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viernes, 15 de septiembre de 2017

Cimarrón, este es mi grito




Por Haylenis Fajardo Guerra 

Conocí a Eduard Encina más de media vida atrás. Fue también en un septiembre alborotado por el paso de nivel y la certeza de que los próximos 3 años servirían de escenario a mi irreverencia. Allí estaba él, siendo parte del claustro de profesores que nunca integró. Eduard era una Isla, una de esas que está en medio de todo. Tenía una carcajada única y las manos toscas y pequeñas, lo noté la primera vez que lo tuve enfrente. Como profesor no tuvo tiempo de enseñarme demasiado, dejó de serlo muy pronto, para convertirse en una parte de mí que no puedo definir aún.

- Eres un animal- me dijo una vez- uno lindo, no te preocupes, uno de esos que tiene garras y dientes pero va por la vida luciendo una piel hermosa.

 - ¿Cómo un tigre?- pregunté- No. Como un Animal- y estalló en esa risa de ángel y perverso. Tiempo después entendí todo.

Recuerdo cada uno de los mosaicos que pisé para llegar a la cátedra que compartía con Daniel (Reyna). Recuerdo también la primera vez que estuve frente a la puerta de madera que no se ajustaba con el marco y había que suspenderla un poquito para poderla abrir. Ese lugar era terriblemente ordinario desde fuera e indescriptiblemente rico dentro. Recuerdo que era un espacio cuadrado sin esquinas. Las ideas se amontonaban en los rincones. Muchas veces, mientras él hacía malabares sobre un lienzo (alguna vez le dio por eso) me pedía que leyera fragmentos de alguna cosa impensable para mi en aquel entonces, como “Crónicas de una muerte anunciada” o algo por el estilo, supongo que para tocarme alguna fibra y reírse luego de mis enredadas reflexiones y mis múltiples caras de desconcierto. 

 -No me gusta este tipo- le dije un día, hablando del Gabo, luego de hacer trizas "El Coronel no tiene quien le escriba y otros relatos"-

- Creo que no entiendes al tipo- respondió dibujando esa sonrisa...

Este septiembre, a más de 90 millas, mientras corría para escaparme de la tormenta, él echaba su última batalla. No corrí lo suficientemente lejos. No hay manera de hacerlo. No describiré el instante en el que leí en letras altas en Facebook que ya no estaría más…. Ni los interminables instantes que vinieron después… ni los otros y los otros que le seguirán.

Soy una mujer, a veces cínica que además sabe olvidar. Soy feliz porque se olvidar. Sin embargo, Eduard llena un vacío que llevaré por siempre. Es una especie de hueco medio sordo, como un silbido grave, es molesto. He aprendido sobre la muerte a base de muerte… primero mi padre, ahora él… la muy puta tiene un gusto refinadísimo….

Pienso en sus últimos minutos e imagino que sintió mucho miedo, que sin mirarla a los ojos le escupió un sin número de reproches, creo que le suplicó que no lo hiciera, que estaban sus hijos rodeados de la valentía de una mujer con Lupus, que estaban sus cosas incompletas... Debe haberle mostrado una por una sus ganas de vivir, sus razones para hacerlo… pero ella es una puta con buen gusto seducida por la luz.

2 comentarios:

  1. Ñooo mi niña;te vaciaste. Hoy habemos muchos con un saco de preguntas al hombro, y un hueco en el alma. Mi beso.

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  2. Sentidas palabras..infinito dolor

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