Por Arnoldo Fernández Verdecia
¡Hay pescado!!! !Pescado!!! !Pescado!!! Empujaba una carretilla vieja bajo el sol del mediodía. ¡Pescado!!! ¡Pescado!!! Era él, ya no tenía dudas. Debía tener unos 38 años. Lo dejé de ver a los 14. Lo llamé por el nombre. Sus ojos buscaron mi voz: -Profe. Sólo dijo esa palabra. Revisé los pescados e hice como mi madre me enseñó, compré algunos para ayudarlo. Mis gatos serían felices por unos días, él me dijo con los ojos llenos de lágrimas: -Gracias profe. Luego se perdió entre las calles pregonando aquel pescado de aguas tan dulces.
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