Por Yunier Riquenes García
Me he puesto a revisar en diccionarios y libros. Quiero saber qué son las notas de contracubierta; últimamente no puedo descifrarlas. Hay obras que aparecen con tres o cuatro líneas donde, claro, se mencionan algunas palabras que hacen de la nota de contracubierta una receta fácil. Estamos hablando de dolor, tristeza, desgarraduras y soledad. Una oración donde se hable de la profundidad del texto, búsqueda y ruptura, no puede fallar. Me sigo preguntando qué cosa es una nota de contracubierta bien hecha. He encontrado algunas y debería citarlas, pero prefiero que usted las descubra. No es una tarea difícil.
Recuerdo las clases de biología del preuniversitario donde se decía que el organismo funciona como un todo, y pienso en el libro como un organismo vivo, en esa parte de su cuerpo afectada por un virus que no lo deja desarrollar.
Imagínese, si a pesar de la falta de brillo y gracia con que son impresos la mayoría, las palabras, las breves palabras que deben incitar a un comprador dicen lo mismo que muchos otros, ¿cuál puede ser la diferencia entre ese ejemplar y tantos otros?
Puede tomar en la mano una novela, un libro de poemas o de ensayo y hablarán en los mismos términos, aludiendo a los mismos valores. ¿Cuáles serán las razones para que ciertos editores no se tomen el trabajo de elaborar el texto de contracubierta? Supongo que eso forma parte de la ética del editor, supongo que también de la seriedad con que se asuma el trabajo. A veces los propios autores son los culpables por firmar los contratos y no revisar el libro terminado; o como sucede a veces, a varios hacedores de libros no les interesa y no permiten ver a los escritores sus notas, o se las leen de paso por el teléfono.
Los autores deben revisar sus notas de contracubiertas, al menos si tienen esas palabras que sean bajo su autorización, y pueden recordar que si el editor redacta unas palabras para salir del paso, porque cree que ya terminó el trabajo, pues entonces dígale con toda propiedad que no, usted no quiere esas cuatro o cinco líneas que no hablan de su libro. Tal vez entonces, alguien se tome el tiempo para redactar cuatro o cinco líneas pensando en su libro y que lo diferencie de los demás e incite a la lectura a quien lo tome.
¿Cómo es posible que algunas notas de contracubierta y los datos de los autores, a pesar de ser breves tengan erratas?, ¡qué horror!, mejor ni se abre el libro, ¿cómo es posible que ni siquiera los datos de los autores aparezcan actualizados? Así van las cosas, y los principales culpables, digo, son los autores por no exigir una revisión, al menos digital, de lo que se va a imprimir, tienen derecho a ello.
Creo que hay que estudiar las notas de contracubierta, encontrar posibilidades, como los finales de un cuento, por ejemplo: citar fragmentos de entrevistas del autor, de un ensayo, de un poema o cuento, qué se yo, tantas variantes elegantes como puedan existir de acuerdo al texto. El libro no solo es edición, diseño, composición, ilustraciones, cubierta. El acabado también depende de la nota de contracubierta.
Mostrando entradas con la etiqueta Hemingway bajo sospecha de asesinato en Cuba. Mostrar todas las entradas
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martes, 22 de septiembre de 2009
sábado, 19 de septiembre de 2009
MALDITA SEA: Poesía en el solar
Por Eduard Encina
Nunca he entendido bien el asunto de los márgenes; si son una condición o un estado. El hombre se sitúa o lo sitúan frente a las cosas para que le otorgue significado, tal vez allí radique la diferencia: situarse al margen o que te sitúen.
Más o menos así podemos asumir la poética que encontramos en Maldita sea, libro publicado por la editorial Letras Cubanas y con el que Yansy Sánchez mereciera en el 2006 uno de los premios Pinos Nuevos de poesía.
Creo que fue en algún apunte del Cuaderno Verde, donde leí a Duchamp cuando escribía que la pintura no podía ser únicamente retiniana y en esa afición por las imágenes se dilata el ojo del lector para encontrar en estos poemas, pequeños lienzos, poemas para llevar colgados en la conciencia, donde la forma prosaica justifica el equilibrio, el flujo y reflujo de ideas que nombran más allá de la retina los tugurios del alma y dejan un sabor a sustancia conocida, a intemperie.
Hay en estos versos una voz ciertamente angulosa que penetra la realidad, no para revelarla, sino para sacudirla. “La poesía – escribió Heidegger- no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni solo una pasajera exaltación, ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la Historia”. No será gratuita entonces la postura del poeta al examinar ciertas zonas periféricas o marginales en la que se expresa lo cubano, reincorporando a sus versos una vocación axiológica que trasciende toda armonía o complacencia, lejos del palabreo o los arrebatos existenciales frecuentes y sintomáticos en mucha de la más reciente poesía.
“Por cuál camino evitaré esta tarde a los míos que me prefieren otro para que caiga el pan”- nos dice y otro es el miedo replegado en la incertidumbre, hacia la relectura del Ser, no a través de un folclorismo epidérmico, sino en el desgarramiento de la raza, la segregación y la manipulación de identidades, en el deseo de trascender la historia no contada, la del cuerpo vivo que se produce y se reproduce cada día.
De tal manera encontramos un ansia por recuperar el sitio de una promoción que no se aferra a lo inmediato y busca en lo disperso un fragmento que la salve. Quizá por eso acude a lo intertextual, a procedimientos lúdricos con las diversas corrientes culturales que dialogan en sus versos, desde y hacia todas partes, como “La falta de Nilo en la palabra Nilo”.
Divide en cuatro secciones el Cuaderno, sumergido en el abismo de Baudelaire, Mallarmé, Valéry y de Ángel Escobar; presencias que le proporcionan al texto ciertos olores, ciertas posturas en la voz que expresan conciencia del acto de la escritura. Por otro lado resurge entonces el cosmos donde es muy preciado respirar a Borges, Lezama y Martí en una amalgama encubierta, pero telúrica.
Otro hallazgo, pienso, es haber encontrado el tono con que el sujeto lírico parece contar una historia, y al contrario, lo que hace es interrogarnos la propia. No creo que esté en lo cotidiano su esencia, ni en la gama temática las ganancias del libro, la esencia es la fe, la escritura como posibilidad y destino.
Para terminar quisiera referir, que si bien la nota de contracubierta se las arregla para deformar al lector, limitándolo y enredándolo en una cantata que puede servir de colorete a cualquier libro; al degustar Maldita sea, uno asume la experiencia de que la poesía no es un gesto fugaz que emana de las cosas, sino la permanente trascendencia del Ser hacia las formas de la verdad.
Nunca he entendido bien el asunto de los márgenes; si son una condición o un estado. El hombre se sitúa o lo sitúan frente a las cosas para que le otorgue significado, tal vez allí radique la diferencia: situarse al margen o que te sitúen.
Más o menos así podemos asumir la poética que encontramos en Maldita sea, libro publicado por la editorial Letras Cubanas y con el que Yansy Sánchez mereciera en el 2006 uno de los premios Pinos Nuevos de poesía.
Creo que fue en algún apunte del Cuaderno Verde, donde leí a Duchamp cuando escribía que la pintura no podía ser únicamente retiniana y en esa afición por las imágenes se dilata el ojo del lector para encontrar en estos poemas, pequeños lienzos, poemas para llevar colgados en la conciencia, donde la forma prosaica justifica el equilibrio, el flujo y reflujo de ideas que nombran más allá de la retina los tugurios del alma y dejan un sabor a sustancia conocida, a intemperie.
Hay en estos versos una voz ciertamente angulosa que penetra la realidad, no para revelarla, sino para sacudirla. “La poesía – escribió Heidegger- no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni solo una pasajera exaltación, ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la Historia”. No será gratuita entonces la postura del poeta al examinar ciertas zonas periféricas o marginales en la que se expresa lo cubano, reincorporando a sus versos una vocación axiológica que trasciende toda armonía o complacencia, lejos del palabreo o los arrebatos existenciales frecuentes y sintomáticos en mucha de la más reciente poesía.
“Por cuál camino evitaré esta tarde a los míos que me prefieren otro para que caiga el pan”- nos dice y otro es el miedo replegado en la incertidumbre, hacia la relectura del Ser, no a través de un folclorismo epidérmico, sino en el desgarramiento de la raza, la segregación y la manipulación de identidades, en el deseo de trascender la historia no contada, la del cuerpo vivo que se produce y se reproduce cada día.
De tal manera encontramos un ansia por recuperar el sitio de una promoción que no se aferra a lo inmediato y busca en lo disperso un fragmento que la salve. Quizá por eso acude a lo intertextual, a procedimientos lúdricos con las diversas corrientes culturales que dialogan en sus versos, desde y hacia todas partes, como “La falta de Nilo en la palabra Nilo”.
Divide en cuatro secciones el Cuaderno, sumergido en el abismo de Baudelaire, Mallarmé, Valéry y de Ángel Escobar; presencias que le proporcionan al texto ciertos olores, ciertas posturas en la voz que expresan conciencia del acto de la escritura. Por otro lado resurge entonces el cosmos donde es muy preciado respirar a Borges, Lezama y Martí en una amalgama encubierta, pero telúrica.
