Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Con asombro al venir para el
trabajo vi a dos personas izar la Bandera cubana sin ritualidad alguna.
Sencillamente la trasladaron como una cosa insignificante. Luego la amarraron a
la driza, acto seguido la izaron y punto final. Era un círculo infantil. El
dolor del momento me hizo recordar a mis viejos maestros de primaria, la
devoción inculcada en nosotros. Era una pasión izar la Bandera de la estrella
solitaria. Lo hacíamos personalmente una vez a la semana: dos niñas y un niño. Se ensayaba cómo doblarla; el protocolo de llevarla
a su destino final; cómo se bajaba del asta
en la tarde, siempre a una misma hora; el lugar sagrado donde se conservaría
hasta el otro día; quién era el
responsable de su lavado en el mes. A la
señal de atención y al conteo para su recorrido hasta la plaza de formación,
todos nos poníamos en atención. Cuando ya estaba lista, una voz de mando decía
firme con voz solemne e iniciaba ese momento, donde nos sentíamos orgullosos de
nuestra Bandera, la que nunca ha sido mercenaria, la que sangre cubana lavó en
la manigua insurrecta, la de los poetas José María Heredia y Bonifacio Byrne. Hay
que reverenciar a los viejos maestros, pues tenían una educación cívica
esencial, sabían comunicarla a sus alumnos. No logro explicarme hoy tanto
olvido, tanta afrenta. ¿Qué valoración merece un país que ha perdido algo tan esencial
como el amor a su Bandera? ¿Qué pensar de las instituciones del Estado que la
izan día por día e ignoran los significados culturales y simbólicos de
ese momento? ¿Por qué no actualizar ese hecho
valiéndose de los adelantos de las nuevas tecnologías? Tal vez va siendo
hora de actualizar sus prohibiciones y contextualizarlas en los nuevos tiempos.
Creo que debemos acostumbrar a niños y jóvenes a traer la bandera en medios portátiles,
insignias; tener capacidad para ubicarla
en el nuevo contexto y que siga
comunicando ese orgullo de ser cubano, es el reto de las generaciones mayores;
no con obligaciones, amenazas de las organizaciones de masas, políticas; sino con
inteligencia, sentido del momento histórico. Los símbolos dejan de comunicar
significados, cuando los hombres pierden la capacidad de reverenciarlos. Toca a
los cubanos sinceros, los de corazón, darle alma a la Bandera; porque un día
viene cualquiera e iza otra en el Morro
de La Habana y nadie notará el cambio. Izarla no debe ser un acto de
patrioterismo estéril para complacer a políticos menores interesados en verla
ondear a la vista pública, DEBE SER UN SENTIMIENTO PROFUNDO DE LA CUBANÍA MÁS
GENUINA.
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