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martes, 19 de julio de 2016

La basura




Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gamail.com  

Todos los días  Antonio hace el mismo recorrido ida y vuelta de la casa al trabajo. Lleno de sueños piensa  en cómo mejorar las cosas de su barrio; mover las aspas oxidadas del viejo molino de la ciudad atrapada en medio mileno de historia. Salió de la precariedad porque empleó su vida recogiendo y clasificando lo que otros desechaban. Así hizo fortuna, vistió a hijos e hijas y se labró una casa digna donde los amigos tienen las puertas abiertas siempre. En la puerta de su hogar pende una herradura para espantar los demonios. Adentro, sus ídolos en un altar condensan una cosmovisión; la que los suyos necesitan. Viste de blanco, no porque se hizo santo, sino porque es su color favorito desde que tuvo conciencia de los tambores asomados a su corazón mulato. Antonio fue profesor de historia, creía en las revelaciones de las personalidades, pero un extraño llamado sentía en las masas inconformes, allá donde esos grandes hombres no podían llegar. Antonio lo supo mediante una revelación de sus deidades mestizas, el basurero era la salvación en medio de los tiempos oscuros; por  eso olvidó la tiza, el borrador, los programas y un día tras otro madrugaba para ser el primero en recibir las descargas de Sueño, Vista Alegre, Veguita de Galo, los hoteles de turismo y el Casco histórico… “¡En su casa hay todo tipo de lujos! ¡Quién lo iba a decir! ¡La basura redime y ennoblece!”, así me dijo el viejo Cristino cuando le pregunté. “Ese hombre era un intelectual de luces, mira en lo que terminó; pero hizo bien, vio lo que no fuimos capaces de ver a tiempo. Con dignidad alcanzó lo que otros logran por caminos torcidos”. Cristino abanicó el viejo sombrero, hizo la señal de los santos y salió a caminar con el saco de yute al hombro. Había llegado muy tarde esa mañana al basurero. 

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