Otro hallazgo, pienso, es haber encontrado el tono con que el sujeto lírico parece contar una historia, y al contrario, lo que hace es interrogarnos la propia. No creo que esté en lo cotidiano su esencia, ni en la gama temática las ganancias del libro, la esencia es la fe, la escritura como posibilidad y destino.
Para terminar quisiera referir, que si bien la nota de contracubierta se las arregla para deformar al lector, limitándolo y enredándolo en una cantata que puede servir de colorete a cualquier libro; al degustar Maldita sea, uno asume la experiencia de que la poesía no es un gesto fugaz que emana de las cosas, sino la permanente trascendencia del Ser hacia las formas de la verdad.
viernes, 18 de septiembre de 2009
Algunos bocetos sobre LA IRA DEL CORDERO
Por Eduard Encina Ramírez
Hace pocos días, mientras terminaba de pintar un cuadro que tenía sobre la mesa, no sé por qué razón comenzó a larvarse la idea de que en Santiago la literatura volvía a encontrar un respiradero y comenzaron a pesar sobre mí una serie de lecturas que se iban mezclando con la espátula género por género hasta que llegó la décima y con ella la intención de escribir unas palabras sobre La ira del cordero, el del escritor Osmel Valdez Guerrero (Baire, 1971).
Si tenemos en cuenta la bonanza en que se ha sumergido el género durante los últimos años, tanto en el plano de la expresión y el lenguaje, como en el aspecto temático que se ha deslindado del discurso rural o amoroso para internarse en lo puramente filosófico o citadino, atravesando los saberes de la ciencia, y también los abismos de la marginalidad, quizás podamos comprender que con la publicación de La ira del cordero, por Ediciones Santiago, asistimos a la inauguración de una voz y un registro distintivo dentro del género.
Asumir la escritura como posibilidad de salvarse o salvarnos, proponernos una lectura inteligente que escapa a todo palabrear sin esencia y demás comodines que suelen infiltrarse en lo cadencioso o musical del verso, son algunas de las ganancias de este libro donde el sujeto lírico interroga para introducir la duda como elemento generador de una atmósfera de incertidumbre, de pérdida de la noción de futuridad que caracteriza a su generación:
"¿Y cómo no supe luego/ que la voz nos abandona/ que ya no soy la persona/ elegida para el fuego? Nos dice el autor y más adelante termina con la angustia de indagar en la existencia: Miro la noche de frente/ como a los ojos de un muerto/ y regreso al mismo puerto/ o mejor al mismo puente".
Otra mirada por la que nos conduce el cuaderno es por la asimilación sincera y profunda de presencias como las de Martí, Lezama, Fayad Jamás, Rilke, Lautramont, y muy en particular la Biblia donde sería indispensable detenerse por el profundo aliento religioso que mueve todo el libro, desde la elección misma del título, hasta el recorrido de cada décima por el temor y los derrumbes humanos que desembocan en un enfoque teológico sin perder la belleza y lo sugestivo del lenguaje:
"qué diminuta señal/ tiene el hombre en la mirada/ parece como una espada/ que dibuja un espiral./ Dice “estoy bien” y está mal/ que su pie no se adelante/ que quiera cantar y cante/ el cielo que hay en su voz/ Que diga “gracias a Dios”/ sin que la luz se le espante".
Asumir como el autor que “estar cuerdo es un estado/ de la voz, no lo de la mente” nos recuerda aquella sentencia de William Carlos William de “no emplear ideas sino las cosas” y Osmel Valdez a través de la imagen logra en este cuaderno, acercarnos a una visión más bien endógena del individuo, que busca conformar su yo a través de la experiencia y no de la tradición, el otro se convierte en vehículo para encontrar lo propio en una especie de teatralidad en que los contextos no son más que oportunidades para que ese yo alcance conciencia e identidad.
"Ensayo vuelvo al retablo/ sin música en la garganta./ Yo no canto nadie canta/ su desnudez. Luego entablo/ otro artilugio y no hablo/ por el índice en el viento./ Afilo este sentimiento/ de horror. Se apagan las luces/ la noche está hecha de cruces/ y un violín sanguinolento".
Podría ser este un acercamiento demasiado breve a la lectura de La ira del cordero, que sin dudas ya nos deja el placer de no quedarnos indiferentes. Es un libro que asume el riesgo de inquietar, de no dejarse leer al tirón, sino que complejiza la docilidad de la página y nos empuja hacia el espejo, donde la angustia hace muecas y aún se nos parece, nos mira buscando amparo, pero no sabe que para subir es mejor/ el cielo que la escalera.

Si tenemos en cuenta la bonanza en que se ha sumergido el género durante los últimos años, tanto en el plano de la expresión y el lenguaje, como en el aspecto temático que se ha deslindado del discurso rural o amoroso para internarse en lo puramente filosófico o citadino, atravesando los saberes de la ciencia, y también los abismos de la marginalidad, quizás podamos comprender que con la publicación de La ira del cordero, por Ediciones Santiago, asistimos a la inauguración de una voz y un registro distintivo dentro del género.
Asumir la escritura como posibilidad de salvarse o salvarnos, proponernos una lectura inteligente que escapa a todo palabrear sin esencia y demás comodines que suelen infiltrarse en lo cadencioso o musical del verso, son algunas de las ganancias de este libro donde el sujeto lírico interroga para introducir la duda como elemento generador de una atmósfera de incertidumbre, de pérdida de la noción de futuridad que caracteriza a su generación:
"¿Y cómo no supe luego/ que la voz nos abandona/ que ya no soy la persona/ elegida para el fuego? Nos dice el autor y más adelante termina con la angustia de indagar en la existencia: Miro la noche de frente/ como a los ojos de un muerto/ y regreso al mismo puerto/ o mejor al mismo puente".
Otra mirada por la que nos conduce el cuaderno es por la asimilación sincera y profunda de presencias como las de Martí, Lezama, Fayad Jamás, Rilke, Lautramont, y muy en particular la Biblia donde sería indispensable detenerse por el profundo aliento religioso que mueve todo el libro, desde la elección misma del título, hasta el recorrido de cada décima por el temor y los derrumbes humanos que desembocan en un enfoque teológico sin perder la belleza y lo sugestivo del lenguaje:
"qué diminuta señal/ tiene el hombre en la mirada/ parece como una espada/ que dibuja un espiral./ Dice “estoy bien” y está mal/ que su pie no se adelante/ que quiera cantar y cante/ el cielo que hay en su voz/ Que diga “gracias a Dios”/ sin que la luz se le espante".
Asumir como el autor que “estar cuerdo es un estado/ de la voz, no lo de la mente” nos recuerda aquella sentencia de William Carlos William de “no emplear ideas sino las cosas” y Osmel Valdez a través de la imagen logra en este cuaderno, acercarnos a una visión más bien endógena del individuo, que busca conformar su yo a través de la experiencia y no de la tradición, el otro se convierte en vehículo para encontrar lo propio en una especie de teatralidad en que los contextos no son más que oportunidades para que ese yo alcance conciencia e identidad.
"Ensayo vuelvo al retablo/ sin música en la garganta./ Yo no canto nadie canta/ su desnudez. Luego entablo/ otro artilugio y no hablo/ por el índice en el viento./ Afilo este sentimiento/ de horror. Se apagan las luces/ la noche está hecha de cruces/ y un violín sanguinolento".
Podría ser este un acercamiento demasiado breve a la lectura de La ira del cordero, que sin dudas ya nos deja el placer de no quedarnos indiferentes. Es un libro que asume el riesgo de inquietar, de no dejarse leer al tirón, sino que complejiza la docilidad de la página y nos empuja hacia el espejo, donde la angustia hace muecas y aún se nos parece, nos mira buscando amparo, pero no sabe que para subir es mejor/ el cielo que la escalera.
jueves, 17 de septiembre de 2009
Apreciar el mundo de lo ancho a lo profundo
Por Arnoldo Fernández Verdecia arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Ser cubano es un proceso que transita momentos no terminados. Es de todos conocido que la perspectiva cultural aporta ambigüedades que no permiten adentrase en lo profundo de la cubanía. ¿Se puede hablar de cultura material cubana? ¿Se puede asumir el de cultura espiritual cubana?
Soy de los que no acepta la clasificación de valores espirituales que asume al cubano como vividor, dicharachero, poco reflexivo, choteador, ligero y proclive a la corrupción y al sexo por las características del Trópico; imágenes de referencia para los turistas que vienen tras el mito de la mulata, el buen ron y una naturaleza afrodisíaca.
Me parece que en esa posible ligereza, tan maltratada, el cubano oculta profundas heridas que le vienen a través de su historia: los fracasos de Yara, el Zanjón, la intervención yanqui en la Guerra del 95, los Independientes de color, la Revolución del 30, el asalto al Moncada, Alegría de Pío, Playa Girón y el Período Especial, entre muchos otros.
Si comprendemos lo cubano como mezcla de razas, artes, comidas, religiones, bebidas, entonces aceptamos un injerto que tienes muchas ramas.
Una metáfora parece identificarlo: ajiaco, pero en el sentido culinario del término, resultado de varios cocimientos puestos al calor del Trópico, proclive a varios picores, una olla que viene de lo profundo a la nata y su contenido es más sabroso si lo calentamos al otro día.
