José Martí junto al maestro Rafael María de Mendive. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
El buen maestro nunca lo
olvidamos; acompaña en todos los momentos de la vida, es tan importante como nuestros mismos padres; en algunos casos, llega a ser esencial, porque está cuando hace
falta un consejo, una decisión que valorar o un destino incierto a elegir. Un
24 de noviembre de 1886, fallecía en La Habana, uno de esos maestros
imprescindibles, su nombre: Rafael María
de Mendive y Daumy, el maestro de José Martí, el Apóstol de los cubanos.
Pero, ¿qué formación tenía el
maestro Mendive, para convertirse en alguien tan necesario para Martí?
Sobre todo, un hombre muy
sensible, huérfano desde pequeño, pudo valorar el significado del amor, como
clave de la ascensión virtuosa; cuando falta, el ser humano se malogra,
extravía, es amargado, resentido, rencoroso, no puede superar nunca esas
faltas, porque el veneno de sus fracasos
ciega el entendimiento.
Martí fue su alumno en el Colegio
de San Pablo, allí supo de la visión enciclopédica de Mendive; su profundo
conocimiento de los idiomas, sobre todo, inglés, francés y latín. Aprendió a querer los versos de su Maestro,
al extremo de traducir obras mayores de la literatura siguiendo su
ejemplo; incluso empezó a escribir sus
primeros versos en el silencioso retiro de la biblioteca personal de aquel
perceptor de almas. Todo buen maestro, siempre tiene a mano una gran
biblioteca, que sus mejores alumnos descubren un día.
Abogado de profesión, prefirió el camino de la pedagogía, por eso San Pablo es el hogar espiritual que
el niño José Martí tuvo a mano, para crecer en el ejercicio sano de la
espiritualidad. El ejemplo de su maestro lo inspiró tanto, que se hizo patriota, sin ser Cuba una nación
independiente en el concierto de los pueblos libres del mundo; por eso el día
que el maestro Mendive fue a prisión por sus ideas independentistas, su mejor
discípulo lo visitó en el Castillo del Príncipe; luego lo vio partir, por cuatro años al
destierro.
Pero ya Rafael María de Mendive
había sembrado el deseo de libertad en su mejor alumno, ya ubicado en el campo
de las bijiritas, símbolo de la fauna, con que se identificaron los
“independentistas cubanos” de aquellos
tiempos.
Al conmemorarse el primer
aniversario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre, uno
de los alumnos de Mendive, Carlos de Castro, se alistó como cadete en el
Ejército Español y el hecho generó una carta donde Martí lo llamó traidor e
irrespetuoso del legado patriótico de su maestro. El documento cayó en manos españolas y Martí fue condenado a 6 años de presidio y
luego al destierro. En esas horas amargas, escribió al maestro Mendive:
“De aquí a 2
horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero
tengo la convicción de que he sabido sufrir. Y si he tenido
fuerzas para tanto y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente hombre,
solo a Ud. lo debo y de Ud. y solo de Ud. es cuanto bueno y
cariñoso tengo”.
Luego de cumplir la pena de prisión, Rafael
María de Mendive regresó a Cuba y se estableció en Matanzas, donde trabajó como
maestro en el colegio San Luis Gonzaga, de
Cárdenas, hasta 1886. Allí lo sorprendió una enfermedad de la que no pudo
recuperarse; viajó a La Habana buscando mejoría,
pero murió el 24 de noviembre de ese mismo año.
Mendive fue un maestro de los
asuntos del alma cubana, por eso su discípulo más querido lo admiró tanto y
legó este retrato a la posteridad, al conocer su fallecimiento:
“Prefiero recordarlo a solas,
en los largos paseos del colgadizo, cuando, callada
la casa, de la luz de la noche y el ruido de las hojas
fabricaba su verso; o cuando, hablando de los
que cayeron en el cadalso cubano, se alzaba airado del sillón,
y le temblaba la barba”.
Maestro y alumno fueron "UN EVANGELIO VIVO".
ResponderEliminarTambién lo creo querido amigo, ambos lo fueron y lo son todavía....
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