Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Le pregunto a mi yo hacia dónde vamos, pero mi yo no tiene respuestas, el yo de los otros tampoco, el yo del país mucho menos. Todos los yo andamos en un laberinto.
Las dudas lastiman mi yo profundamente, como mismo lastiman a los otros yo.
Pablo Milanés acompaña a los yo en la tristeza. Él abrió los ojos, quiso que los otros yo se dieran cuenta de lo torcido de nuestro pequeño mundo, pero lo llamaron traidor. Pablo también creyó en el paraíso, luchó por alcanzarlo, le cantó a las oportunidades que hizo posible; pero vio el abismo, lo vio clarito, alertó contra sus peligros, pero fue expulsado del reino. A Pablo no le quedó más remedio que irse, como mismo se fueron y se van muchos yo. Esos yo también creyeron y lucharon por llegar al paraíso.
Cuando Pablo canta:
"¿Dónde estarán los amigos de ayer? (...) ¿Dónde andarán mi casa y su lugar, mi carro de jugar, mi calle de correr? ¿Dónde andarán la prima que me amó, el rincón que escondió mis secretos de ayer? ¡Cuánto gané!, ¡cuánto perdí!, ¡cuánto de niño pedí!, ¡cuánto de grande logré! ¿Qué es lo que me ha hecho feliz? ¿Qué cosa me ha de doler?."
Los yo lo escuchan en viejas grabadoras de casetes y comprenden amargamente lo que han perdido haciendo un camino largo, muy largo donde no hay mañana.
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