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miércoles, 18 de mayo de 2016

Los trapitos ya no se lavan en casa



Nicanor y su mascota.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

A José Martí, que nunca fue adormecido por la frasecilla.

Una frasecilla vuela como mariposa en la mente de Nicanor, uno de esos buenos reporteros que prestigian la profesión en Cuba, va de esquina a esquina por sus pensamientos; husmea en las mentes de otros, incluso se adueña de los que quieren tener voz propia, hasta desarma a los criticones y riega el polvillo de la complacencia; siembra alcoholes vencidos para adormecer los conocimientos. Nicanor rehúsa tomarlos, su nariz niega el polvillo, no quiere el grano de los existencialistas.  Monta el Baconano que sacó a José Martí de la silla de cabalgar cuando balas españolas ultimaron su cuerpo; azuza el emblemático caballo en medio del temporal, se orienta ante la metralla y cabalga hacia donde el fuego es mayor; allí está la frasecilla acompañándolo, adormeciéndolo; entonces llegan de nuevo los alcoholes, el polvillo, el grano, siente sus filos oxidados en el cerebro y es barrido de la silla, lo recibe el suelo de Dos Ríos; mientras alguien, antes de rematarlo a machetazos, le dice varias veces: “los trapitos se quedan en casa”, “los trapitos son para casa”, “los trapitos se lavan en casa”, “no aprendiste, mira que intentamos conocieras el secretillo de la frasecilla, pero te rehusaste; ahora morirás en la oscuridad del monte, aquí donde nadie recordará un caracol, un tocororo, un Martí y menos un mar hablando al oído de un hombre ahogado”. 

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