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lunes, 4 de septiembre de 2017

El reino del mamoncillo



Nada más saludable que el mamoncillo; el tiempo se va y los cuescos forman islas.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Uno siente el raro misterio de estar en un punto de la geografía donde el tiempo no pasa  y no queda otra cosa que aferrarse al “reino del mamoncillo”. Para algunas personas es algo tonto, comida de ingenuos, o sencillamente entretenimiento  banal;  yo no lo creo así. Si lo aprecias desde un punto de vista negativo, pudiera pensarse que comprar unas macetas y sentarse a la sombra de una guásima e iniciar la aventura del chupar infinito, es algo sin sentido en la vida, con tantas cosas importantes por hacer. Si lo analizas desde el costado del hombre humilde, sin acceso a las instalaciones turísticas, no porque no tenga derecho a visitarlas, sino porque el bolsillo no da para pagar 40 dólares por día, en lugares como Guardalavaca o Varadero, entonces nada más saludable que el mamoncillo; el tiempo se va y los cuescos forman islas, donde la germinación tarda, pero se consigue, aunque a veces salen machos y la hembra no aparece por ningún lado. A la gente no le gusta cultivar árboles de mamoncillo porque demoran mucho en ser adultos y se corre el riesgo de una planta masculina. Las variedades femeninas crecen silvestres, se multiplican por accidente y en ello tiene el protagonismo fundamental el murciélago, muy goloso, junto al hombre, de esta frutilla; la cargan y la van esparciendo por montañas, desfiladeros y lugares a veces inhóspitos;  así ha llegado a nosotros y uno no sabe si agradecerla o maldecirla;  porque atraen a niños, jóvenes, adultos;  de gajo en gajo, de los más gruesos a los más finos, cada año, muchas familias pierden a un miembro o otros quedan paralíticos;  lo cierto es que el goce del cuesco chupado nos toma, es una especie de embrujo, algo mágico, yo diría que sublime, porque nos domina y controla el paladar, atento al vocerío en lo alto, a Urbanito desmochando macetas; a Cuca armando montones de a peso; los encargos de días anteriores;  toda una fiesta que obliga a preguntarse quiénes descubrirían el goce del cuesco chupado, lo benigno de esta fruta para el  hombre: ¿Serían los aborígenes cubanos de oriente? ¿Acaso los conquistadores? No he querido contaminar mi crónica sobre el reino del mamoncillo, con palabreos meta-históricos, porque en honor a la verdad me llamarían entonces tonto chupa bolas y haría el ridículo. Prefiero encontrarme entre los humildes de la tierra, con muchos deseos de irme a uno de esos lugares deliciosos de mi isla, pero mi solvencia financiera es tan limitada que solo da para hacer de agosto un mes ideal y sentir que el tiempo pasa, cuando los árboles ya no complacen el chupar infinito del cuesco y empiezan el mudar de las hojas.

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