Por MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
En el último informe anual sobre hábitos de lectura encargado por la Federación de Gremios de Editores las mujeres seguían en cabeza. No sólo hay más lectoras (58,4 %) que lectores (51,5 %), sino que leen más libros y dedican más tiempo a hacerlo (sobre todo en los transportes y en el hogar), a pesar de que, en términos generales, se ocupan de más tareas (eso no lo dice el informe, basta con mirar alrededor).
Las chicas compran más libros, y eligen mayoritariamente lo que leen guiándose por la recomendación de otros o por impulso, algo que los editores y los libreros saben desde hace tiempo. Prefieren las novelas, pero no le hacen ascos a otras materias: también son más ecuménicas en sus gustos que los hombres, en los que todavía se aprecia cierta tozuda inclinación a lo que algunos se empeñan en denominar "libros útiles", como si las ficciones no lo fueran.
Las mujeres también son mayoría en el sector editorial, algo que se constata con sólo darse una vuelta por la sede de cualquiera de los grandes grupos. Esa evidencia empírica ha llevado a algunos a hablar de "feminización" del sector. No se confundan: en el (todavía) falócrata mundo de la edición, y a pesar de los cambios de los últimos años, las mujeres siguen compitiendo (sobre todo entre ellas) bastante por debajo de un techo de cristal que muy pocas han logrado cuartear. Son incontables las secretarias (el otro día conocí a una que todavía le lleva el café a su jefe, que suele preguntarle si le "importaría alcanzárselo"); innumerables las correctoras, cuantiosas las diseñadoras, copiosas las encargadas de promoción y prensa, abundantes las responsables de derechos (con dos idiomas) y frecuentes las especialistas en mercadotecnia. Hay muchas editoras juniors, bastantes seniors y no pocas directoras de sello. Pero el ambiente comienza a enrarecerse de la dirección editorial hacia arriba, a medida que la atmósfera aparece más impregnada de los efluvios de la testosterona que de aromas más delicados. Y no digamos nada si ascendemos a las plantas nobles, donde se deciden estrategias y negocios y las páginas más leídas son las de color salmón. En cuanto a los sueldos, qué quieren que les diga: a pesar del enfermizo secretismo de que hace gala el sector editorial español (en otros países más civilizados se publican periódicamente estudios con los salarios de mercado), lo de "a trabajo igual salario igual" sigue siendo un objetivo casi tan difícil de alcanzar como aquella reivindicación internacionalista de ¡abajo la diplomacia secreta!
Está claro que las mujeres leen más y compran más libros. Pero solemos olvidar que también escriben y publican muchos. En las últimas décadas, y como fenómeno global constatable en ferias y foros internacionales, los libros escritos por mujeres llenan los catálogos de casi todos los grandes grupos editoriales. La novela, y especialmente la de género (literario, claro), es su campo preferido. Y las venden muy bien y dan a ganar mucho dinero a sus editores, como reflejan cabalmente las listas de superventas. Lo extraño es que esa abundancia de literatura de mujeres está siempre lejos de obtener el correlato crítico correspondiente. Y no solo aquí. The New York Times, un periódico de referencia en una sociedad particularmente atenta a los indicios de desigualdad, publicó en los últimos dos años reseñas de 545 novelas y obras de ficción; el 62% correspondieron a libros escritos por hombres. Y eso en un género en el que las fuerzas se hallan equilibradas. Lo que nadie aclara es el sexo de los críticos que las firmaron. Claro que, si a eso vamos, más vale que por estos pagos no nos pongamos a lanzar cohetes.
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/cultura/Libros/testosterona/elpepicul/20100915elpepicul_6/Tes
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