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sábado, 31 de mayo de 2014

Orfandad polemológica condena a herejes incómodos del ideal socialista en Cuba*

Fresa y chocolate, de Titón, polarizó a la sociedad cubana estancada en un patriarcado anquilosante. Fue una película herética.
 Juan Antonio García Borrero.  editor del blog La Púpila Insomne
 
En el mes de julio del año 1992, Tomás Gutiérrez Alea terminó de escribir un texto que tituló “Las trampas de la (fe) política”. Cuba atravesaba entonces una de sus peores crisis económicas. El antiguo campo socialista encabezado por la URSS había desaparecido, y parejo a ello crecía el malestar popular en medio de lo que sería bautizado como “período especial para tiempos de paz”.

 
El inicio de aquel texto escrito por Titón más elocuente no puede ser:

 
“Vivimos en una isla en todos los sentidos: nos hemos aislado demasiado. Culturalmente hemos venido empobreciéndonos; no recibimos los estímulos de tantas y tantas cosas que en el mundo se producen a diario, que salen en las revistas, que se discuten en la televisión, y que mantienen un ritmo ya inaprensible para nosotros, porque vivimos en una isla donde la vida se ha adormecido. Si pretendemos comunicarnos con el resto del mundo, deberíamos tener en cuenta que no somos el mundo. 

 
Se empezó por idealizar al hombre y, consecuentemente, se sustituyeron los incentivos materiales por incentivos morales, más acordes con un hombre libre de egoísmos y con un nivel superior de conciencia social. Como la realidad no se comportaba de acuerdo con las expectativas, fue necesario un reajuste. Había que producir ese nuevo hombre a toda costa. Los mecanismos económicos que obligan a trabajar al hombre en el capitalismo se sustituyeron por prédicas morales y consignas políticas. Al mismo tiempo se incrementó la vigilancia y la prensa nos informaba días tras días que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. 
 
Y, para alcanzar esas aspiraciones a corto plazo, la revolución se dio el lujo de cometer los más variados errores en la elaboración de una política económica cuyos rasgos esenciales, mantenidos persistentemente, han sido el idealismo, el paternalismo, el voluntarismo y la falta de sentido práctico”. 
 
Es preciso no perder de vista que aquellos eran tiempos en que el derrumbe del campo socialista trajo como consecuencia el desconcierto ideológico dentro de la isla, cuando no el abandono radical de las antiguas ideas marxistas, al considerarse que respondían a un período histórico ya superado por la realidad. Dentro del ICAIC, por ejemplo, el caso más notorio de ruptura pública fue Jesús Díaz, quien en Alemania expuso el artículo “Los anillos de la serpiente”, y el cual le valiera que fuera acusado casi de inmediato de apóstata.
 

De todas formas, en aquellos momentos la fe en el progreso imparable de la Historia, progreso que haría posible la desaparición de las clases sociales según pregonaban los que habían simplificado la profecía de Marx, a pesar de todo aún se conservaba. Y creo que, dos décadas después, la gente más desposeída que habitan el planeta (y que son mayorías comparados con los que detentan el gran poder) conserva intacta esa esperanza de mejoría, aún cuando tengan todo el derecho del mundo para recelar de lo que antes se les prometió en el mundo comunista. La fe en las ideologías cristalizadas es algo que cíclicamente se rompe, pero la fe en sí mismo seguirá existiendo siempre.
 

En el caso de Cuba, cuando a partir de 1961 se declara el carácter socialista de la revolución cubana, la fe, tal como se le concebía con anterioridad, casi siempre asociada a la religión, devino en algo más tangible. Se consolidó entonces la fe política a la que alude Titón en su texto, fe en el cambio de las condiciones materiales y la redistribución de las riquezas producidas, cambio del que serían exclusivamente responsables los seres humanos, y más concretamente, los revolucionarios. Por eso en aquella primera década de revolución pueden detectarse varios momentos donde, dentro del mismo campo fidelista, los actores pugnaban por concederle una mayor precisión al término, o sencillamente, peleaban por monopolizar el sentido de esa fe que se promovía.
 

Así que se luchaba por concederle al cambio revolucionario un carácter científico, aún cuando muchos de los términos utilizados en los debates le debían más a la mística que al rigor filosófico. Se hablaba, por ejemplo, de herejía (Alfredo Guevara) o de pecado original (Ernesto Che Guevara), y cuando alguien comenzaba a pontificar en nombre de lo que otros consideraban un dogma marxista, se le salía al paso. Pongamos el ejemplo del propio Titón, que en una de sus polémicas de aquella época aseguraba: “Y es que la idea del pecado original responde a una concepción mística del dogma católico. No tiene nada que ver con el marxismo. Ni siquiera con un “dogma marxista” que algunos quisieran tener como punto de apoyo y que sencillamente no existe”.
 

