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lunes, 9 de febrero de 2015

Santiago de Cuba camino a los quinientos tiene mucho que aprender de su pasado

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Santiago de Cuba llega a quinientos años en próximos meses; es una de las villas más añejas de la isla. Desde sus orígenes hasta hoy, siempre ha estado marcada por unas características que la hacen inolvidable. En el siglo XIX, principios de la década de 1860, la joven Carolina Wallace*, procedente de Estados Unidos, vive en ella; es hija del cónsul de ese país; pero su nacionalidad no es una barrera para legarnos unas estampas conmovedoras de lo que me atrevo a llamar: santiaguerías de aquel entonces. ¿Por qué lo afirmo?

Describe el puerto, la fortaleza del Morro y la Bahía con “ojos bien afectivos”, su admiración es tan grande que llega a decir  que “Santiago está especialmente dotado por la naturaleza para ser un Gibraltar del occidente, y, después de la de Río de Janeiro, su bahía es sin dudas la más atractiva de este hemisferio”.  

Sobre los modales de sus habitantes dice que son muy hospitalarios. La amabilidad del trato “hacen al visitante sentirse en casa, y la sencillez…, unida a la libertad de conversación, contribuye  a un bienestar  que mucho se agradece cuando uno se encuentra en tierra extraña”.

Algunos rasgos llaman su atención y entre ellos destaca el alto consumo de café, no falta en las comidas del día;  su calidad es muy buena, agradable al paladar, casi siempre va acompañado de cigarrillos.

Algo especial es el desayuno, “…consiste habitualmente en cinco o seis platos. Comienza con huevos y arroz, plátanos fritos, un pescado delicioso, bistec, boniatos, ensalada, frutas y algún dulce, todo acompañado de vino rojo…”

Sobre los días de la semana, el domingo es su preferido  porque es jornada de fiesta, primero se asiste a misa y luego se reciben visitas en casa;  en la tarde noche  van a escuchar la banda  de la Marina  a las cinco en punto y luego recorren la Alameda, donde comparten con amigos, familiares.

Identifica la volanta como el único medio de transporte;  “es un artículo lujoso y confortable”, sólo las familias adineradas pueden darse esta comodidad.

En los recorridos por la Alameda “reinan la sociabilidad y el flirteo…todos con inmaculados atuendos se pasean arriba y abajo, diciendo  con las miradas lo que no se atreven  con las palabras, cuando pasan junto a las damas objeto de su adoración, sentadas bajo la custodia paterna o familiar…”

No puede faltar en las páginas de Carolina la mención al Cobre y la Virgen: “El Cobre  es igualmente  célebre  por su milagrosa Virgen de la Caridad  -miles de personas  vienen aquí  como peregrinos desde todas partes del mundo, con la esperanza de  hallar cura  a enfermedades  y males de toca clase” (…)  fue descubierta  flotando cerca de la costa, y según reza la historia popular  fue recogida y trasladada  a una iglesia  donde se le colocó en el altar(…)”

Dice que las mujeres tienen un tipo de “belleza muy peculiar” y son extremadamente “seductoras”.

Un día en un hogar permite afirmar que  la frase con que siempre un cubano recibe a sus visitas: “Usted está en su casa”, no es un mero cumplido.

Las viviendas atraen su atención: “edificios vulgares, de un solo piso, sin desván, chimenea, ni ventanas, a menudo sin elevación alguna del nivel de la calle, apenas un escalón  hasta la entrada”.  Esto tiene  su causa: los terremotos.  Sin embargo  dice que: “No hay nada más fascinante  que sentarse  en el corredor cuando cae la tarde y disfrutar la vida que se extiende a nuestros pies”.

Resulta interesante el paseo en tren al Cristo,  le permite apreciar el paisaje cubano: “Flores y plantas  desconocidas se presentaban ante nuestros ojos a cada lado, con espléndidos capullos y enredaderas  colgantes, todas  brillantes  bajo la primera luz del sol, todavía cubiertas  por humedad abundante de la noche pasada”. Habla sobre los caballos, se sorprende ante su paso muy peculiar,  “no encontrado en otros lugares del mundo”.

Los santos en Santiago ocupan un lugar en  las estampas de Carolina, sobre todo el  Corpus Cristo: “Tiene  lugar  casi siempre a principios de junio y sus cuidadosos preparativos toman mucho tiempo (…) La procesión con la sagrada  efigie sale de la catedral  con mucha pompa  y boato, escoltada  por numerosos personajes de alto rango   dentro de la Iglesia y el Estado”.

El San Juan también ocupa a la Wallace: “jolgorio grotesco, con el acompañamiento de instrumentos musicales  de todo tipo, voladores y fuegos  artificiales. Se permite  el despliegue de la alegría  más ruidosa a lo que contribuyen  en gran medida  las procesiones  de los negros y la gente más pobre, con retozos y bailes  de los más primitivos y salvajes…” 

Según la autora, y no deja de tener razón, pues aún hoy es así: “En Santiago todo recibe su nombre en honor a algún santo, no solo las calles e iglesias, plazas y cuarteles, sino incluso los clubes y cafés, islas y fortalezas, así como también las haciendas, ríos y cementerios”.

Santiago de Cuba muy pronto estará de cumpleaños, para ello viste sus mejores galas; pero en honor a la verdad, si sus pobladores no se alimentan de un pasado memorable, donde el culto a las buenas costumbres y modales reinaba, probablemente lo que se hace por los quinientos años sea destruido sin reparar en eso que tanto admiró Carolina Wallace: “… fascinante (…) sentarse  en el corredor cuando cae la tarde y disfrutar la vida que se extiende a nuestros pies”.

* Carolina Wallace: Santiago de Cuba antes de la guerra, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005.

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