lunes, 4 de febrero de 2013

Buen arte de Eduardo Sosa en centenario de Contramaestre nos hace mejores personas

Hoy a las tres de la tarde Sosa estará en el Café con cuerdas.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu 

El buen arte siempre hace mejor a las personas. La noche del 3 de febrero pude corroborar este supuesto ampliamente. Eduardo Sosa Laurencio, trovador nacido en Tumba Siete, municipio Segundo Frente, aquí en Santiago de Cuba, pero con una probada hoja de vida sembró de sones, boleros, y baladas el espíritu.

En la Casa del Joven Creador, los seguidores de su música fuimos convocados desde bien temprano. A todos nos preocupaba la conspiración reinante en la ciudad, pues en la plaza Orlando Pantoja, se presentaba una orquesta de gran convocatoria popular, y no veíamos aparecer el público.

Si embargo, la voz del presentador por excelencia de las  figuras de la música cubana en Contramaestre, Francisco Miranda Tasé, nos acercó brevemente a la vida de Sosa Laurencio. Luego lo invitó al escenario y todo se llenó de buena energía.

El comienzo no podía ser otro que el Son a Contramaestre, que fue ovacionado por el público.  Luego siguió Retoño del monte. Entre un número y otro conversó con nuestra gente, amigos del pasado que compartimos junto a él, el componente agrícola en la Fidel Doménech, cuando estudiábamos en la universidad, recogiendo naranjas, o las veces que pasó por aquí en sus tiempos de adolescente, y joven, y los temores que siempre le deparaba el puente de la Carretera Central.

La noche fue propicia para versionar boleros clásicos de la cancionística cubana, pero también, un momento especial, donde se dieron cita la poesía y la canción. Esas razones unieron en escenario al poeta Eduard Encina y Eduardo Sosa, y se produjo un mano a mano, teniendo como pie forzado a José Martí. Encina leyó un poema titulado Playita de Cajobabo, y Sosa le respondió con una selección de Versos Sencillos del Apóstol.

No sentimos el tiempo, pues Sosa se encargó de hacernos la noche distinta, quizás por ese aserto martiano que dice “sólo el amor ve”. Sus canciones entraron en cada uno de los asistentes y fuimos transportados a un estado de delirio. Coreamos todas sus canciones, aunque algunas como A mi me gusta compay nos llevaron al paraíso. 

En el cierre, el público ovacionó a Sosa durante varios minutos y tuvo que reiterar el Son a Contramaestre, que fue cantado y aplaudido por todos. En lo personal,  fue una inyección de espíritu ante la mala música que nos invade. No pude evitar decirlo a todos, incluso a él. La descarga de Eduardo Sosa con sus invitados y amigos, aquí en Contramaestre, confirma que el buen arte sirve para hacer mejor las cosas, trabajar con mayor creatividad y ser mejores personas.

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