Me pregunto entonces, ¿por qué no aceptar como cultura cubana la suma de grandes voces del pensamiento, la lírica, la ciencia, que una vez trató de inventariar el sabio Jorge Mañach? De ser así, lamentablemente Cuba no tiene un Carlos Marx, un Gotha, Cervantes o un Shekaspeare. No tiene una Biblia escrita en su espíritu, un Corán, o tal vez un Popol Buch; sólo conserva unos modestos petroglifos que parecen ser la huella de los primeros padres e ilustran la infancia del pensamiento cuando Europa tenía armas de fuego y barcos de velas.
Está claro entonces que no se debe buscar lo cubano por la alta cultura, sino en lo popular. Sus formas comprenden la lengua marginal, la música, la danza, los juegos, la mitología, los ritos, la religiosidad y las costumbres. De la mezcla de ese patrimonio intangible trasmitido por silenciosos fundadores traídos a la fuerza desde África, Islas Canarias, China, o los que huyeron desde la vecina Haití, o de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX, cristaliza una capacidad imaginativa que no le encuentro comparación en la historia.
En esa clarividencia de asumir las cosas a veces duras, otras alegres, se define lo cubano, un ser capaz de apreciar el mundo de lo ancho a lo profundo, aunque para ello acuda a expresiones que no se reconocen en la norma culta de la lengua, y es que su existencia tiene tantos matices, que lo obliga a la creación de palabras para nombrar su mundo, el que le entra por lo cotidiano y lo hace diferente de un inglés, francés o un alemán.
Ser cubano es un proceso que transita momentos no terminados. Es de todos conocido que la perspectiva cultural aporta ambigüedades que no permiten adentrase en lo profundo de la cubanía. ¿Se puede hablar de cultura material cubana? ¿Se puede asumir el de cultura espiritual cubana?
Soy de los que no acepta la clasificación de valores espirituales que asume al cubano como vividor, dicharachero, poco reflexivo, choteador, ligero y proclive a la corrupción y al sexo por las características del Trópico; imágenes de referencia para los turistas que vienen tras el mito de la mulata, el buen ron y una naturaleza afrodisíaca.
Me parece que en esa posible ligereza, tan maltratada, el cubano oculta profundas heridas que le vienen a través de su historia: los fracasos de Yara, el Zanjón, la intervención yanqui en la Guerra del 95, los Independientes de color, la Revolución del 30, el asalto al Moncada, Alegría de Pío, Playa Girón y el Período Especial, entre muchos otros.
Si comprendemos lo cubano como mezcla de razas, artes, comidas, religiones, bebidas, entonces aceptamos un injerto que tienes muchas ramas.
Una metáfora parece identificarlo: ajiaco, pero en el sentido culinario del término, resultado de varios cocimientos puestos al calor del Trópico, proclive a varios picores, una olla que viene de lo profundo a la nata y su contenido es más sabroso si lo calentamos al otro día.
Me pregunto entonces, ¿por qué no aceptar como cultura cubana la suma de grandes voces del pensamiento, la lírica, la ciencia, que una vez trató de inventariar el sabio Jorge Mañach? De ser así, lamentablemente Cuba no tiene un Carlos Marx, un Gotha, Cervantes o un Shekaspeare. No tiene una Biblia escrita en su espíritu, un Corán, o tal vez un Popol Buch; sólo conserva unos modestos petroglifos que parecen ser la huella de los primeros padres e ilustran la infancia del pensamiento cuando Europa tenía armas de fuego y barcos de velas.
Está claro entonces que no se debe buscar lo cubano por la alta cultura, sino en lo popular. Sus formas comprenden la lengua marginal, la música, la danza, los juegos, la mitología, los ritos, la religiosidad y las costumbres. De la mezcla de ese patrimonio intangible trasmitido por silenciosos fundadores traídos a la fuerza desde África, Islas Canarias, China, o los que huyeron desde la vecina Haití, o de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX, cristaliza una capacidad imaginativa que no le encuentro comparación en la historia.
En esa clarividencia de asumir las cosas a veces duras, otras alegres, se define lo cubano, un ser capaz de apreciar el mundo de lo ancho a lo profundo, aunque para ello acuda a expresiones que no se reconocen en la norma culta de la lengua, y es que su existencia tiene tantos matices, que lo obliga a la creación de palabras para nombrar su mundo, el que le entra por lo cotidiano y lo hace diferente de un inglés, francés o un alemán.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Son las palabras lo único que nos queda
Por Arnoldo Fernández Verdecia arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
El ejercicio del poder local, en el interior de Cuba, necesita una estética transgresora. El escritor, lo enaltece o lo despedaza: “…por eso escribo, así de alguna manera soy un dios y hago mi mundo, mi gente, mi dolor, y nadie me lo puede quitar. Son las palabras lo único que nos queda, lo único que no emigra, lo único que permanece…”
Los escritores en el insilio, sobre todo en esa entidad nombrada municipio, deben elevarse de los circuitos que encadenan su creación, la lucha apenas comienza en estos tiempos de globalización de la cultura. No olvidemos que escritores son aquellos que toman la pluma para modelar una idea, sean filósofos, narradores, cientístas, poetas, monjes, o cualquier otra denominación que necesite de la escritura como herramienta de socialización.
En el municipio es hora de echar a andar “Ajenos al licor que nos trasciende / no con el cuerpo rasgando todo límite / no con el sustillo de lo semejante / a chorros en la conciencia / ajenos a toda inexplicable catadura / - desplazamiento hacia lo múltiple -/ a toda fe que contamina / férreos y ajenos”
Las utopías de intelectuales que se crecieron sobre las miserias y reflejaron su tiempo alimenta las ilusiones de los que escriben en el interior, seres que llevan a la boca un puñado de sueños, escaso vino, como dijera el poeta: “La casa abre su cuerpo /está en llama esa fotografía / alto contraste”. Aunque hay lágrimas en los bordes de la página en blanco, José Martí apunta acusador, pero “me aturden las palabras y el traqueteo de la máquina de escribir”.
“…para qué escribir,…, lo que hace falta es dinero para que salves la casa .”
![]() |
Me aturden las palabras desde mi insilio. |
Los escritores en el insilio, sobre todo en esa entidad nombrada municipio, deben elevarse de los circuitos que encadenan su creación, la lucha apenas comienza en estos tiempos de globalización de la cultura. No olvidemos que escritores son aquellos que toman la pluma para modelar una idea, sean filósofos, narradores, cientístas, poetas, monjes, o cualquier otra denominación que necesite de la escritura como herramienta de socialización.
En el municipio es hora de echar a andar “Ajenos al licor que nos trasciende / no con el cuerpo rasgando todo límite / no con el sustillo de lo semejante / a chorros en la conciencia / ajenos a toda inexplicable catadura / - desplazamiento hacia lo múltiple -/ a toda fe que contamina / férreos y ajenos”
Las utopías de intelectuales que se crecieron sobre las miserias y reflejaron su tiempo alimenta las ilusiones de los que escriben en el interior, seres que llevan a la boca un puñado de sueños, escaso vino, como dijera el poeta: “La casa abre su cuerpo /está en llama esa fotografía / alto contraste”. Aunque hay lágrimas en los bordes de la página en blanco, José Martí apunta acusador, pero “me aturden las palabras y el traqueteo de la máquina de escribir”.
Fragmento de mi libro: "La soledad del oficio", Ediciones Santiago, 2009
martes, 15 de septiembre de 2009
Ustedes, los que leen
Por Eduard Encina Ramírez
¿Qué es un lector? Me preguntaba cuando pensé en escribir unas cuartillas para provocar un posible intercambio con ustedes, en el instante en que están alertas para hacer la primera lectura de estas palabras. Sin embargo, al intentar explicarme la interrogante antes expuesta, se me hace imprescindible otra no menos compleja ¿Qué es un escritor?
En algún texto leí una sentencia de Meshonic que intentaba solucionar esta disyuntiva sentenciando que: Quién lee se lee. Quién escribe se escribe. ¿Acaso estaría resolviendo o planteando nuevas interrogantes? ¿Hasta qué punto un escritor se escribe y un lector se lee? ¿El texto escrito se convierte en la muerte del autor y a la vez en el nacimiento del lector?
Existe un espacio común entre el que escribe y el que lee, pues ambos ejercen un oficio solitario. No existe un carácter coral en estos actos, sino que únicamente es posible (al menos en su intención primigenia) desde una perspectiva individual.
El que escribe crea sentidos, el que lee los agrega. Para el escritor argentino Jorge Luis Borges cada lectura renueva el texto ¿Leer como acto de creación? Pudiera ser esta una de las posibilidades a la que aspira la literatura contemporánea, romper con el carácter pasivo del lector, permitiéndole “leerse a sí mismo, desde lo que conoce” o tal vez pudiera ser (como postuló Lezama) a la inversa “aprender desconociendo”. Mucho antes Platón había dejado un axioma casi místico a la posteridad: “Conocer es recordar”. Si leer es un acto consciente, el lector ha de entrenar estructuras de pensamiento que le permitan “recordar”, es decir, volver hacia lo leído constantemente para dotarlo de nuevos significados.
