sábado, 28 de octubre de 2023

EL PINTOR (No se ha cansado de aparecer donde nadie lo espera)


Por Arnoldo Fernández V

No sé cómo, pero siempre aparecía en nuestras conversaciones sin nadie haberlo invitado, siempre haciendo como el muñequito Toqui, siempre haciendo monólogos de la leña, del caballito moro. Mi amigo y yo sabíamos quién era, por eso cuando lo veíamos llegar, nos poníamos a hablar de otra cosa.   Decía que era pintor, lo decía tan serio que parecía verdad. También escribía poemas, según él, los había hecho en un tiempo hermoso y leía el mismo cada vez que tenía una oportunidad. Un día, mientras me encontraba en un curso, una llamada telefónica me sacó del aula, resulta que alguien había escrito un correo donde decía miles de idioteces del sistema, al final, el autor era yo, así que me pidieron volver con urgencia al pueblo; lo hice enseguida y en una sala oscura, muy oscura, un grupo de gente leían cartas de sindicatos, núcleos, comité de base, todos daban por hecho que lo había escrito y debían quebrarme el alma.  En medio del vendaval, dijo que me conocía de siempre; las caras se volvieron a él, pero fulano, cómo vas a decir eso, no debemos extraviarnos en antecedentes, la cuestión es adoptar una medida ejemplarizante. No te olvides que nos están exigiendo una respuesta. Volvió a la carga, dijo que en la viña del Señor no había secretos y él sí que conocía la viña del Señor, nadie podía hacerle un cuento, así que propuso crear una comisión para investigar el hecho, elaborar un informe, hacer una propuesta. Todo el mundo aprobó sus palabras, yo no podía creerlo, no podía aceptarlo, pero viniendo de él, no había sorpresas; mi amigo y yo siempre supimos quién era, lo que hacía. A los siete días, volvieron a citarme, todos en la sala oscura, entonces leyó el informe, las manos se levantaron muy unánimes, pero cuál era la propuesta, querían la propuesta. Dijo que no había que preocuparse, ya la había hablado conmigo y no había desacuerdo. Una amonestación pública ante los trabajadores donde reconocía mi error, así todo resuelto y no trascendía fuera del municipio;  al escuchar aquello, pedí la palabra, porque era una mentira infinita, nunca habíamos hablado de medida alguna, nunca y ahora él, haciéndose el que me hacía un favor para que no me rompieran el alma. Todos aprobaron la medida, menos yo, que la apelé al instante. Cuando salimos, me llamó a un lado para decirme que dejara todo así, que era una simple medida, demasiado leve como para darle importancia y yo respondiéndole que si no había hecho nada, no tenía porque aceptar algo así y él empeñado en convencerme de que me había hecho un favor, de que era mi amigo, por eso lo había hecho y lo volvería a hacer si fuera necesario.  Algún día me lo agradecerás, dijo; pero era tanta mi incomodidad que casi no lo escuché; así que me fui de allí, molesto, muy molesto.  Aquel hombre que decía monólogos que hacían reír, aquel que alguna vez se creyó poeta, aquel que quiso ser pintor, lo mejor que había hecho era reptar en las sombras; lo aprendió con los hijos del silencio, una noche en que lo convirtieron a la palabra y juró servirles hasta la mismísima muerte. Mi amigo y yo lo sabíamos, lo teníamos muy claro, por eso cuando lo veíamos llegar, inmediatamente decíamos: 

¡Firmes!. ¡Llegó el capitán fulano! Luego entonábamos el Himno Nacional. 

El capitán fulano, sigue ahí. No se ha cansado de aparecer donde nadie no lo espera. 

Otros, como mi amigo y yo,   jóvenes como fuimos nosotros, también gritan firme al verlo llegar con los mismos monólogos, el mismo poema, diciendo que es pintor. También entonan el Himno Nacional.

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