Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Era uno de los sitios preferidos de abuelos y algún que otro limpiabotas en Contramaestre, mi pueblo.
Estuvo ahí por muchas décadas, probablemente desde que se hizo la Avenida Jesús Rabí.
Era uno de los árboles amados del viejo Contantino Collada, pues desde el corredor de su casa, hoy Funeraria Municipal, podía verlo en toda su belleza, sobre todo cuando estaba florecido.
Mi padre amó ese árbol, a la sombra del mismo compartía tragos de ron los domingos con sus mejores amigos.
El flamboyán era un encanto, pero un día alguien me dijo, y me reservo su nombre, que habían decidido secarlo, no di crédito a sus palabras, pero el tiempo confirmó lo dicho, el bellísimo árbol perdió su vestido y hoy es un recuerdo que pertenece a generaciones como la mía, que disfrutamos tantas veces de sus flores y su sombra.
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