Por Arnoldo Fernández Verdecia.
Ha muerto uno de mis grandes amigos, de los buenos, patriota de los pies a la cabeza, hombre de una generosidad enorme.
Siempre que lo necesité, acudía a mi llamado. Igual lo hizo con mi padre. Nuestra casa debe mucho a sus habilidades como carpintero.
Honró los apellidos de sus padres. Vivió orgulloso de sus raíces gallegas.
En sus últimos meses de vida lo traje a casa varias veces a almorzar, a conversar de historia, de la vida, de la situación del país, de nuestro terruño, del Martí de Remanganaguas.
Nuestra última conversación fue sobre la corrupción administrativa, un verdadero cáncer en fase terminal que lo ha podrido todo.
Pienso en sus últimas horas, algo superó cualquier razonamiento posible para aferrarse a la vida, a la esperanza. Si la memoria no me traiciona, había cruzado los 80, vivía de una pensión, era un abuelo inmenso.
Ha muerto uno de mis grandes amigos, decidió poner fin a su vida ahorcándose. Duele, duele mucho, porque era un hombre ético, de los que obró recto siempre.
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