Saliendo del Taller Raúl Gómez García en la Casa Memorial Orlando Pantoja de Maffo (Año 1999) |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Año 1997. Lo veía en la madrugada o ya tocando el anochecer, sobre una bicicleta camino a Contramaestre o rumbo a Baire. Me
decía: “saludos a la gente de la nacagua”; así llamaba a Cruce de Anacahuita, mi barrio
natal. Me parecía un peleador de gallos, porque su pinta daba eso.
Pero un día nos vimos en el antiguo
Instituto de Perfeccionamiento Educativo (IPE) y supe que era subdirector
docente de la escuela secundaria básica Rodolfo Rodríguez; yo era jefe del departamento de humanidades
de la Pepito Tey.
Allí confraternizamos. Me habló de un taller que había en la ciudad, le dije
que la instructora del mismo me visitaba en casa hacía más de un año.
En aquella reunión, con los
profesores de humanidades, yo hablé duro de la enseñanza de la historia, de
Martí; al salir, vino y me dijo: “Guajiro,
la pusiste buena”.
Después nos encontramos en el
taller, unas veces en el patio de las Maidique, otras en el amplio corredor de
la vieja casa de Aquilino Fernández, hoy Central de Trabajadores de Cuba, en
Contramaestre, o en el área exterior de la Casa Memorial Orlando Pantoja de
Maffo.
Sus poesías eran demasiado
románticas, me daban algo así como Pablo
Neruda o sencillamente César Vallejo. El
gran poeta del grupo era Víctor Adriel Matos Legrá, siempre la ponía buena y
tenía un ojo para encontrar ripios, que una sección con él, era quedarse con un
par de versos. Muchos se fueron del taller, porque no podían con aquello.
Los talleres debate literarios
los ganaba siempre Víctor; nadie podía
disputarle. Eduard creció admirándolo por su hablar pausado, exquisita
cultura y cristiano de cuna. Todos queríamos a aquel joven, porque en verdad
creíamos que sería el gran poeta del futuro;
pero un día se despidió y muy serio nos dijo que se iba a España. Mantuvimos
comunicación en la distancia. Cuando venía a Cuba, celebrábamos con
vino, quesos y lo que Víctor comprara, porque en verdad nuestros bolsillos
andaban muy desajustados.
El taller se llamaba “Raúl Gómez
García” y la instructora era Flora Preval. Allí nos dábamos cita Bárbara Cuba, Eduard
Encina, Edgardo Licea, Osvaldo Matos, Omar Lora, las hermanas Maidique, Marino,
Bismar Galán, Annia Enamorado, Mario Durruti, Luis Enrique Jerez, en fin mucha
gente buena. De todo ese semillero, la
Cuba se erigió como la poetisa enorme que ocuparía el lugar
de Víctor, pues todos los premios los ganaba ella y Annia Enamorado. Eduard era uno más. Leía mucho a los románticos del siglo
XIX cubano, después se volvió loco leyendo a Lezama Lima, a los poetas del
grupo literario Orígenes, a Martí.
La Cuba se fue a Palma Soriano.
Annia se apartó de los versos y Eduard apareció ante todos como el gladiador
que venía formándose; Flora estimuló
mucho eso, nos prestó libros valiosos que nunca regresaron a su biblioteca.
Crecimos en unos años y cuando ya se veía llegar el 2000, Eduard fue el primer
poeta del grupo en publicar un libro, gracias a las Ediciones Territoriales:
“De ángel y perverso” era el título y lo
presentó en Contramaestre Oscar Montoto Mayor. En verdad fue una gran alegría.
Yo era su jefe, porque lo habían mandado para mi escuela. Desde mi trabajo yo
vi hacerse todos los poemas de aquel primer cuaderno. Recuerdo conocimos a un
poeta ya realizado como Alfredo Quintana, que se vino toda una semana a Baire,
a darle pulimento para meterlo al horno editorial. Si hay otro padre tutelar de
Eduard, es sin dudas Alfredo.
Después se ganó un premio con
el librillo “El perdón del agua” y
empezó a creerse en verdad aquello de la poesía. De la cabeza a los pies nos
volvimos escritores, creíamos en eso; el poeta Reinaldo García Blanco hizo de
mentor, pues nos traía libros para orientarnos, según lo que veía en cada uno.
