caracol especial que desde su niñez aprendió la lealtad, la dignidad, la maternidad responsable, la madre protectora, la amiga de todos, el prototipo ideal del cubano esencial, el que, dentro de la propia isla, arrastra un caparazón del que no podrá liberarse, porque en él va su espacio vital, el sentido de la vida. 

                                    -IV-

(...) Clara, el pedazo más fuerte del imán que siempre nos atrajo desde el fondo de la tierra y hoy nos tiene aquí unidos a los fragmentos que hasta ahora hemos sobrevivido, sentados encima de esa piedra de cobre magnética venida de tierra santa cubana; la piedra mágica sobre la que se levanta esta casa, que es mucho más que una casa: es nuestro refugio, nuestro caracol.(3)

Lo dice Bernardo un 24 de diciembre de 2015, ya en la fase terminal de un cáncer que lo está devorando.  Una parte del clan disperso se congrega en esa casa imán, en su pedazo más sólido, Clara, a la que todos adoran y agradecen, porque nada supera su calidad espiritual como ser humano. 

El momento es mágico pudiera decirse, porque, en una especie de última cena, viajan al centro donde empezaron a encubarse sus sueños, a encontrarse con fragmentos de sus pasados que los lastiman, los hacen sentir culpables; necesitan una anagnórisis que los redima del futuro, para poder seguir cada uno con sus vidas. Horacio, por la hija que nunca conoció, Joel y Irving por esas vidas que tuvieron que hacer lejos, huyendo de un miedo casi enfermizo; Darío, por escapar de una precariedad material y del maltrato de que fue víctima cuando niño; Bernardo, por la adicción al alcohol y sus fracasos amorosos, familiares. Los hijos de Clara Marcos y Ramsés, con sus diferencias, pero con familias construidas muy lejos de aquel hogar, donde vinieron al mundo y se hicieron hombres, pero que no ofrece ningún futuro para su descendencia. 

Uno de los momentos más conmovedores de la novela acontece cuando Ramsés, _el hermético Ramsés_, va hasta el patio de la casa y ante la tumba de su perro, rompe a llorar: 

"Lo emocionó más de lo esperado ver bajo el aguacatero que él mismo había plantado cuando todavía era un niño (este árbol, sí más grande), un túmulo de piedras coronado por una losa blanca en la que, con letras negras ya un poco desvaídas se leía el nombre de Dánger". (4)

Aquel hombre, que ni al abandonar su Patria se conmovió; ni se inmutó al tener que vivir en otro lugar del mundo, al aprender idiomas, comenzar una nueva vida laboral,  empezar de cero en todo,  cae rendido ante los recuerdos de la niñez y la adolescencia vinculados a su mascota. El clima del momento es intenso y comunica explícitamente un mensaje al lector: a pesar del desarraigo, de la radicalidad de la vida construida lejos del hogar de nacimiento, el pasado es una mancha indeleble que siempre estará presente; no importa el lugar donde vivamos, ni las vidas que elijamos vivir. Siempre el caracol cultural irá en nosotros, como una extraña osamenta de la que nunca podremos librarnos. 

La casa refugio, caracol de todos, será el centro del desenlace final de los miembros del clan reunidos allí en los últimos días de diciembre de 2015. Cada uno tendrá la conclusión de sus vidas, la solución de los acertijos y demonios que castraron el camino que alguna vez intentaron recorrer, movidos por una utopía que ellos creían milagrosa, justa, pero que según Fukuyama: "no era superior  en ningún aspecto al sistema occidental sino que, en realidad, constituía un fracaso monumental.”(5)

                                  -V-

Y vio a Clara saberse sola, cósmicamente sola, con su caracol a cuestas.

Ahora sí ella tiene que hacer las gestiones y, si le dan la visa americana, venir un tiempo para acá con nosotros. Quedarse aquí para siempre si quiere. Romper ese caracol de mierda. (6)

Habla Marcos en Miami, el hijo de Clara. Quiere sacarla de una isla, donde sobrevivir es una obsesión desgarradora. 

Clara está completamente sola. La muerte de Bernardo es la culminación de un proceso de pérdidas que comenzó con la partida de Darío; luego, la de todos sus amigos, las de sus hijos y ahora el destino le quita al hombre que la hizo feliz como nadie en su historia personal. 

Clara tiene ante sí el dilema existencial más importante de su vida, pasado los 50: ¿Irse o quedarse? 

En la búsqueda de respuestas, su diálogo con Marcos es estremecedor. Los caracoles culturales que cada uno arrastra se enfrentan desde la sabiduría de sus vidas: 

_Yo debería estar ahí contigo, mami

_No. Acá está la muerte. Contigo está la vida.

(...)

_¿Por qué no te quedas aquí? Allá estás sola, en la casa (...)

(...) Clara colgó y se sintió alarmada. Al final, ¿ella también se iría del país, atraída por sus hijos y sus nietos, espantada por la soledad? (7)

Es una duda que la golpea profundamente; pero tiene una certeza absoluta, la dice con sobriedad, sin dramatismo: "Acá está la muerte. Contigo está la vida". Sin embargo, elige el camino de retorno a la casa insular; junto al silencio, la soledad, los recuerdos.  Quizás sus hijos, los nietos, la necesitan; pero mientras dure su ciclo vital, arrastrará un caracol de raíces muy profundas. En su concha vive el rumor de la tierra, su tierra, el paisaje, una vida intensa, triste a veces, pero con pequeñas dosis de felicidad, también la amargura de muchas pérdidas; sin embargo, nada de eso ha conseguido desarraigarla de la pasión por lo suyo, hasta en el momento que cumple la última voluntad de Bernardo: esparcir sus cenizas en una de las fuentes del río mítico de los habaneros, el Almendares. En ese instante en que Bernardo se vuelve vida otra vez, escucha: "El canto del sinsonte (...), el canto del país." (8)

Contramaestre, 5 de mayo de 2021.

Citas  bibliográficas  y notas

1.  Leonardo Padura: Como polvo en el viento, Tusquest Editores, España, 2019, p. 32. 

2.   Leonardo Padura: Obra citada, página 57.

3.  Leonardo Padura: op.cit, p. 352. 

4.  Leonardo Padura: op.cit , p. 351

5.  F. Fukuyama: ¿El fin de la historia? y otros ensayos, Editorial digital Titivillus, 2017, p.40.

6.  Leonardo Padura: op.cit,  p.366

7.  Leonardo Padura: op.cit p. 394

8.  Leonardo Padura: op.cit, p. 396.

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