Así, ante el universo de la palabra escrita crece un universo de lectores también estratificados hacia distintos niveles de descodificación (y casi podríamos decir de “enriquecimiento”) del texto. Suelo confesar que fui un pésimo lector durante la infancia. Obsesionado con el dibujo de lo que me rodeaba, no percibí (ni me hicieron percibir) que en los libros también existía un mundo imaginado, y por tanto real, en espera de que yo me acercara a conocerlo, es decir, a recordarlo. Fue por eso que después tuve que leerme toda aquella literatura, ya sin la magia de la infancia, sino con la incredulidad del que no puede ver en el sombrero de Saint Exupéry la boa que se tragó a un elefante.
Durante el acto de leer se activan otras lecturas, nuevos diálogos que permitirán (en dependencia del entrenamiento del lector para recordar) el alcance de un texto” flexible”, es decir: potencial.
Pero en la palabra escrita o leída, el asunto no es solo una cuestión semántica, sino de compresión de códigos y símbolos que maneja el lector para enriquecer y matizar sus lecturas.
En los tiempos que trascurren el lector ha de entrenar el ojo para no confundir la cultura de la información con la del conocimiento. Según un milenario proverbio chino “La clave de la superficie está en el fondo”, hacia allí ha de sumergirse para descubrir o descubrirse. Ser un lector informado, presupone una actitud reproductiva y acomodaticia, una especie de almacén de nombres y no de cosas. Un lector en el conocimiento estimula el pensamiento, es como una piedra que al caer al agua se prolonga en los círculos hambrientos que buscan la orilla, con el ánimo de sopesar otra sustancia.
Cuando leo estoy seguro que se ha instaurado en mí algo que todavía desconozco, pero sé que me pertenece, y por lo tanto he de cuidarlo hasta que pueda revelar su naturaleza, que casi siempre se parece mucho a lo que escribo.
Ustedes, los que leen, y ustedes los que escriben, quizás puedan acercarse mejor a la sentencia del principio ¿Quién lee se lee? ¿Quién escribe se escribe?
Pongo esa bola en juego.
¿Qué es un lector? Me preguntaba cuando pensé en escribir unas cuartillas para provocar un posible intercambio con ustedes, en el instante en que están alertas para hacer la primera lectura de estas palabras. Sin embargo, al intentar explicarme la interrogante antes expuesta, se me hace imprescindible otra no menos compleja ¿Qué es un escritor?
En algún texto leí una sentencia de Meshonic que intentaba solucionar esta disyuntiva sentenciando que: Quién lee se lee. Quién escribe se escribe. ¿Acaso estaría resolviendo o planteando nuevas interrogantes? ¿Hasta qué punto un escritor se escribe y un lector se lee? ¿El texto escrito se convierte en la muerte del autor y a la vez en el nacimiento del lector?
Existe un espacio común entre el que escribe y el que lee, pues ambos ejercen un oficio solitario. No existe un carácter coral en estos actos, sino que únicamente es posible (al menos en su intención primigenia) desde una perspectiva individual.
El que escribe crea sentidos, el que lee los agrega. Para el escritor argentino Jorge Luis Borges cada lectura renueva el texto ¿Leer como acto de creación? Pudiera ser esta una de las posibilidades a la que aspira la literatura contemporánea, romper con el carácter pasivo del lector, permitiéndole “leerse a sí mismo, desde lo que conoce” o tal vez pudiera ser (como postuló Lezama) a la inversa “aprender desconociendo”. Mucho antes Platón había dejado un axioma casi místico a la posteridad: “Conocer es recordar”. Si leer es un acto consciente, el lector ha de entrenar estructuras de pensamiento que le permitan “recordar”, es decir, volver hacia lo leído constantemente para dotarlo de nuevos significados.
Así, ante el universo de la palabra escrita crece un universo de lectores también estratificados hacia distintos niveles de descodificación (y casi podríamos decir de “enriquecimiento”) del texto. Suelo confesar que fui un pésimo lector durante la infancia. Obsesionado con el dibujo de lo que me rodeaba, no percibí (ni me hicieron percibir) que en los libros también existía un mundo imaginado, y por tanto real, en espera de que yo me acercara a conocerlo, es decir, a recordarlo. Fue por eso que después tuve que leerme toda aquella literatura, ya sin la magia de la infancia, sino con la incredulidad del que no puede ver en el sombrero de Saint Exupéry la boa que se tragó a un elefante.
Durante el acto de leer se activan otras lecturas, nuevos diálogos que permitirán (en dependencia del entrenamiento del lector para recordar) el alcance de un texto” flexible”, es decir: potencial.
Pero en la palabra escrita o leída, el asunto no es solo una cuestión semántica, sino de compresión de códigos y símbolos que maneja el lector para enriquecer y matizar sus lecturas.
En los tiempos que trascurren el lector ha de entrenar el ojo para no confundir la cultura de la información con la del conocimiento. Según un milenario proverbio chino “La clave de la superficie está en el fondo”, hacia allí ha de sumergirse para descubrir o descubrirse. Ser un lector informado, presupone una actitud reproductiva y acomodaticia, una especie de almacén de nombres y no de cosas. Un lector en el conocimiento estimula el pensamiento, es como una piedra que al caer al agua se prolonga en los círculos hambrientos que buscan la orilla, con el ánimo de sopesar otra sustancia.
Cuando leo estoy seguro que se ha instaurado en mí algo que todavía desconozco, pero sé que me pertenece, y por lo tanto he de cuidarlo hasta que pueda revelar su naturaleza, que casi siempre se parece mucho a lo que escribo.
Ustedes, los que leen, y ustedes los que escriben, quizás puedan acercarse mejor a la sentencia del principio ¿Quién lee se lee? ¿Quién escribe se escribe?
Pongo esa bola en juego.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Entre los placeres y los compromisos de un escritor cubano: el Caliban
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
En el pensamiento cubano, la reflexión sobre los compromisos del escritor tiene como figuras imprescindibles a José Martí, José Antonio Portuondo, Juan Marinello, Roberto Fernández Retamar, Emilio Ichikawa, Rafael Hernández y Desiderio Navarro. El criterio que seguí, para su selección, permite mirar, desde adentro, con una visión plural el problema.
Escoger sólo a estos autores pudiera tener sus agravantes, no me preocupa, pues son artífices de un pensamiento crítico, que de una forma u otra gira en torno al dilema servido a la mesa. De los escogidos, excepto José Martí, todos sitúan el compromiso con un partido político o el Estado como la implicación fundamental.
Nuestro José Martí, “raro paradigma” de las letras y la política, es de los que ubica el compromiso incondicional con la obra como condición básica del escritor. En uno de sus trabajos sobre “Italia”, de notable vigencia, señala:
Al analizar estas ideas saltan a la vista algunos elementos claves:
1-Escribir es un modo de juzgar. Se debe estar por encima de los contrincantes.
2-El oficio de escribir debe estar liberado de la ideología que representa al partido dominante y a la clase social que gobierna, para desarrollarlo con la justicia y dignidad que merece.
La propuesta martiana sobre la escritura como liberación del estado político que configura la sociedad es paradigmática, la supuesta verdad que unos y otros levantan a ambos lados del conflicto, es esencializada para su uso como herramienta de control social. El conocimiento se convierte en patrimonio del poder, lo manipula a su antojo. No olvido la Campaña de Napoleón en Egipto, el caudillo la hizo aparecer en París como victoria, que le aseguró el acceso a formas de poder complejas. Tal vez por eso, siempre me viene a la mente el poeta español que dijo “¿quién no sabe que hasta el pasado se inventa?”
Una figura esencial, dentro de la tradición intelectual liberadora cubana, para comprender el problema de los compromisos, es José Antonio Portuondo. Llega a definir lo que entiende por intelectual y propone una estratificación en la que el escritor aparece de abajo a arriba en el penúltimo escalón:
“...podríamos conceptuar al intelectual como a un forjador consciente de la conciencia social en cualquiera de su manifestaciones: ética, estética, filosófica, política, etc. Y siguiendo también al pensador italiano, es posible establecer como las principales categorías intelectuales de abajo a arriba, a clérigos, políticos, profesionales (médicos, abogados, técnicos, científicos, artistas, escritores, filósofos)”.
Los escritores deben contribuir con su obra a la forja de la conciencia social, sobre todo con su enfoque estético, el compromiso tiene como peculiaridad que, la obra creada, debe ser un reflejo artísticamente elaborado de la realidad.
Por otro lado se infiere que los escritores están obligados a funcionar dentro de unos límites concretos, la realidad y sus bordes, desde adentro o desde afuera, su obra no debe traicionar el espíritu de la Revolución Cubana.
Lo curioso es no reconocer a los filósofos como escritores, si para nadie es un secreto que son auténticos profesionales de la pluma, de una clara conciencia del papel de la escritura en su prédica. En el propio texto dice líneas después:
“…en el más alto grado se colocarán los creadores de las ciencias, de la filosofía, del arte, etc, en el nivel más bajo, los más humildes administradores y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, tradicional, acumulada. En este punto se impone la distinción entre el intelectual “orgánico”, expresión de cada clase social, y el tradicional, depositario trasmisor de la herencia cultural.
