Por Javier Montes Miclin
El éxito, salvo en marcados puntos de revelación usurera no parece ser más que un perfecta suma entre la sublimidad que surge del esfuerzo constante y los destellos de majestuosidad del intelecto, consecuentemente le permite al exitoso un defasaje morboso que dinamita la atención de sus contemporáneos provocando una cualidad de nuestro cerebro como continente de nuestra mente: La apreciación.
Para el gremio populista, marxista, progresista e izquierdoso el triunfo individual observándolo desde el punto de vista de la acumulación de la riqueza, despierta en ellos una apreciación que sugiere explotación o expropiación de los individuos o de las riquezas naturales. Ahora bien, su desidia social y económica conserva para ellos una fragancia arrogante conforme a una moral bañada de sofismas.
"La previsión, junto con una planificación cuidadosa del futuro, también es una virtud de dudoso valor en un mundo en que hasta los proyectos mejor diseñados han de descansar sobre unos cimientos de azar y capricho." (La limitación de lo bueno) George Forster.
El exitoso que se enriquece ofreciendo el mejor bien y el mejor servicio que además es un benefactor social es tildado peyorativamente, mas el plutócrata, amoral, extorsionista y vandálico en cada una de sus hazañas deleznables es ascendido exponencialmente
!Qué parcialidad tan imponente!
El triunfo es un valor exótico, de ahí nace la codicia que se genera por él; eso no es una licencia para alcanzarlo a costa de violar los más puros principios humanos e intentar vestirlo de necesario. Pero la gente como yo sólo somos locos en un mundo que el pensarlo del modo que lo hacemos representa un cuadro clínico de esquizofrenia.
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