domingo, 1 de noviembre de 2020

DECLARACIÓN DE FE


Por Arnoldo Fernández Verdecia.

Mi perra es viejecilla, tose mucho, tiene falta de aire; lame el piso y vive en la celda de afectos que yo diseñé para ella. No conoce otros mundos, nunca ha tenido sexo, hijos, su vida es una metáfora de mis frustraciones, de la vida falsa que he vivido, del personaje que otros querían yo interpretara en la vida. Mi perra tose, lame el piso, pero tiene la humanidad de mirarme fijo, me escucha en un mundo donde nadie lo hace, porque la verdad es una mierda y a nadie importa. Desayuna, almuerza, come y duerme en la cama conmigo, la llamo mamá, porque el día que murió la señora que me crió y amé con delirio, quedé en una orfandad tremenda. También tengo un perro callejero que me mira fijo y le dan convulsiones, pero sus ojos tienen mucha humanidad también, por eso me entiende y me da afecto sincero, uno que me hace muy feliz, por eso lo llamo papá. Al final, qué ha sido mi vida, pues le digo, crecer sin saber por qué carajo tus padres biológicos no te criaron, no te amaron, no estuvieron ahí cuando se construyen los afectos del alma, los que duran la vida entera. Al final, mis grandes amores son dos viejecillos, uno que ya se ha ido, -la llamé madre-, mi abuelo que aún está, mi perrecilla y usted. Mi perra lame el piso y casi no ve, tose mucho y tiene falta de aire, igual le sucede a mi abuelo, así que son amores frágiles, que en cualquier momento pueden irse y hacer más solitaria mi orfandad. ¿Qué me quedará entonces cuándo no estén?

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