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viernes, 7 de diciembre de 2018

La muerte soñada por Antonio Maceo



La Muerte de Maceo (1908). Óleo S/T de Armando García Menocal.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

Noches antes del día 7 de diciembre de 1896. El Mayor General, Antonio Maceo y Grajales  tiene sueños extraños;  sátiros de la mitología griega acompañan  su cuerpo camino a la muerte; su madre conversa  con él.

Meses antes, malos cubanos siembran intrigas sobre él en el campo de la revolución;  Máximo Gómez  quiere tener un encuentro;  no puede aplazarse.  La discriminación  racial está en la mentalidad de muchos;  no toleran la grandeza del hombre de Baraguá,  su intransigencia revolucionaria, la radicalidad de su pensamiento político.

Desde Pinar del Río, en el extremo occidental de Cuba, pone en jaque mate a las tropas del capitán general español, Valeriano Weyler; cruza la Trocha de Mariel a Majana varias veces,  burlando un sistema de alumbrado y postas casi infranqueable. 

En su cuerpo, muchas heridas, más de veinte. El invierno en el occidente de la isla es más crudo. A Antonio le cuesta levantarse cada madrugada de la hamaca rebelde; sus ayudantes comprenden que pierde fuerzas.  Está envejeciendo. Tiene 51 años cumplidos.

El día 6 de diciembre está en Punta Brava, tierra de La Habana; va a reunirse con Gómez; tiene fiebre muy alta durante el día y  parte de la noche. Duelen las viejas heridas; las ordenanzas friccionan las piernas para aliviarlo. El general José Miró Argenter lo ve agitarse en la hamaca durante el sueño y escucha frases incoherentes. Al amanecer cuenta a Miró su sueño. Dice que vio a su padre, a su madre y a todos sus hermanos muertos. Estaban a su lado y lo llamaron: "Antonio, basta ya de lucha, basta ya de gloria". A su médico, el doctor Zertucha, dijo: “Tengo el presentimiento de que me van a matar”.

A las once de la mañana del 7 de diciembre de 1896,  tiene tiempo para escuchar la lectura  de la Batalla de Coliseo, en “Crónicas de la guerra”, de José Miró. De pronto se oyen detonaciones; siguen descargas cerradas. La exploración mambisa no puede avisar y los españoles sorprenden el campamento insurrecto. Maceo se sobrepone al agotamiento por las fiebres y junto a 45 hombres parte a la carga;  una cerca de alambres lo detiene, ordena cortarlos, dice al general Miró: “Esto va bien”. Un proyectil penetra por el lado derecho de su cara, cerca del mentón, y sale, con ruptura de la arteria carótida, por el lado izquierdo del cuello.

Al enterarse de lo sucedido, Panchito Gómez Toro, el hijo de Gómez, sale con un brazo en cabestrillo del campamento en busca del cadáver de su jefe. En un gesto supremo de lealtad, muere a su lado.

Antonio Maceo Grajales soñó muchas veces la muerte, pero la noche del 6 fue crucial; sus muertos amados hablaron con él; incluso Mariana; vio imágenes donde los sátiros acompañaron sus restos al descanso final; su espiritualidad sentía la proximidad del deceso; el 7, ya casi al mediodía, después de un baño de historia, fue a encontrarse con ella y hoy, 122 años después, el pueblo de Cuba, lo recuerda como el hombre que tenía tanta fuerza en la mente, como en el brazo.

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