Por
Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Vine
al mundo y anduve por ahí como
animalillo asustado mi primer año y medio.
En la que fue mi primera casa nunca supe lo que era el amor. Un día me
arrancaron de allí y tras unos cuantos
minutos de camino llegué a una finca donde señoreaba el verde. Una mujer de voz
dulce me recibió. Desde ese día siempre estuvo conmigo; curó la enfermedad que un lúcido médico no se
atrevió a enfrentar; a base de
cocimientos, horarios programados y mucha ternura. Me salvó de una muerte anunciada que ni el
mismo médico chino podía evitar, dijo en consultas un pediatra de Holguín. Aquella señora consiguió lo que la ciencia no
pudo, darme luz y enseñarme el valor de
la vida.
Yo
era como un perrillo detrás de ella a todos lados, al darle comida a sus
gallinas, al colar el café en la madrugada, campo adentro buscando nidadas de
huevos en los mállales. Una vez, un alambre viejo dejó un surco en mi pierna
izquierda al cruzar una cerca, seis
puntos hubo que darme, pero aquello se infestó y la penicilina y sus cariños hicieron
lo necesario.
Ella
me enseñó el amparo. Estar en sus brazos era como dormir en la mejor de las
camas. Su olor me producía una paz
extraordinaria. Sus comidas, las mejores
que he degustado en toda mi existencia.
Su
visión de la justicia en una casa donde vivían muchos, me dio el socialismo
sencillo que el hombre necesita para ser un ente comunitario; no había privilegios, se comía según el trabajo, el hombre que sacaba a la tierra
alimentos era el más importante, todo giraba alrededor suyo; ella comía el cogote y la molleja de las aves,
para dejar las mejores postas a las hormigas que andábamos en torno suyo.
Nunca
me hizo sentir extraño, ni me tiró en cara que yo era un arrimado, por eso mi
primer día en la escuela dije que era mi Madre; al preguntarme mis apellidos,
algo no encajaba, entonces la maestra mandó a buscarla y ella contó la historia
de un niño sin hogar, que llegó a su casa como animalillo asustado, casi
muriendo y lo salvó con una medicina llamada amor.
Me
hice un hombre a su lado. Estudié por ella. Llegué a la universidad y me gradué
porque su inmenso cariño nunca me faltó.
Mi
primer salario cuando empecé a trabajar lo puse en sus manos, recuerdo me pidió
lo comprara todo de café seco, algunas libras puse en sus manos y sus ojos
brillaron como el lucero que veíamos al amanecer cada madrugada.
Decía
a todos que yo era su hijo más pequeño, “orgullo mío” le decía a Toña, su mejor
amiga y confidente de las cosas propias de las mujeres del campo. Carlito
Fornaris reconocía el mérito enorme de
ella al educarme. Yo había crecido, era un hombre recto, educado en las
doctrinas del socialismo comunitario de la mujer que me enseñó el significado
de la palabra MADRE. Ella lo ha sido
todo para mí, por eso el día que pasó a
otra dimensión sentí mucha soledad; tanta, que creía morir; por eso llamé mamá a la mascota que me ama
quizás tanto como ella, de alguna manera seguía evocándola al nombrar a ese
pedacito de ser en cada momento del día.
No
me acompaña físicamente hoy, donde quiera que esté, no imagina mi añoranza de
aquellas conversaciones bajo el árbol de Salvadera; sus manos sobre mi cabello
en las caídas, sus palabras de aliento para empujarme a adelante; la frase puntual: “Escucha siempre lo que te digo,
porque tarde o temprano sucede. Yo se más. Una madre ve con los ojos del AMOR”.
RECOMENDACIÓN: Escucha las últimas palabras de una MADRE para un HIJO:
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Hola amigo hace tanto que te conozco y nunca supe que detras tenias una historia tannnn linda de AMOR de tu mami, es hermoso ver como alguien puede levantarse y decir "SI SE PUEDE" como lo hiciste tu, deseo que Dios siempre te bendiga en todo lo que emprendas y te guarde en todos tus caminos.......
ResponderEliminarAbrazos, así es la vida querida Sonia, uno anda entre la gente y muchos no imaginan cuántas historias lleva cada uno en el alma....Gracias por tus palabras. Amén....
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