Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Verlo con su cabello largo,
metido en jean, pulóver ajustado, siempre en la vanguardia del pueblo de
Villa Clara, me hizo seguirlo en su carrera política; era muy cercano a los jóvenes que éramos entonces.
Saberlo amante de las artes, amigo de artistas e intelectuales, impulsor de
lugares como el Mejunje donde los homosexuales se reunían, me hizo admirarlo
más. No es cualquier dirigente en Cuba el que sabe interactuar ante lo diverso,
lo escucha razonablemente y toma decisiones para ayudarlo a cambios
progresistas de fondo.
Recuerdo que en la universidad
hablamos acaloradamente sobre, “El socialismo y el hombre en Cuba” de Che
Guevara, y el modelo de dirigente socialista que debíamos tener. Por nuestras
valoraciones pasaron aquellos que hasta para orinar iban en auto y sus
familiares no podían imaginar la vida sin ese medio de transporte, y un ocio
programado en lugares suntuosos, que el hombre noble y altruista que construía
el socialismo no podía aspirar. El dirigente que más se acercaba a nuestras
representaciones del dirigente comunista, era Miguel Díaz Canel. Es la verdad,
siempre lo creímos así, además de tener algo que muchos debían aprender para
guiar a los seres humanos, saberlos escuchar, confrontar y tomar las mejores
decisiones. Canel es de esos, siempre lo fue; de ahí nuestra admiración en
aquellos tiempos.
Era de los dirigentes que iba en
una forever (bicicleta china) al trabajo día por día y no era politiquería como
afirman algunos. No llevaba seguridad alguna, pues como hombre de pueblo, nadie
tenía interés en hacerle daño a una persona que trabajaba por el bien común.
Otra cosa admirable era que,
todos los días, se levantaba oscuro y se iba a trotar para mantenerse en forma.
Nunca se percibió así mismo como un hombre de guayabera y levita, sino un ser
nacido de las entrañas del pueblo, hijo de padres humildes; de ahí su vocación de servicio al prójimo.
Muchas son las anécdotas que
circulan en la oralidad popular sobre esta joven figura, nacida en 1960; algunas mal intencionadas, otras evidencian
desconocimiento de su trayectoria vital. En el caso de los primeros, buscan minar la credibilidad de la elección,
argumentando todo tipo de versiones; la segunda intenta poner a su lado a otras
figuras que han hecho carrera política en la Revolución en
diferentes zonas vitales; a estos
últimos les recuerdo, que algunas de esas personas que mencionan fueron formados por Díaz Canel cuando era secretario del Partido Comunista en Villa Clara, elogiada en aquellos años del Período
Especial por ser la provincia más estable en el desarrollo de la isla y cantera
de cuadros para el país. De ahí salieron
muchos que harían vida política después hasta llegar a cargos claves. No digo
nombres, para no ser mal interpretado, pero honor a quien honor merece.
¿Qué me hubiera gustado a mí? Bueno,
como hombre de pueblo que otros estuvieran nominados junto a Díaz Canel y que
su probada hoja de servicios, fuera el aval suficiente para ganar los 604 votos
de la Asamblea Nacional.
Estoy convencido que hubiera obtenido la mayoría de los votos por amplio
margen, porque creo que nadie en Cuba tiene tantos méritos como él para
conducir los destinos de la isla. Es un dirigente que cuenta con la aceptación de los intelectuales, los hombres de ciencia, los artistas, los jóvenes universitarios, en fin, con la mayoría del pueblo cubano. No fue alguien
nombrado a dedo como dicen algunos, sino alguien que trabajó por décadas para,
llegado el momento, merecer esa elección.
El método de elección ha traído
discusiones, valoraciones encontradas incluso;
pero no cabe errar y jugar a la Asamblea de Guáimaro aquí, el mundo anda
fabricando guerras sucias, desarmando procesos populares, el tío Sam ha
regresado con el “divide y vencerás”;
Cuba no está en una urna de cristal, de espalda a todo eso; así que debe obrarse fino para mantener la
paz y crear las condiciones que
conduzcan a un país mejor; pero sin
improvisaciones.
Qué Raúl Castro permanezca al
frente del Partido por un tiempo determinado es algo estratégico; cualquier
hegemonía que se respete lo haría si el mundo anda orbitando en una locura
demasiado demencial; desde esa posición, tendrá que quitarle varios años a su
familia y seguir atento, a todo lo que vaya sucediendo; alertar, orientar y
enjuiciar cuando sea necesario. Lo mismo tendrá que hacer Díaz Canel en sus dos
períodos sucesivos de gobierno (por diez años);
en sus manos estarán concentrados todos los poderes políticos y de
gobierno; tendrá que construir el proceso de cambio, sin dar espacio a
improvisaciones e ingenuidades. El nuevo presidente que salga electo, luego de
Díaz Canel, tendrá a este último como máximo secretario del Partido por tres
años y a él tendrá que subordinarse, hasta tener las condiciones óptimas que le
den la concentración estratégica de poderes para asegurar la unidad de los
poderes de la nación cubana.
Las hegemonías se construyen,
tienen momentos de consensos, crisis, reorientación. Cuba vive un momento de
cambio generacional, es algo biológico, histórico; desconocerlo es un error; preparar el cambio es vital; no puede ser, reitero, una Asamblea de
Guáimaro, sabiendo que primero hay que ganar la guerra y luego hacer la República; Céspedes tuvo muy claro eso, aunque camagüeyanos
ingenuos y habaneros idealistas estuvieron contra él; en la hora actual, no cabe el “contra sí” que
sabiamente analizó Joel James en un magnífico libro.
En la coyuntura de la isla: ¿quién
podría llevar los destinos de la nación, gozando del consenso de todos y
creando los puentes culturales de la próxima década? Con toda honestidad,
pienso que Díaz Canel y ahí está su hoja de servicios. Los que no piensen como
yo; están en su derecho; mi criterio es
sano, no es viral, ni busca efectismos instantáneos que llamen la atención
sobre mi valoración del clima generacional que vive Cuba. Creo que se ha hecho
lo correcto.
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