Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeagua@cultstgo.cult.cu
Santiago
de Cuba llega a quinientos años en próximos meses; es una de las villas más
añejas de la isla. Desde sus orígenes hasta hoy, siempre ha estado marcada por
unas características que la hacen inolvidable. En el siglo XIX, principios de
la década de 1860, la joven Carolina Wallace*, procedente de Estados Unidos,
vive en ella; es hija del cónsul de ese país; pero su nacionalidad no es una
barrera para legarnos unas estampas conmovedoras de lo que me atrevo a llamar:
santiaguerías de aquel entonces. ¿Por qué lo afirmo?
Describe
el puerto, la fortaleza del Morro y la Bahía con “ojos bien afectivos”, su
admiración es tan grande que llega a decir
que “Santiago está especialmente dotado por la naturaleza para ser un
Gibraltar del occidente, y, después de la de Río de Janeiro, su bahía es sin
dudas la más atractiva de este hemisferio”.
Sobre
los modales de sus habitantes dice que son muy hospitalarios. La amabilidad del
trato “hacen al visitante sentirse en casa, y la sencillez…, unida a la
libertad de conversación, contribuye a
un bienestar que mucho se agradece
cuando uno se encuentra en tierra extraña”.
Algunos
rasgos llaman su atención y entre ellos destaca el alto consumo de café, no
falta en las comidas del día; su calidad
es muy buena, agradable al paladar, casi siempre va acompañado de cigarrillos.
Algo
especial es el desayuno, “…consiste habitualmente en cinco o seis platos.
Comienza con huevos y arroz, plátanos fritos, un pescado delicioso, bistec,
boniatos, ensalada, frutas y algún dulce, todo acompañado de vino rojo…”
Sobre
los días de la semana, el domingo es su preferido porque es jornada de fiesta, primero se
asiste a misa y luego se reciben visitas en casa; en la tarde noche van a escuchar la banda de la Marina
a las cinco en punto y luego recorren la Alameda, donde comparten con
amigos, familiares.
Identifica
la volanta como el único medio de transporte;
“es un artículo lujoso y confortable”, sólo las familias adineradas
pueden darse esta comodidad.
En
los recorridos por la Alameda “reinan la sociabilidad y el flirteo…todos con
inmaculados atuendos se pasean arriba y abajo, diciendo con las miradas lo que no se atreven con las palabras, cuando pasan junto a las
damas objeto de su adoración, sentadas bajo la custodia paterna o familiar…”
No
puede faltar en las páginas de Carolina la mención al Cobre y la Virgen: “El
Cobre es igualmente célebre
por su milagrosa Virgen de la Caridad
-miles de personas vienen
aquí como peregrinos desde todas partes
del mundo, con la esperanza de hallar
cura a enfermedades y males de toca clase” (…) fue descubierta flotando cerca de la costa, y según reza la
historia popular fue recogida y
trasladada a una iglesia donde se le colocó en el altar(…)”
Dice
que las mujeres tienen un tipo de “belleza muy peculiar” y son extremadamente
“seductoras”.
Un
día en un hogar permite afirmar que la
frase con que siempre un cubano recibe a sus visitas: “Usted está en su casa”,
no es un mero cumplido.
Las
viviendas atraen su atención: “edificios vulgares, de un solo piso, sin desván,
chimenea, ni ventanas, a menudo sin elevación alguna del nivel de la calle,
apenas un escalón hasta la
entrada”. Esto tiene su causa: los terremotos. Sin embargo
dice que: “No hay nada más fascinante
que sentarse en el corredor cuando
cae la tarde y disfrutar la vida que se extiende a nuestros pies”.
Resulta
interesante el paseo en tren al Cristo,
le permite apreciar el paisaje cubano: “Flores y plantas desconocidas se presentaban ante nuestros
ojos a cada lado, con espléndidos capullos y enredaderas colgantes, todas brillantes
bajo la primera luz del sol, todavía cubiertas por humedad abundante de la noche pasada”.
Habla sobre los caballos, se sorprende ante su paso muy peculiar, “no encontrado en otros lugares del mundo”.
Los
santos en Santiago ocupan un lugar en
las estampas de Carolina, sobre todo el
Corpus Cristo: “Tiene lugar casi siempre a principios de junio y sus
cuidadosos preparativos toman mucho tiempo (…) La procesión con la sagrada efigie sale de la catedral con mucha pompa y boato, escoltada por numerosos personajes de alto rango dentro de la Iglesia y el Estado”.
El
San Juan también ocupa a la Wallace: “jolgorio grotesco, con el acompañamiento
de instrumentos musicales de todo tipo,
voladores y fuegos artificiales. Se
permite el despliegue de la alegría más ruidosa a lo que contribuyen en gran medida las procesiones de los negros y la gente más pobre, con
retozos y bailes de los más primitivos y
salvajes…”
Según
la autora, y no deja de tener razón, pues aún hoy es así: “En Santiago todo
recibe su nombre en honor a algún santo, no solo las calles e iglesias, plazas
y cuarteles, sino incluso los clubes y cafés, islas y fortalezas, así como
también las haciendas, ríos y cementerios”.
Santiago
de Cuba muy pronto estará de cumpleaños, para ello viste sus mejores galas;
pero en honor a la verdad, si sus pobladores no se alimentan de un pasado
memorable, donde el culto a las buenas costumbres y modales reinaba, probablemente
lo que se hace por los quinientos años sea destruido sin reparar en eso que
tanto admiró Carolina Wallace: “… fascinante (…) sentarse en el corredor cuando cae la tarde y
disfrutar la vida que se extiende a nuestros pies”.
* Carolina Wallace:
Santiago de Cuba antes de la guerra, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005.
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