Sobre esta propuesta de jerarquización es bueno llamar la atención en los administradores y divulgadores de la riqueza intelectual acumulada, no llega a identificar quiénes son, ni siquiera por el contexto puede inferirse, hecho problémico para nuestra realidad, porque en la práctica estas acciones la desarrollan funcionarios que responden “incondicionalmente” a la política cultural, sin contextualizarla en sus realidades y terminan defendiendo un arte muchas veces despojado de lo social, por eso la contradicción escritores versus funcionarios, ha sido una coordenada de la cultura cubana a lo largo de la Revolución, el punto de identificación es la pertinencia ideológica, en lo demás los desacuerdos han sido manifiestos.
La contradicción antes aludida adquiere proporciones inimaginables al interior de Cuba, el entramado burocrático encargado de transmitir cultura, termina asfixiando las individualidades que tratan de crecer en sus realidades y escribir una obra de calidad. Es difícil desbordar el problema, los que lo hacen se exponen a ser vigilados o amenazados por reflejar los problemas desde el punto geográfico donde viven. No interesa el valor artístico de la obra, lo que importa es quien la escribe y los posibles sentidos de por qué la escribe. El tan llevado y traído compromiso político muchas veces se tergiversa y se busca, en lo escrito, elementos extraliterarios que fundamenten una valoración negativa del escritor. Las armas apuntan, el escritor cae, no puede defenderse, no tiene institución que lo represente, porque a decir verdad no todos los municipios de Cuba tienen Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Casas del Joven Creador, únicas banderas de las que puede agarrarse, en caso de problemas como los referenciados.
Un escritor, tan paradigmático como Juan Marinello, justifica el compromiso político como algo necesario desde cualquier circunstancia histórica: “se trata de que el intelectual caiga del lado de una solución colectiva en la que, de una parte, mantenga y exalte su inevitable hombría y, de la otra, trabaje por la mejor dignidad de su tarea específica”.
Subrayo algunos elementos de peso en su valoración, intelectuales honestos, ansiosos de obra duradera, probada hombría, trabajar por una realidad mejor en la que predomine la justicia social. Se trata de escritores de una misma orilla ideológica, cuestión que desde el interior no se comprende por los funcionarios, ni los escritores han sido lo suficiente varones para enfrentar el discurso del poder local al de las letras, tal vez obedezca a la “cacareada mala literatura” que se escribe desde estos puntos, o a la situación de marginalidad en la que viven la mayoría de los que escriben, sin concursos alentadores y casas editoras que los representen. El compromiso de los que escriben desde el interior, en esa instancia llamada municipio, tiene en los criterios de Marinello un referente básico: trabajar por la llegada de una sociedad local más justa, sus obras deben ser armas de lucha contra esa metástasis que todo circunda si no responde a sus dictados.
Alguien tan cercano a nosotros como el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar propone a “Caliban”, para repensar nuestra historia desde el otro lado, el rudo e inconquistable dueño de la Isla . Escribir bajo la mirada del Caliban. De hecho se aprecia la orientación martiana de su análisis, al defender una cultura propia situada al lado de los humildes. “Caliban” es un símbolo de rebeldía, mientras “Nuestra América” viva dependiente, está obligada a escribir con la pluma del bando al que pertenece, no hay otro camino, a no ser que gire hacia la propuesta de Sarmiento, escrito en el “Facundo”; o hacia lo exótico, para exhibirlo en vitrinas de Europa o Norteamérica. Retamar sitúa el compromiso político por encima de su responsabilidad con la poesía y el ensayo, estos deben servirle como elementos imprescindibles en la fundamentación estética de la sociedad nueva. Caliban es su mejor prueba.
Emilio IchiKawa presentó desde el recinto universitario habanero, antes de abandonar Cuba, evidencias del retraimiento de los filósofos-escritores de los asuntos públicos, al decir que sus discursos no funcionan como referente habitual en el universo de la cotidianidad. ¿Quiere decir que postulan el compromiso político como bandera del filosofar? Plantea que los filósofos deben tener una estrategia frente al poder, están obligados a determinar si viven del mismo o contestándole. Tal vez esto explique la compilación "Estudios de Filosofía una saga de la cultura cubana” en el que señala, en su epílogo, que nuestra crítica padece trivialidad y anonimato, por eso plantea la utilidad de unir los prólogos realizados por nuestra “comunidad de filósofos”, a clásicos del pensamiento universal, sobre todo en el contexto de los sesenta; agrupa fundamentalmente a intelectuales del Alma Mater:
“En el caso del grupo que ahora antologamos, es necesario analizar el proceso de participación-incorporación al movimiento revolucionario y lo que se propusieron hacer por la Revolución desde su saber. En cualquier caso, aún en estos casos de introducción a la filosofía clásica, predomina el intento (muy visible) de dotar al pensamiento de un compromiso político, aún cuando este compromiso tome forma de fidelidad teórica y metodológica a una filosofía que públicamente inspira al proceso revolucionario cubano. Es sorprendente esa suerte de afán metafísico por una existencia revolucionaria, y de un Marx que lo mismo contribuye a argumentar la lucha guerrillera que un análisis de Platón o Kant. Si no hay por las propias urgencias de una Revolución triunfante, una filosofía total, si encontramos una exigencia total a la filosofía”.
¿Se puede hablar de “comunidad de filósofos en Cuba”? Ichikawa esgrime en “El pensamiento agónico”, uno de sus primeros libros, que los cubanos no tenemos el emblema literario por excelencia que exprese nuestro espíritu. Sobra la argumentación. ¿Por qué ese afán de establecer límites entre un provincialismo filosófico y la flamante Universidad de La Habana? Los de provincias no existen a la cuenta del autor, por los vacíos de información que oscurecen su proceder. Los destinos del hombre, los dilemas de la cultura, la relación con los poderes locales, no son parte de una escritura liberadora desde cualquier punto de la geografía cubana.
Hay que reconocer que la noble y leal Universidad de La Habana, ha sido un instrumento eficaz en la conformación de los hombres que ejercen el poder político en Cuba, los intelectuales del citado recinto, fueron y son intelectuales orgánicos al servicio de la Revolución, otra clasificación no cabe, tal vez eso explique su afán metafísico por una existencia revolucionaria, que los de provincias no ilustran con nitidez, pues su pensamiento se desconoce parcialmente. Ichikawa cae en una posición etno-occidentalista, desde la universidad de La Habana como espacio sagrado por excelencia.
Rafael Hernández, ilustrado crítico de los problemas aquí desarrollados, en “Mirar a Cuba, Ensayos sobre cultura y Sociedad Civil”, se introduce en las representaciones intelectuales, desde fuera de la Isla, en torno a la relación poder político- intelectualidad dentro de la Revolución Cubana. En la obra realiza el siguiente planteamiento:
"Las personas dedicadas a las artes o las ciencias, los profesionales y técnicos constituyen un grupo importante en el conjunto de los trabajadores cubanos, con una incuestionable capacidad de incidir en el desarrollo de la sociedad, aunque bastante heterogéneo. Sus tareas y proyección social, y naturalmente, sus enfoques, pueden ser muy diferentes. Desde mi punto de vista, estas no constituyen un sector ideológicamente diferenciado de la sociedad cubana, y como tales, no son los poseedores del rol exclusivo de conciencia crítica. En otras palabras, no son los únicos llamados, por su capacidad o sus agallas, a identificar y enfrentar los problemas del país".
Incluso plantea: “el intelectual debe actuar en la historia con su crítica y su polémica, contribuyendo a un cambio social concreto, tomando partido por la justicia social y la independencia, como es el caso de nuestra tradición latinoamericana".¿Quiénes forman parte del selecto grupo que por sus agallas pueda hacerlo?
Esta ambigüedad discursiva limita lo que pudiera considerarse un planteamiento sociológico importante en el contexto histórico de la Isla. No existe una intelectualidad que pudiera hacerlo sin liberarse del compromiso con la Revolución. ¿Puede existir un sector intelectual ideológicamente diferenciado dentro de la sociedad cubana?
Por último, desde una orientación gramsciana, ubica el compromiso del escritor, al ejercer la crítica y la polémica en función de un cambio concreto, enmarcado en la tradición latinoamericana que preserva el legado de justicia social e independencia. Debe señalarse que el escritor, sin olvidar los compromisos con su obra y la política revolucionaria, está en derecho de asumir ganancias de otras tradiciones críticas, sin perder el tronco del que viene, nadie puede impedírselo, por eso su trabajo se articula a partir del recurso fundamental: el conocimiento y sus usos.
Otro autor, como el conocido ensayista, Desiderio Navarro en su texto "In Medias res publicas", propone contribuir a la comprensión del papel de la intelectualidad cubana en la esfera pública. Algunas ideas merecen reseñarse, para comprender el fenómeno.
El versículo de Fidel Castro pronunciado en Palabras a los intelectuales funciona, según Navarro: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”, como normativa que delimita el servicio creativo en la lucha por hacer un arte, llena de sentidos y significados, sin perder de vista los contextos socioculturales que la determinan. Señala Navarro, en nombre de esta frase, manipulada desde la izquierda por algunos funcionarios, cayendo en la extrema derecha, se asumen posiciones que entristecen el panorama creativo, entre las que deben mencionarse: censura de obras artísticas con una conciencia crítica; idealización de los logros culturales de la Revolución Cubana desde la visión de los funcionarios; la ubicación del intelectual, portador de una conciencia crítica, con etiquetas de disidente o conflictivo que produce daños morales irreparables.
