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sábado, 1 de diciembre de 2018

Mendive: maestro de los asuntos del alma


José Martí junto al maestro Rafael María de Mendive.

Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com 

El buen maestro nunca lo olvidamos; acompaña en todos los momentos de la vida, es   tan importante como  nuestros mismos padres;  en algunos casos,  llega a ser esencial, porque está cuando hace falta un consejo, una decisión que valorar o un destino incierto a elegir. Un 24 de noviembre de 1886, fallecía en La Habana, uno de esos maestros imprescindibles,  su nombre: Rafael María de Mendive y Daumy, el maestro de José Martí, el Apóstol de los cubanos.

Pero, ¿qué formación tenía el maestro Mendive, para convertirse en alguien tan necesario para Martí?

Sobre todo, un hombre muy sensible, huérfano desde pequeño, pudo valorar el significado del amor, como clave de la ascensión virtuosa; cuando falta, el ser humano se malogra, extravía, es amargado, resentido, rencoroso, no puede superar nunca esas faltas, porque el veneno de  sus fracasos ciega el entendimiento.

Martí fue su alumno en el Colegio de San Pablo, allí supo de la visión enciclopédica de Mendive; su profundo conocimiento de los idiomas, sobre todo, inglés, francés y latín.  Aprendió a querer los versos de su Maestro, al extremo de traducir obras mayores de la literatura siguiendo su ejemplo;  incluso empezó a escribir sus primeros versos en el silencioso retiro de la biblioteca personal de aquel perceptor de almas. Todo buen maestro, siempre tiene a mano una gran biblioteca, que sus mejores alumnos descubren un día.

Abogado de profesión,  prefirió el camino de la pedagogía,  por eso San Pablo es el hogar espiritual que el niño José Martí tuvo a mano, para crecer en el ejercicio sano de la espiritualidad. El ejemplo de su maestro lo inspiró tanto,  que se hizo patriota, sin ser Cuba una nación independiente en el concierto de los pueblos libres del mundo; por eso el día que el maestro Mendive fue a prisión por sus ideas independentistas, su mejor discípulo lo visitó en el Castillo del Príncipe;  luego lo vio partir, por cuatro años al destierro.

Pero ya Rafael María de Mendive había sembrado el deseo de libertad en su mejor alumno, ya ubicado en el campo de las bijiritas, símbolo de la fauna, con que se identificaron los “independentistas  cubanos” de aquellos tiempos.

Al conmemorarse el primer aniversario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre, uno de los alumnos de Mendive, Carlos de Castro, se alistó como cadete en el Ejército Español y el hecho generó una carta donde Martí lo llamó traidor e irrespetuoso del legado patriótico de su maestro. El documento  cayó en manos españolas y  Martí fue condenado a 6 años de presidio y luego al destierro. En esas horas amargas, escribió al maestro Mendive:

De aquí a 2 horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero tengo la convicción de que he sabido sufrir. Y si he tenido fuerzas para tanto y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente hombre, solo a Ud. lo debo y de Ud. y solo de Ud. es cuanto bueno y cariñoso tengo”.

Luego de cumplir la pena de prisión, Rafael María de Mendive regresó a Cuba y se estableció en Matanzas, donde trabajó como maestro en el colegio San Luis Gonzaga, de Cárdenas, hasta 1886. Allí lo sorprendió una enfermedad de la que no pudo recuperarse;  viajó a La Habana buscando mejoría, pero murió el 24 de noviembre de ese mismo año.

Mendive fue un maestro de los asuntos del alma cubana, por eso su discípulo más querido lo admiró tanto y legó este retrato a la posteridad, al conocer su fallecimiento:

“Prefiero recordarlo a solas, en los largos paseos del colgadizo, cuando, callada la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas fabricaba su verso; o cuando, hablando de los que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón, y le temblaba la barba.

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