martes, 15 de septiembre de 2009

Ustedes, los que leen

Por Eduard Encina Ramírez

¿Qué es un lector? Me preguntaba cuando pensé en escribir unas cuartillas para provocar un posible intercambio con ustedes, en el instante en que están alertas para hacer la primera lectura de estas palabras. Sin embargo, al intentar explicarme la interrogante antes expuesta, se me hace imprescindible otra no menos compleja ¿Qué es un escritor?

En algún texto leí una sentencia de Meshonic que intentaba solucionar esta disyuntiva sentenciando que: Quién lee se lee. Quién escribe se escribe. ¿Acaso estaría resolviendo o planteando nuevas interrogantes? ¿Hasta qué punto un escritor se escribe y un lector se lee? ¿El texto escrito se convierte en la muerte del autor y a la vez en el nacimiento del lector?

Existe un espacio común entre el que escribe y el que lee, pues ambos ejercen un oficio solitario. No existe un carácter coral en estos actos, sino que únicamente es posible (al menos en su intención primigenia) desde una perspectiva individual.
El que escribe crea sentidos, el que lee los agrega. Para el escritor argentino Jorge Luis Borges cada lectura renueva el texto ¿Leer como acto de creación? Pudiera ser esta una de las posibilidades a la que aspira la literatura contemporánea, romper con el carácter pasivo del lector, permitiéndole “leerse a sí mismo, desde lo que conoce” o tal vez pudiera ser (como postuló Lezama) a la inversa “aprender desconociendo”. Mucho antes Platón había dejado un axioma casi místico a la posteridad: “Conocer es recordar”. Si leer es un acto consciente, el lector ha de entrenar estructuras de pensamiento que le permitan “recordar”, es decir, volver hacia lo leído constantemente para dotarlo de nuevos significados.

Así, ante el universo de la palabra escrita crece un universo de lectores también estratificados hacia distintos niveles de descodificación (y casi podríamos decir de “enriquecimiento”) del texto. Suelo confesar que fui un pésimo lector durante la infancia. Obsesionado con el dibujo de lo que me rodeaba, no percibí (ni me hicieron percibir) que en los libros también existía un mundo imaginado, y por tanto real, en espera de que yo me acercara a conocerlo, es decir, a recordarlo. Fue por eso que después tuve que leerme toda aquella literatura, ya sin la magia de la infancia, sino con la incredulidad del que no puede ver en el sombrero de Saint Exupéry la boa que se tragó a un elefante.

Durante el acto de leer se activan otras lecturas, nuevos diálogos que permitirán (en dependencia del entrenamiento del lector para recordar) el alcance de un texto” flexible”, es decir: potencial.

Pero en la palabra escrita o leída, el asunto no es solo una cuestión semántica, sino de compresión de códigos y símbolos que maneja el lector para enriquecer y matizar sus lecturas.

En los tiempos que trascurren el lector ha de entrenar el ojo para no confundir la cultura de la información con la del conocimiento. Según un milenario proverbio chino “La clave de la superficie está en el fondo”, hacia allí ha de sumergirse para descubrir o descubrirse. Ser un lector informado, presupone una actitud reproductiva y acomodaticia, una especie de almacén de nombres y no de cosas. Un lector en el conocimiento estimula el pensamiento, es como una piedra que al caer al agua se prolonga en los círculos hambrientos que buscan la orilla, con el ánimo de sopesar otra sustancia.

Cuando leo estoy seguro que se ha instaurado en mí algo que todavía desconozco, pero sé que me pertenece, y por lo tanto he de cuidarlo hasta que pueda revelar su naturaleza, que casi siempre se parece mucho a lo que escribo.
Ustedes, los que leen, y ustedes los que escriben, quizás puedan acercarse mejor a la sentencia del principio ¿Quién lee se lee? ¿Quién escribe se escribe?
Pongo esa bola en juego.

1 comentario:

  1. Hola Eduard,
    me alegra verte, leerte por aquí.
    Todavía no he felicitado a Arnoldo por su certero blog, lo leo diariamente, aunque el no lo sabe.
    Ustedes, los que tienen más tiempo para leer, escribir, crear, les está destinado el hacerlo fluir de manera enriquecedora, personalmente y universalmente, dejando en cada pupila el recuerdo latente del agua que fluye, se escurre y circula de forma silenciosa, atronadora a veces volviendo al origen del universo, libre y misteriosa, con esa dulzura que adorna un mañana que no conoce fronteras y que deseamos intensamente en cada sílaba.
    Un abrazo.
    Víctor A. Matos Legrá

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