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martes, 23 de septiembre de 2014

Poeta Cabeza de Zanahoria vivió la época romántica de la Revolución



Luis Rogelio Nogueíras (Cabeza de zanahoria)

Por José Miguel Garofalo* 

WICHI, bien temprano, antes de llegar a los 70 brilló con luz potente y singular. Creo no errar si digo que fue el primer premio David que convocó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para los jóvenes con su libro, Cabeza de Zanahoria. Delgado, de construcción fuerte, pelo rojizo, despunto rápido como buen poeta y narrador. Hizo una novela policíaca a dos manos con Guillermo Rodríguez Rivera, y otra más, enfocada en la vida internacional de combatientes infiltrados en los Estados Unidos. De escritura limpia, directa, pero sin abandonar una prosa bella, elaborada, fresca, original, con dominio de la técnica. Desde afuera estuvo muy ligado al grupo de la Nueva Trova y por desgracia lo sorprendió temprano la muerte.

Vivió la época romántica de la revolución en que todos poníamos empeño en construir una sociedad justa. Si con el tiempo se perdió la brújula, tuvo hasta la suerte de no vivir esa época. Digo mi opinión, si es cierto que hubo en esos tiempos el éxodo de Camarioca, las granjas llamadas de reeducación donde hubo abusos y xenofobia con los homos. Quizás la culpa de muchos de nosotros, quizás el mismo, era que estábamos tan afiliados a un bando en que creíamos, donde se alfabetizó a más de un 40 % de la población, y luego los maestros voluntarios, la lucha por subirlos hasta el 6to grado, la construcción de escuelas, el reparto de latifundios. Más de cien mil campesinos recibieron títulos de propiedad de hasta 5 caballerías. Si se volvió una utopía, entonces creíamos en su justeza. 

La vida fue juez implacable. Se hizo al fin una constitución nueva en el 75, se había implantado un sistema de un solo Partido, las elecciones cada vez se volvieron más una entelequia donde en el llamado Parlamento los acuerdos eran adoptados por unanimidad, sin votos en contra y ni siquiera abstenciones. En el propio Partido se violó el principio de democracia participativa y solo permaneció el Centralismo llamado democrático. Se violó el principio de que recibiera más el que más producía y caímos en una clase obrera desganada, sin estímulos materiales al esfuerzo individual. En la prensa oficialista, solo existía una versión de la realidad, la construida desde el Poder. 

La debacle vino en el 70 cuando dos zafras juntas apenas llegaron a menos de 8 millones de toneladas de azúcar. Las granjas cubiertas de yerba y marabú. Una política de aliento en la universidad a formar médicos, ingenieros u otras carreras, que despobló los campos de mano de obra joven. Casi eliminadas las escuelas de oficios. Llegó la libreta de control de alimentos y hoy ya cumple 55 años. 

Rectificaciones y más rectificaciones que terminaron en promesas de más rectificaciones. Siempre justificando la supresión del derecho a opinar en nombre de una Unidad para enfrentar la amenaza Imperialista. Lo de no acabar. Vino el Mariel, luego la crisis de los balseros, el éxodo de lo “mejor de la juventud”, el desgano de los obreros sin estímulo. Una prensa oficialista, un sindicato aliado a las empresas, el burocratismo y la ineficiencia total. Temprano habían suprimido los estudios de contabilidad y la carrera de Derecho. Se hacían supuestas discusiones de leyes y medidas de todo tipo, en asambleas rígidamente controladas, y ante un criterio diferente al previamente construido, la persona era calificada  de contrarrevolucionaria. De lo sucedido en la historia posterior a su muerte nadie puede culpar a Cabeza de Zanahoria,  el vivió la época romántica de la Revolución y con ese imaginario se fue  a la tumba. 

*Escritor cubano. Premio Luis Felipe Rodríguez de cuentos, 1967. Colaborador de Caracol de agua

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