O cuando más tarde el Che en su conocido texto “El socialismo y el Hombre Nuevo en Cuba” les recrimina a los intelectuales su “pecado original” es Roberto Fernández Retamar el que le opone al argentino esta objeción que coincide, en esencia, con lo que señalara Titón: “El “pecado original”, como concepto, proviene de la tradición judeocristiana, e implica una tara de la cual no es responsable aquel que la sufre, y que nunca podrá ya quitarse de encima. ¿No le parece a usted que para un revolucionario marxista no hay “pecado original” alguno, y que el hombre, en primer lugar, es responsable sólo de sus actos, y en segundo lugar, puede con esos actos modificar ciertas condiciones, revolucionar lo exterior y revolucionarse él mismo?”
 

Los que estamos a punto de cumplir cincuenta años (o ya los cumplimos por estas fechas), nos formamos en un clima ajeno a esos libres exámenes, para decirlo en el lenguaje preferido de Lutero. Ya para entonces, la revista “Pensamiento crítico” había desaparecido, y en su lugar, se imponía poco a poco un concepto de marxismo unívoco y de manual, toda vez que las propuestas de Desiderio Navarro a través de “Criterios”, por ejemplo, difícilmente alcanzaban visibilidad en centros de formación intelectual.
 

No me gusta hablar en nombre de mi grupo generacional, pero tengo la impresión de que muchos de nosotros nos criamos con la sensación de que la herejía intelectual se asociaba al pecado, a lo patológico, o peor aún, a la traición. Y eso que somos hijos de un tiempo que se configuró sobre la base de quienes admiraban a uno de los mayores herejes que ha conocido la historia de la humanidad: Carlos Marx. De hecho, desde el momento en que la revolución encabezada por Fidel había dejado definido su perfil comunista, el marxismo pasó a convertirse en el único referente filosófico del grueso de los cubanos, gracias al carácter “científico” que por todos lados se pregonaba poseía esta doctrina. Pero entonces la filosofía que comenzó a impartirse dejó de ser ejercicio filosófico (que es básicamente búsqueda desinteresada de la verdad, de la sabiduría, del bien práctico en función de una comunidad), para transformarse en suerte de dogma partidista distribuido en manuales de una sola línea, y donde no era recomendable poner en práctica algo de lo que Marx, paradójicamente, siempre fue un maestro: la sospecha crítica y la herejía intelectual.
 

Tengo que admitir que mi descubrimiento de que toda fe necesita de la herejía, si aspira a perdurar, fue tardío. Ese descubrimiento se lo debo a la lectura de Jorge Mañach y a la cita que alguna vez hizo de esta observación de San Agustín: “Conviene, sin embargo, que haya herejes. Conviene, porque sin ellos, no habría discusión en qué fortalecer la fe”.
La figura del hereje, como todo lo humano, tiene un carácter histórico. Cada época ha creado y seguirá creando sus propios herejes, y los ha condenado y condenará sin contemplación, lo mismo a la muerte (como notifica esa tradición que alcanza su primera gran visibilidad con Sócrates, y se extiende en Giordano Bruno, por mencionar apenas dos), al exilio (exterior e interior), o al linchamiento colectivo (físico o verbal) a manos de sus contemporáneos.
 

Luego sucede que esos grandes herejes (si de veras estaban encaminando la ruta de sus herejías en función de un mejoramiento de la convivencia humana) son recuperados en fechas posteriores, y valorados como héroes cívicos por las nuevas generaciones. Así, la fe en la conquista de valores superiores que dignifiquen al ser humano por ser precisamente humano (y no por las riquezas que posea, o por la fortaleza física) termina reforzada justo con los ataques que esos grandes herejes dirigieron en su momento a los dogmas que un Poder temporal quiso eternizar.
 

Lamentablemente, estas historias de batallas intelectuales, dogmatismos, herejías, apostasías, y renacimientos de la fe en el marxismo crítico, resultan desconocidas para el grueso de las personas que viven en Cuba y fuera de Cuba. Esta parte de nuestra Historia (que ya no es tan reciente) no forma parte de ningún plan de enseñanza en nuestras escuelas, y cuando no es silenciada porque hacerla pública sería otra forma de entregarle “armas al enemigo”, es manipulada casi siempre por funcionarios de tirios y troyanos que optan por utilizar lascas de ese todo complejo que alguna vez existió, y del cual deciden utilizar solo aquello que en el presente pueda servir para prolongar la política establecida por el Estado desde aquella famosa alocución de Fidel a los intelectuales, o lamentarse de lo que la Historia pudo ser pero no fue “por culpa de…”. Como si la complejidad de la Historia se debiera a un solo hombre, a un solo momento, a un solo estado de ánimo…
 

Por eso como estudioso del audiovisual cubano, sigo con mis pesquisas en lo que podría ser el sustrato intelectual de ese conjunto de imágenes y sonidos que han llegado hasta nosotros bajo el rubro de cine cubano. ¿Podría entenderse el cine cubano de los sesenta, con su tendencia hegemónica al combate explícito en lo ideológico, sin rastrear en ese trasfondo de incesante lucha humana? No lo creo: cada una de las películas que se hicieron entonces, en realidad estaba debatiendo con la época, y más que con la época, con los diversos grupos que ocupaban los escenarios públicos de la fecha.
 