Yo publicaba “Leer La Edad
de Oro con ojos de Mujeres”, Carlos Miguel Pérez “El caballito de plata”, en
fin muchas publicaciones. Entonces llegaron al grupo, traídos por Eduard, Jorge
Labañino Legrá, Domingo González, Julio
Baños, Kike la Bala, Osmel Valdés y otros.
Por razones personales, muy
serias por cierto, Eduard tuvo que irse de educación y terminó siendo
instructor literario en la casa de cultura de Baire, allí decidió montar un
viejo sueño del poeta Olson, ya probado en el Instituto Superior Pedagógico
Frank País García; empezó a reunir un amasijo de
gente, se rebautizaron “Café Bonaparte de Baire".
El único escritor profesional que
había por estos lares supo de ellos, de nosotros, no dudó en acercarse, pero
sus críticas eran demasiado pedantes y hubo momentos en que la cosa se puso muy
seria; después terminamos amigos y por esas
cosas del "azar concurrente" de Lezama, nos volvimos los mejores yuntas de
Orlando Concepción Pérez. Casi todos nuestros libros pasaron por sus manos
antes de publicarse. Día por día nos veíamos en su casa, vivíamos aquello de
ser los escritores de la ciudad, los cheches, los que más leíamos, cuando el
país se estaba fragmentando, la prostitución como un pulpo, la corrupción
haciendo de las suyas y millones de cubanos yéndose a otros países del mundo.
El Café ganó terreno y
Eduard alcanzó un par de premios de los
buenos, el Calendario en poesía para niños y adultos; dos libros fueron los
responsables, “El silencio de los peces” y “Golpes bajos”. Entonces empezó la
furia de la Asociación Hermanos
Saíz, de convertirnos en la vanguardia artística y todo ese entusiasmo enorme
con el que nos íbamos de un pueblo a otro, armados de guitarras, libros,
canciones, botellas de ron y éramos tan felices.
Contramaestre era noticia en la
literatura, la historia, la cultura, los blog. Se nos metió en la cabeza
construir un reino espiritual, un pueblo donde la gente amara el arte, la
literatura, el periodismo alternativo; creímos que podíamos mejorar el alma
humana y lo dimos todo, sin esperar nada a cambio. Todos crecimos en aquello,
algunos se volvieron jefes, otros seguimos aferrados a los libros, a la
vida espiritual y Eduard era de estos últimos.
Un día hablamos de la Ruta Funeraria de José Martí,
la que millones de cubanos ignoraban y agarramos unas guitarras y nos fuimos a
amanecer en Remanganaguas, a dar un concierto, leer poemas y hablar de Martí. Éramos
como locos, pero mucha gente creyó en aquello y un día, gracias a las
conversaciones con el poeta César López y el ensayista Víctor Fowler, ambos de
visita en la ciudad durante aquellas
ferias del libro que nunca debieron irse, surgió el proyecto Orígenes. Víctor
nos alentó duro. César también. Así empezó una jornada literaria donde se
combinaban dos momentos cumbres de la literatura, el martiano y el lezamiano. Contramaestre
nos daba esa posibilidad, pues teníamos la casa de Fico Fernández, albacea de
José Rodríguez Feo, uno de los gestores editoriales de Orígenes y teníamos la
mayor cantidad de lugares de toda Cuba donde descansó e incluso fue
enterrado el cadáver de uno de los precursores del Modernismo, -José Martí-; así que la mesa
estaba servida y había que darle cordel a aquel sueño.
Al principio armábamos en mi casa
el programa, a mi correo llegaban las obras que concursarían, en fin, fuimos
puente, oficina, muchas cosas. Orígenes se hizo una verdad que nos unió a
todos. El río Contramaestre puso la nota inicial, todo terminaba con un baño en aquellas aguas,
luego quisimos darle más fuerza al
asunto y el campismo Las Golondrinas se volvió nuestro cuartel general. La Asociación Hermanos
Saíz y la Sociedad Cultural
José Martí se hermanaron en todo aquello, creíamos en esa alianza, en los
liderazgos respectivos; pero con el tiempo, los programas del evento se armaban
de forma individual, empezamos a reñir, queríamos crear el Movimiento Literario
Orígenes, hacer de aquello un gran proyecto intelectual liderado por la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba de conjunto con la Sociedad Cultural
José Martí, pero no logramos consenso, seguíamos en las discusiones, quisimos
darle fuerza a lo digital dentro del evento,
varias veces lo conseguimos, leer on line, la promoción en ese mundo,
todo aquello nos hacía discutir fuertemente, hasta que casi terminamos
enemistados, porque algunos empezamos a pensar que no podíamos respirar dentro
de aquella tiranía, por eso un día Eduard me dijo, “hermano, el número mágico
es 10, si llegamos, ahí termina todo”. Mucha gente pequeña se encargó de
meterle ruido en los oídos al Gordo Encina, casi nos echaron a fajar, hombrecillos y mujercillas enfermas de
grandeza dijeron cosas. La enfermedad terminó acercándonos y tengo el honor
inmenso de oír de su propia boca algo que siempre recordaré con sano orgullo:
“Ahora se que eres mi hermano. No sabes el meno enorme que tengo de los
potajes en tu casa, de nuestras discusiones intelectuales; mi último cumpleaños allí, en torno al puerco
asado. Guajiro, usted será mi hermano siempre”. Me quedaron miles de fotos de
todo eso, videos.