Lo anterior, según Desiderio, obliga a la sociedad civil cubana, en su enfoque nacional y local, a revisar su política cultural, pues todo parece indicar que los caminos de la creación están vigilados por una plaga de ciegos que no quieren ver una escritura contextualizada en los problemas sociales donde transcurre lo cotidiano.
Sobre todo el interior(municipio), agregaría yo, escenario de disidencias encabezadas por intelectualoides sin una obra seria, según el punto de vista que manejan algunos funcionarios y políticos, hecho que no debe aceptarse por los escritores serios, pues éste deviene (el municipio) escenario de efervescencia que no puede morir o traicionarse, debe ser un arma de la cultura nacional para salvar los posibles derrumbes a los que parece conducirnos el mundo con sus locuras tecnológicas y militares.
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Escribir es un modo de juzgar. |
Escoger sólo a estos autores pudiera tener sus agravantes, no me preocupa, pues son artífices de un pensamiento crítico, que de una forma u otra gira en torno al dilema servido a la mesa. De los escogidos, excepto José Martí, todos sitúan el compromiso con un partido político o el Estado como la implicación fundamental.
Nuestro José Martí, “raro paradigma” de las letras y la política, es de los que ubica el compromiso incondicional con la obra como condición básica del escritor. En uno de sus trabajos sobre “Italia”, de notable vigencia, señala:
“Historiar es juzgar, y estar por encima de los hombres y no soldadear de un lado de la batalla. El que puede ser reo, no ha de ser juez. El que es falible, no ha de dar fallo. El que milita ardientemente en un bando político, o en un bando filosófico, escribirá su libro de historia con la tinta del bando.”
Al analizar estas ideas saltan a la vista algunos elementos claves:
1-Escribir es un modo de juzgar. Se debe estar por encima de los contrincantes.
2-El oficio de escribir debe estar liberado de la ideología que representa al partido dominante y a la clase social que gobierna, para desarrollarlo con la justicia y dignidad que merece.
La propuesta martiana sobre la escritura como liberación del estado político que configura la sociedad es paradigmática, la supuesta verdad que unos y otros levantan a ambos lados del conflicto, es esencializada para su uso como herramienta de control social. El conocimiento se convierte en patrimonio del poder, lo manipula a su antojo. No olvido la Campaña de Napoleón en Egipto, el caudillo la hizo aparecer en París como victoria, que le aseguró el acceso a formas de poder complejas. Tal vez por eso, siempre me viene a la mente el poeta español que dijo “¿quién no sabe que hasta el pasado se inventa?”
Una figura esencial, dentro de la tradición intelectual liberadora cubana, para comprender el problema de los compromisos, es José Antonio Portuondo. Llega a definir lo que entiende por intelectual y propone una estratificación en la que el escritor aparece de abajo a arriba en el penúltimo escalón:
“...podríamos conceptuar al intelectual como a un forjador consciente de la conciencia social en cualquiera de su manifestaciones: ética, estética, filosófica, política, etc. Y siguiendo también al pensador italiano, es posible establecer como las principales categorías intelectuales de abajo a arriba, a clérigos, políticos, profesionales (médicos, abogados, técnicos, científicos, artistas, escritores, filósofos)”.
Los escritores deben contribuir con su obra a la forja de la conciencia social, sobre todo con su enfoque estético, el compromiso tiene como peculiaridad que, la obra creada, debe ser un reflejo artísticamente elaborado de la realidad.
Por otro lado se infiere que los escritores están obligados a funcionar dentro de unos límites concretos, la realidad y sus bordes, desde adentro o desde afuera, su obra no debe traicionar el espíritu de la Revolución Cubana.
Lo curioso es no reconocer a los filósofos como escritores, si para nadie es un secreto que son auténticos profesionales de la pluma, de una clara conciencia del papel de la escritura en su prédica. En el propio texto dice líneas después:
“…en el más alto grado se colocarán los creadores de las ciencias, de la filosofía, del arte, etc, en el nivel más bajo, los más humildes administradores y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, tradicional, acumulada. En este punto se impone la distinción entre el intelectual “orgánico”, expresión de cada clase social, y el tradicional, depositario trasmisor de la herencia cultural.
Sobre esta propuesta de jerarquización es bueno llamar la atención en los administradores y divulgadores de la riqueza intelectual acumulada, no llega a identificar quiénes son, ni siquiera por el contexto puede inferirse, hecho problémico para nuestra realidad, porque en la práctica estas acciones la desarrollan funcionarios que responden “incondicionalmente” a la política cultural, sin contextualizarla en sus realidades y terminan defendiendo un arte muchas veces despojado de lo social, por eso la contradicción escritores versus funcionarios, ha sido una coordenada de la cultura cubana a lo largo de la Revolución, el punto de identificación es la pertinencia ideológica, en lo demás los desacuerdos han sido manifiestos.
La contradicción antes aludida adquiere proporciones inimaginables al interior de Cuba, el entramado burocrático encargado de transmitir cultura, termina asfixiando las individualidades que tratan de crecer en sus realidades y escribir una obra de calidad. Es difícil desbordar el problema, los que lo hacen se exponen a ser vigilados o amenazados por reflejar los problemas desde el punto geográfico donde viven. No interesa el valor artístico de la obra, lo que importa es quien la escribe y los posibles sentidos de por qué la escribe. El tan llevado y traído compromiso político muchas veces se tergiversa y se busca, en lo escrito, elementos extraliterarios que fundamenten una valoración negativa del escritor. Las armas apuntan, el escritor cae, no puede defenderse, no tiene institución que lo represente, porque a decir verdad no todos los municipios de Cuba tienen Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Casas del Joven Creador, únicas banderas de las que puede agarrarse, en caso de problemas como los referenciados.
Un escritor, tan paradigmático como Juan Marinello, justifica el compromiso político como algo necesario desde cualquier circunstancia histórica: “se trata de que el intelectual caiga del lado de una solución colectiva en la que, de una parte, mantenga y exalte su inevitable hombría y, de la otra, trabaje por la mejor dignidad de su tarea específica”.
Subrayo algunos elementos de peso en su valoración, intelectuales honestos, ansiosos de obra duradera, probada hombría, trabajar por una realidad mejor en la que predomine la justicia social. Se trata de escritores de una misma orilla ideológica, cuestión que desde el interior no se comprende por los funcionarios, ni los escritores han sido lo suficiente varones para enfrentar el discurso del poder local al de las letras, tal vez obedezca a la “cacareada mala literatura” que se escribe desde estos puntos, o a la situación de marginalidad en la que viven la mayoría de los que escriben, sin concursos alentadores y casas editoras que los representen. El compromiso de los que escriben desde el interior, en esa instancia llamada municipio, tiene en los criterios de Marinello un referente básico: trabajar por la llegada de una sociedad local más justa, sus obras deben ser armas de lucha contra esa metástasis que todo circunda si no responde a sus dictados.
Alguien tan cercano a nosotros como el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar propone a “Caliban”, para repensar nuestra historia desde el otro lado, el rudo e inconquistable dueño de la Isla . Escribir bajo la mirada del Caliban. De hecho se aprecia la orientación martiana de su análisis, al defender una cultura propia situada al lado de los humildes. “Caliban” es un símbolo de rebeldía, mientras “Nuestra América” viva dependiente, está obligada a escribir con la pluma del bando al que pertenece, no hay otro camino, a no ser que gire hacia la propuesta de Sarmiento, escrito en el “Facundo”; o hacia lo exótico, para exhibirlo en vitrinas de Europa o Norteamérica. Retamar sitúa el compromiso político por encima de su responsabilidad con la poesía y el ensayo, estos deben servirle como elementos imprescindibles en la fundamentación estética de la sociedad nueva. Caliban es su mejor prueba.
Emilio IchiKawa presentó desde el recinto universitario habanero, antes de abandonar Cuba, evidencias del retraimiento de los filósofos-escritores de los asuntos públicos, al decir que sus discursos no funcionan como referente habitual en el universo de la cotidianidad. ¿Quiere decir que postulan el compromiso político como bandera del filosofar? Plantea que los filósofos deben tener una estrategia frente al poder, están obligados a determinar si viven del mismo o contestándole. Tal vez esto explique la compilación "Estudios de Filosofía una saga de la cultura cubana” en el que señala, en su epílogo, que nuestra crítica padece trivialidad y anonimato, por eso plantea la utilidad de unir los prólogos realizados por nuestra “comunidad de filósofos”, a clásicos del pensamiento universal, sobre todo en el contexto de los sesenta; agrupa fundamentalmente a intelectuales del Alma Mater:
“En el caso del grupo que ahora antologamos, es necesario analizar el proceso de participación-incorporación al movimiento revolucionario y lo que se propusieron hacer por la Revolución desde su saber. En cualquier caso, aún en estos casos de introducción a la filosofía clásica, predomina el intento (muy visible) de dotar al pensamiento de un compromiso político, aún cuando este compromiso tome forma de fidelidad teórica y metodológica a una filosofía que públicamente inspira al proceso revolucionario cubano. Es sorprendente esa suerte de afán metafísico por una existencia revolucionaria, y de un Marx que lo mismo contribuye a argumentar la lucha guerrillera que un análisis de Platón o Kant. Si no hay por las propias urgencias de una Revolución triunfante, una filosofía total, si encontramos una exigencia total a la filosofía”.