Es una lástima que se mantengan en las sombras las abundantes polémicas que en su momento se protagonizaron. Polémicas que lo mismo involucraba al Che, que a Carlos Rafael Rodríguez, o Roberto Fernández Retamar, por mencionar a algunos. Es una lástima porque al final lo que ha sobrevivido de esa etapa es una caricatura de lo que fue. Y las nuevas generaciones que están a favor del socialismo se van formando en medio de una orfandad polemológica que muchas veces condena a sus miembros a la simple condición de dóciles epígonos de un ideal, o agitadores de banderas y consignas que hablan más de la lealtad a ultranza (la fidelidad ciega), que de la argumentación a fondo.
 

Los cineastas de los sesenta (encabezados por Alfredo Guevara) fueron muchas veces cruentos en sus debates. Sabían que el empeño de construir una sociedad socialista demandaba algo más que buena voluntad, y mucho más que esa retórica cansina que repite en abstracto aquello de la libertad, igualdad y fraternidad. Hoy sabemos que es lo fáctico lo que en realidad dispone todo el tiempo, aunque pareciera que, consolidada en nuestras mentes la Ilustración, es lo racional lo que manda.
 

Devolverle el rol movilizador a la herejía intelectual, será uno de los grandes desafíos a encarar en la Cuba futura. La herejía intelectual ya no está de moda, debido a esa sobredosis de “capitalismo feliz” que nos venden a diario en las cada vez más numerosas pantallas del mundo, aunque en la vida real, las relaciones de poder sigan condenando a la mayoría de la gente a la angustia de sobrevivir en el fangoso día a día. De hecho, a veces tengo la impresión de que si el socialismo de estado fracasó en el siglo XX y el capitalismo sobrevive, fue precisamente porque aquel sistema (en virtud de su pedestre autoritarismo) se encargó de castigar y hasta desaparecer a todos sus herejes, sin aprovechar en lo más mínimo el sentido de sus críticas, mientras que el capitalismo los hace suyo a diario, incluso llega a domesticarlos en ocasiones, y los pone en función de los intereses de quienes finalmente mandan.
 

Obviamente, no fueron solo los estados autoritarios los responsables de que la herejía se haya convertido en rara avis en nuestras sociedades modernas. Está también el propio individuo, con su miedo a la libertad, para decirlo como Fromm. Ya lo explicaba de un modo magistral Elisabeth Noelle-Neumann en su ensayo “La espiral del silencio”, al describirnos el miedo natural del individuo cuando presiente que sufrirá un aislamiento social si expresa sus opiniones más auténticas, y estas no coinciden con las del grupo mayoritario. ¿Acaso no vemos a diario en Facebook cómo las personas, viviendo en sociedades democráticas, se abstienen de pronunciarse a favor de determinadas ideas que saben justas, aunque impopulares?
 

Y es que los cubanos tendríamos que comenzar a pensar con seriedad cuál es la relación ideal que habría de establecerse en un futuro entre la democracia y la libertad individual, que siempre es herética porque conserva la fe en un mundo mejor, y sobre todo, más fraternal. En lo personal, no he temido buscar luces en aquellos que alguna vez me prohibieron leer por peligrosos herejes, y he encontrado en Adam Michnik, por ejemplo, una idea que comparto: “Democracia no es exactamente lo mismo que libertad. La democracia es la libertad consagrada por el Estado de derecho. Por sí misma, la libertad, sin los límites impuestos por la ley y la tradición, es una vía hacia la anarquía y el caos, que se rige por el poder del más fuerte”.
 

Las ideas expuestas por Titón en “Las trampas de la (fe) política” parecían resumir algunas de las obsesiones y angustias que ya había expresado el cineasta desde bien temprano en su obra cinematográfica: el peligro de la insularidad física e ideológica estuvo en el centro mismo de Una pelea cubana contra los demonios; la denuncia del paternalismo del Estado y la relación establecida entre intelectuales y obreros motivó el surgimiento de Hasta cierto punto; las críticas al idealismo socialista todavía sobreviven invictas en Memorias del subdesarrollo. Como Titón, muchos herejes cubanos se han empeñado en sortear las trampas que dispuso una burocracia ideológica que ha querido monopolizar el supuesto sentido que tendría construir el socialismo. Correspondería a los historiadores de las ideas que han circulado en Cuba sacar a la luz ese cuerpo de reflexiones que han ayudado, de modo silencioso, a que pese a todo la fe no se extinga.
 

*Post original en https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com/2014/05/30/herejes-apostatas-pecados-y-fe-otra-pelea-cubana-contra-los-demonios-del-dogma-fragmento/

1 comentario:

  1. Yanelis Roseaux:3428 46232899 Sociaslimo e la mas grande miseria del hombre cuba via los derecho umano millone de preso libertad

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