Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Las casas cierran al verlo llegar. Los oídos no escuchan sus palabras. Parece un filósofo griego: barba cuidada, cabello largo, rostro enjuto, mirada profunda. Pide azúcar, azúcar: -Diluida en agua alivia mi hambre.
Nunca cierro la puerta. Nunca me escondo. Cuando tengo, la pongo en sus manos sin hacerlo sentir un mendigo que sólo pide azúcar.
A veces conversamos, tiene ideas muy elaboradas sobre el bien y el mal. Me dice que fue maestro primario hace muchísimos años, hasta que enfermó de los nervios. Quise saber su edad y dijo que no sabía.
Muchas veces quise retratarlo, pero decía que sería posible cuando volviera al aula: “ahora no vale la pena, estoy muy destruido."
Finalmente logré convencerlo para esta foto, posó para ella, volvió a ser el maestro de mirada profunda, amante de la sabiduría como filósofo griego de la antigüedad. Cuando quise retratarme con él, para tener un recuerdo suyo, dijo:
-Si un día vuelvo al aula, nos haremos esa foto.
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