¿Se puede hablar de “comunidad de filósofos en Cuba”? Ichikawa esgrime en “El pensamiento agónico”, uno de sus primeros libros, que los cubanos no tenemos el emblema literario por excelencia que exprese nuestro espíritu. Sobra la argumentación. ¿Por qué ese afán de establecer límites entre un provincialismo filosófico y la flamante Universidad de La Habana? Los de provincias no existen a la cuenta del autor, por los vacíos de información que oscurecen su proceder. Los destinos del hombre, los dilemas de la cultura, la relación con los poderes locales, no son parte de una escritura liberadora desde cualquier punto de la geografía cubana.
Hay que reconocer que la noble y leal Universidad de La Habana, ha sido un instrumento eficaz en la conformación de los hombres que ejercen el poder político en Cuba, los intelectuales del citado recinto, fueron y son intelectuales orgánicos al servicio de la Revolución, otra clasificación no cabe, tal vez eso explique su afán metafísico por una existencia revolucionaria, que los de provincias no ilustran con nitidez, pues su pensamiento se desconoce parcialmente. Ichikawa cae en una posición etno-occidentalista, desde la universidad de La Habana como espacio sagrado por excelencia.
Rafael Hernández, ilustrado crítico de los problemas aquí desarrollados, en “Mirar a Cuba, Ensayos sobre cultura y Sociedad Civil”, se introduce en las representaciones intelectuales, desde fuera de la Isla, en torno a la relación poder político- intelectualidad dentro de la Revolución Cubana. En la obra realiza el siguiente planteamiento:
"Las personas dedicadas a las artes o las ciencias, los profesionales y técnicos constituyen un grupo importante en el conjunto de los trabajadores cubanos, con una incuestionable capacidad de incidir en el desarrollo de la sociedad, aunque bastante heterogéneo. Sus tareas y proyección social, y naturalmente, sus enfoques, pueden ser muy diferentes. Desde mi punto de vista, estas no constituyen un sector ideológicamente diferenciado de la sociedad cubana, y como tales, no son los poseedores del rol exclusivo de conciencia crítica. En otras palabras, no son los únicos llamados, por su capacidad o sus agallas, a identificar y enfrentar los problemas del país".
Incluso plantea: “el intelectual debe actuar en la historia con su crítica y su polémica, contribuyendo a un cambio social concreto, tomando partido por la justicia social y la independencia, como es el caso de nuestra tradición latinoamericana".¿Quiénes forman parte del selecto grupo que por sus agallas pueda hacerlo?
Esta ambigüedad discursiva limita lo que pudiera considerarse un planteamiento sociológico importante en el contexto histórico de la Isla. No existe una intelectualidad que pudiera hacerlo sin liberarse del compromiso con la Revolución. ¿Puede existir un sector intelectual ideológicamente diferenciado dentro de la sociedad cubana?
Por último, desde una orientación gramsciana, ubica el compromiso del escritor, al ejercer la crítica y la polémica en función de un cambio concreto, enmarcado en la tradición latinoamericana que preserva el legado de justicia social e independencia. Debe señalarse que el escritor, sin olvidar los compromisos con su obra y la política revolucionaria, está en derecho de asumir ganancias de otras tradiciones críticas, sin perder el tronco del que viene, nadie puede impedírselo, por eso su trabajo se articula a partir del recurso fundamental: el conocimiento y sus usos.
Otro autor, como el conocido ensayista, Desiderio Navarro en su texto "In Medias res publicas", propone contribuir a la comprensión del papel de la intelectualidad cubana en la esfera pública. Algunas ideas merecen reseñarse, para comprender el fenómeno.
El versículo de Fidel Castro pronunciado en Palabras a los intelectuales funciona, según Navarro: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”, como normativa que delimita el servicio creativo en la lucha por hacer un arte, llena de sentidos y significados, sin perder de vista los contextos socioculturales que la determinan. Señala Navarro, en nombre de esta frase, manipulada desde la izquierda por algunos funcionarios, cayendo en la extrema derecha, se asumen posiciones que entristecen el panorama creativo, entre las que deben mencionarse: censura de obras artísticas con una conciencia crítica; idealización de los logros culturales de la Revolución Cubana desde la visión de los funcionarios; la ubicación del intelectual, portador de una conciencia crítica, con etiquetas de disidente o conflictivo que produce daños morales irreparables.
Lo anterior, según Desiderio, obliga a la sociedad civil cubana, en su enfoque nacional y local, a revisar su política cultural, pues todo parece indicar que los caminos de la creación están vigilados por una plaga de ciegos que no quieren ver una escritura contextualizada en los problemas sociales donde transcurre lo cotidiano.
Sobre todo el interior(municipio), agregaría yo, escenario de disidencias encabezadas por intelectualoides sin una obra seria, según el punto de vista que manejan algunos funcionarios y políticos, hecho que no debe aceptarse por los escritores serios, pues éste deviene (el municipio) escenario de efervescencia que no puede morir o traicionarse, debe ser un arma de la cultura nacional para salvar los posibles derrumbes a los que parece conducirnos el mundo con sus locuras tecnológicas y militares.
Fragmento de mi libro "La soledad del oficio", Ediciones Santiago, 2009.
sábado, 12 de septiembre de 2009
El interior en Cuba: ese poder que anula
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El interior en Cuba es un poder que anula. |
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
El cultivo de la escritura debe comprenderse como vocación, no como profesión, vivir de ella es impensable por las preocupaciones que arrastra. No es ridículo establecer un deslinde entre: “trabajos para vivir / profesiones o oficios que pueden servir de empleo / vocación por la escritura”. El círculo es demasiado estrecho, las puertas, empleos alternativos que favorezcan el ejercicio de la escritura.
El problema es algo socrático: escritura y virtud constituyen una unidad regida por el principio de la yuxtaposición, sin embargo se presenta también como algo condicionado la unidad escritura y mercado, regida por el principio de la plusvalía. No puede existir escritura sin excedentes que permitan la programación del ocio para la práctica del oficio.
Creo también que se pudiera arriesgar un llamado principio de circularidad, en el que la escritura parte de una necesidad económica y espiritual del autor y la empresa editorial que lo patrocina, y regresa, luego de un recorrido, al mismo punto de partida, esta vez con la huella de lo público, tan importante para legitimar o descalificar cualquier proyecto.
La unidad escritor/ productor/ mercado, se plantea como problemática esencial, en la que prefiero arriesgar un criterio desde la realidad que me corresponde vivir: las preocupaciones agónicas solo pueden suplirse con incursiones en premios internacionales con las desventajas y riesgos que traen consigo, o la realización de trabajos informales para la subsistencia desde adentro, que no tienen ninguna relación con el oficio.
Asumir el desempeño de otros trabajos para vivir en complicidad con el Estado, convierten al escritor en siervo para concebir el acto del deber-ser, que le permita juzgar las cosas independientemente de los intereses en oposición. Algunos piensan que la opción viable es liberarse y sobrevivir en trabajos independientes, que permitan dedicar fondos al oficio sin compromiso alguno.
El lado opuesto lo encontramos en escritores noveles que, desde el Proyecto de Ediciones Territoriales Riso, enfrentan el pasmoso mundo de la globalización, y una literatura que muchas veces no trasciende la provincia. A pesar de ello, levantan una obra sobre valoraciones, a veces denigrantes, nada beneficiosas desde la mirada cosmopolita, sin embargo, son muy dignas y cumplen el encargo para las que fueron concebidas, en una coyuntura política y económica específica.
En el contexto histórico-cultural referenciado se ubica el cubano que escribe desde el interior. Para este escritor, no es lo mismo desarrollar el oficio desde la función de profesor de una institución educativa, ha hacerlo desde un centro de estudios, una editorial o trabajos informales. En el caso del primero y el último, asumen el acto de creación desde las condiciones enajenantes que sufren, son espejo del espíritu épico que gravita en su interior. Alcanzan una independencia relativa en relación con las instituciones, pues son estas las que le otorgan sentidos en los circuitos de distribución de símbolos, lo que obedece al hecho de que escriben con arreglo a una pauta cultural. Pauta cultural que condiciona históricamente su producción y no pueden ignorarla. Los otros lo hacen desde lo que Marx llama circularidad exclusiva que los enajena de los problemas sociales, y devienen instrumentos que reflejan intereses políticos, independientemente de los (espejismos) de posible independencia que pudieran argüirse a favor.
Muchos de estos escritores, en el caso de los primeros, pasan la vida con uno o varios libros en las gavetas, por no interesar el contenido de sus escritos, sucede cuando los productores-editores se interesan por un área afín y manifiestan empatía con homólogos, por eso miran despectivamente al que cultiva otros géneros. Resulta difícil salirse de esa marca y erguirse por otros caminos editoriales.
