Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Cuba. Domingo 24 de septiembre de
2017; un día en provincias como otro
cualquiera. Calor intenso. La gente
metida en lo mismo. Circularidad de pueblo de interior donde el silencio acompaña la soledad y uno siente al tiempo irse entre las manos. Lavar, fregar los platos, ver Arte 7; tomarse unos tragos con el vecino; en fin,
intentar el milagro de cambiar lo que siempre resulta idéntico. A las 3:30 de
la tarde algo inusual; largo apagón. Entonces el domingo pesa, el carbón a la
vista llama, sino está, no hay comida. Empieza todo. El humo se
enseñorea con el cabello, el cuerpo toma olor a perro viejo. Palabras agresivas
asomadas al cielo de la boca. Ganas de pelear, decir el dolor que a gritos
quiere salir; pero uno tiene una imagen,
la gente lo cree así y no puedes ir contra eso. Tragas hondo. Sombrero en mano
agitas el carbón, el humo ahí, la maldita llama no llega. Bates, bates, hasta
mostrarse vanidoso en una minúscula lengua. Las ollas en cola, primero la
carne, luego el arroz, finalmente la vianda. Ya son más de las nueve de la
noche y puedo sentarme a comer. No me veo ni las manos. Temo por los huesos,
los gaticos pequeños a todo galope
huyendo de zapatos ciegos; mi
mascota Cuqui encerrada en un laberinto muy oscuro. Nudo intenso en la garganta. Ganas locas de un
milagro, algo que varíe las cosas, pero otra vez esa rara sensación de hombre
domesticado sobre mí y prendo el radio de padre, coloco la memoria y empieza a
sonar Willy Chirino. Tarareo sus
canciones: Guayabita del Pinar, Soy Guajiro, Oxígeno, The Banana y la noche no
pesa tanto. Pienso en la ciudad enorme; allí alguien me espera. No imagina mi
domingo, tal vez me cree en algún lugar calmando mi soledad. Sigue Chirino, se
eleva y me veo tirando un pasillo, siguiendo los estribillos. Carajo, me digo,
nada como la música para aliviar las penas. Cerca de la media noche, sube el
telón; prenden las luces, pero ya el domingo 24 de septiembre es historia. Una
cana asoma en mi negro cabello.
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