Son las verdades de nuestro
pequeño mundo espiritual, el que soñamos en la segunda mitad de la década del 90 y las dos primeras del 2000; en el que cada uno aportó su grano de arena
y nadie se hacía el bárbaro; por eso
jode oír a cualquier hormiga hablar y repartir méritos hoy, si nunca estuvo
en aquellos momentos germinales, que hicieron de Contramaestre una de las
plazas literarias más importantes de Cuba.
Eduard junto a Arnoldo Fernández y Orlando Concepción. Fot. Víctor Adriel Matos. |
En el Cementerio Remanganaguas, 19 de mayo de 2004. |
Eduard junto a Jorge Labañino, Luis Enrique Jerez y Arnoldo Fernández. Año 2006. |
En el cumpleaños 7 del blog Caracol de agua (Casa de Arnoldo Fernández, 25 de agosto de 2016) |
En la casa de mi tío Fidel Fernández en Cruce de Anacahuita, antes de comer unas empanadillas. 1 de enero de 2015. |
En mi casa celebrando su cumpleaños 44 el 27 de enero de 2017. Ese día asamos un puerquito. |
En la despedida del duelo de Orlando Concepción. 2 de noviembre de 2010. |
Junto a nuestro compañero de estudios, el hoy trovador Eduardo Sosa, 20 de enero de 2017. |
A todos mis cumpleaños siempre venía. |
No se perdía un cumpleaños en mi casa. |
Oscar Montoto Mayor: Arnoldo, buen amigo, cada mensaje, pliego, remembranza, artículo que lanzas, es pieza de valor histórico y literario. Este es otro.
ResponderEliminarCuando vi a Eduard la primera vez, no pude sospechar, oh, divina y terrible subjetividad, que era lo que fue y es, inmenso poeta, escritor, amigo; pensé en un luchador o boxeador; pero con sonrisa franca y natural y el saludo de noble expresión física y espiritual. No olvido esa sonrisa. Y tuvo la paciencia de soportar mi presentación de su libro que me agradeció diciéndome que era original lo que hice porque temía un discurso para especialistas y lo que quería era eso, una reseña que dice cosas y motiva la lectura... y que se venda. Y nos reímos a carcajadas.
Ya te lo dije, Arnoldo, los poetas no mueren.
Felicidades otra vez por tu sensibilidad.
Abrazos y para todos esos poetas. Especial para ti.
Oscar Montoto Mayor Tienes mucha razón en tu afirmación:
ResponderEliminarLOS POETAS NO MUEREN.
Más con amigos como Arnoldo.
Rafael José Rodríguez Pérez: Hermoso, hermano. !Cuan importante es rescatar nuestra memoria, la "pequeña", la "negada". En ese camino, imprescindible, vas ya muy, muy lejos, con tu increíble Caracol de Agua.
ResponderEliminarGracias por eso!!!
Arnildo...Querido amigo. Un cumulo de sensaciones mezcladas con recuerdos maravillosos de esos primeros pasos en el taller literario irrumpen atropellando mi mente y mi corazon se encoge....pienso en cuanto me he perdido estos mas de 20 años....me consuela saber que ha crecido...que han crecido y siguen en ese camino tortuoso y complicado....placentero y soez...pero en el camino....cuanta nostangia..cuantobextraño a mi querido Eduard..un abrazo enorme
ResponderEliminarMuy bueno, hermano, me has conmovido. así se forma la cultura de un pueblo, poco a poco, desde abajo, esa es la verdadera cultura, la que define la identidad de un lugar. Y no olvidamos a Eduar, por supuesto
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