Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Un extraño olor aparecía de vez en cuando en sus axilas, no lo creía suyo, pero tenía dudas, quizás era la paranoia que padecía con el grajo. Cuando bajó del automóvil llevó su nariz allí, era inconfundible. ¿Cómo me lo pegaron, santo Dios? Entonces recordó que hacía unos cuantos días que no tenía desodorante en casa, no quería ser presa de los especuladores, porque en ningún comercio del pueblo había. Volvió a llevar sus fosas nasales a sus axilas y molesto se dirigió a Calle 11, en una de las carpas, sobre un mostrador improvisado, había varias marcas de desodorante, cuando preguntó el precio se lo comió el asombro: "900 pesos." Volvió a llevar su nariz allí, entonces extrajo de la cartera el dinero, pagó y regresó a casa feliz, ya no tendría aquel grajo que lo hacía sentir un tipo de otro mundo.
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