Por otro lado las revistas socioculturales privilegian a los escritores que viven a su sombra, razón que lleva a considerar que entre nación, provincia y municipio, se da una marginalidad nada favorable para el último, solo escriben los de las capitales a cualquier nivel, los que escriben en el “interior” son anulados o denigrados, independientemente de que existan raras excepciones. Entonces cabe hacerse una interrogante: ¿En qué medida el pensamiento que se genera en lo local tiene sus espacios de publicidad que contribuyan al diálogo entre el poder político y la sociedad civil? ¿Cómo puede el que escribe, enfrentar ese pasmoso silencio? ¿En qué medida sus ideas sirven de instrumento para valorar y evaluar la acción social? ¿Será algo intencional? ¿Será que no se les considera su obra con méritos para publicarla? ¿Qué verdades pretenden esconder? ¿Será aconsejable una evaluación rigurosa desde la urbe capitalina: La Habana, como recomienda cierto escritor que conozco?
Arriesgo un criterio más local todavía: el Instituto Cubano del Libro, pudiera evaluar una posible producción editorial al estilo de riso, en los municipios que tengan potencialidades, hecho que permitirá una mayor difusión del talento literario propio, sin los ineficientes recorridos de los consejos editoriales del libro, no regidos en algunas instancias por funcionarios de las direcciones de cultura, sino por escritores competentes, de hecho los hay, comprometidos con la calidad literaria que puede articularse a favor de la cultura nacional.
Arriesgo más todavía, las editoriales de reconocido prestigio pudieran asumir aquellos libros de ediciones riso más vendidos y publicarlos bajo su rúbrica, es una forma de elevarlos a circuitos más abiertos de calidad, promoción y venta, que en verdad hacen falta.
Es muy difícil asumir proyectos independientes de publicación, desde un enfoque local, sin apoyo institucional o reconocimiento oficial, si este no viene desde arriba, no es visto con buenos ojos por las autoridades, lo identifican como “disidencia organizada” que pone en peligro la estabilidad social.
Por otro lado al no existir diarios locales, es impensable imaginar trabajos críticos que centren su mira sobre el palpitar cotidiano, es una verdad de Perogrullo. Los que ejercen el poder político necesitan de una intelectualidad que no esté comprometida con sus dobleces. Es posible concebir unas Escenas Norteamericanas desde lo que pudiéramos llamar Escenas Cubanas, en las que estén desarrollados enfoques que recojan lo malo y bueno sin snobismos tontos. Es posible hacer crítica, sin ser censurados por los celadores del poder local.
Va siendo normal que la literatura del interior sea cada vez más sociológica, pues las interacciones sociales que ocurren a su interior, sólo pueden escribirse con inteligencia, la única forma de burlar las trampas de la censura.
El que perciba la madurez literaria que se respira en la instancia cultural llamada interior, se dará cuenta de que son pueblos decididos a levantarse y echar a andar, de una conciencia poética enmarcada en la historia, no se trata de surrealismos, son poéticas que toman el corcel y salen a campo abierto, sable en mano.
viernes, 11 de septiembre de 2009
¿Comprometerse en Cuba con el príncipe o la creación intelectual?
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
La relación del escritor con los hombres de Estado, el propio Estado y los partidos políticos, es una historia que va desde el compromiso con el orden institucionalizado, hasta la responsabilidad con la creación de la obra. A un lado están, lo que algunos han llamado preocupaciones paralizantes del oficio, y al otro, lo que (otros) llaman el compromiso adquirido ante la legitimación de la escritura.
A pesar de que se considere manido el acercamiento a los compromisos del escritor, prefiero echar leña al fuego. Mi condición de isleño, más escribir y defender una obra desde el interior de Cuba, son condicionantes que deben tenerse en cuenta desde cualquier latitud.
A continuación ilustro este proceso desde dos ejemplos paradigmáticos de la cultura que sirven para ilustrar la toma de posición hacia esos problemas: los griegos y el filósofo F. Nietszche.
La oposición escritor / Estado ya está presente en Pericles, en forma de conflictos entre los intereses personales y los de las polis. Está en los Protágoras y Giorgias de Platón, en forma de poder y provecho. De hecho se desprende que para el primero, los intereses personales deben subordinarse al bien público, “amas a tu ciudad como te amas a ti mismo”. En el segundo, poder y provecho se unen para formar una diada, el escritor satisface sus ambiciones, en la medida que hace uso del poder que concentra en sus manos. Pericles considera los vicios públicos, reflejo de las virtudes privadas; por tanto, de no plegarse al bien público, el escritor aparece como vocero de los males sociales.
Un irracionalista de la vieja Europa como Nietszche, es puntual al considerar que lo que persigue todo escritor es prestigio y dinero; el dinero es poder, influencias, crea el prejuicio en contra o en favor de un hombre. El rango está determinado por el grado de sufrimiento que puede un individuo soportar hasta alcanzar lo soñado. El sufrimiento da rango, el nivel de referencia que invalida o endiosa.
Los escritores desde su campo espiritual son una fuerza de mando, defensores del sentido de respeto, subordinación, los que saben callar cuando hay que hacerlo, los grandes pasionistas cuando hay que sentir, los que encarnan el deber, cuando éste lo exige.
El rango es un elemento de equilibrio, el poder lo valora significativamente, por eso acude al dinero para comprar la ética en el ejercicio de la creación. Son raros los escritores de valía que no se inclinan por sus caminos para llegar a la cumbre.
Para Nietszche un escritor sin dinero es potro camino al matadero. Un escritor sin rango es oveja de muchos lobos. En ambos casos es una especie de papel arrugado que por mucho que se le planche, jamás vuelve a su forma original.
Los paradigmas aludidos encienden la chispa al otro costado, recorre los misterios del oficio y señala verdades irrefutables, incluso el marxismo las considera objetivas. Antes de erguirse por encima de sus circunstancias históricas, el hombre debe asegurar necesidades básicas que hacen posible cualquiera de las formas de la conciencia social.
Todo escritor escribe para hacer público el oficio, su obra no le pertenece, pero si no hay formas de elevarse desde las circunstancias invisibles que encadenan el oficio, asume el suicidio como liberación del ser: ¿qué otra cosa puede hacer?
![]() |
Prefiero echar leña al fuego. |
La relación del escritor con los hombres de Estado, el propio Estado y los partidos políticos, es una historia que va desde el compromiso con el orden institucionalizado, hasta la responsabilidad con la creación de la obra. A un lado están, lo que algunos han llamado preocupaciones paralizantes del oficio, y al otro, lo que (otros) llaman el compromiso adquirido ante la legitimación de la escritura.
A pesar de que se considere manido el acercamiento a los compromisos del escritor, prefiero echar leña al fuego. Mi condición de isleño, más escribir y defender una obra desde el interior de Cuba, son condicionantes que deben tenerse en cuenta desde cualquier latitud.
A continuación ilustro este proceso desde dos ejemplos paradigmáticos de la cultura que sirven para ilustrar la toma de posición hacia esos problemas: los griegos y el filósofo F. Nietszche.
La oposición escritor / Estado ya está presente en Pericles, en forma de conflictos entre los intereses personales y los de las polis. Está en los Protágoras y Giorgias de Platón, en forma de poder y provecho. De hecho se desprende que para el primero, los intereses personales deben subordinarse al bien público, “amas a tu ciudad como te amas a ti mismo”. En el segundo, poder y provecho se unen para formar una diada, el escritor satisface sus ambiciones, en la medida que hace uso del poder que concentra en sus manos. Pericles considera los vicios públicos, reflejo de las virtudes privadas; por tanto, de no plegarse al bien público, el escritor aparece como vocero de los males sociales.
Un irracionalista de la vieja Europa como Nietszche, es puntual al considerar que lo que persigue todo escritor es prestigio y dinero; el dinero es poder, influencias, crea el prejuicio en contra o en favor de un hombre. El rango está determinado por el grado de sufrimiento que puede un individuo soportar hasta alcanzar lo soñado. El sufrimiento da rango, el nivel de referencia que invalida o endiosa.
Los escritores desde su campo espiritual son una fuerza de mando, defensores del sentido de respeto, subordinación, los que saben callar cuando hay que hacerlo, los grandes pasionistas cuando hay que sentir, los que encarnan el deber, cuando éste lo exige.
El rango es un elemento de equilibrio, el poder lo valora significativamente, por eso acude al dinero para comprar la ética en el ejercicio de la creación. Son raros los escritores de valía que no se inclinan por sus caminos para llegar a la cumbre.
Para Nietszche un escritor sin dinero es potro camino al matadero. Un escritor sin rango es oveja de muchos lobos. En ambos casos es una especie de papel arrugado que por mucho que se le planche, jamás vuelve a su forma original.
Los paradigmas aludidos encienden la chispa al otro costado, recorre los misterios del oficio y señala verdades irrefutables, incluso el marxismo las considera objetivas. Antes de erguirse por encima de sus circunstancias históricas, el hombre debe asegurar necesidades básicas que hacen posible cualquiera de las formas de la conciencia social.
Todo escritor escribe para hacer público el oficio, su obra no le pertenece, pero si no hay formas de elevarse desde las circunstancias invisibles que encadenan el oficio, asume el suicidio como liberación del ser: ¿qué otra cosa puede hacer?
(Fragmento del libro La soledad del oficio, Ediciones Santiago, 2009)
jueves, 10 de septiembre de 2009
Reinaldo Cedeño Pineda y su defensa del guajiro
Por Ángel del Toro Fonseca angel@gritodebaire.icrt.cu
Fotografía: Carlos A. Gonce Socías cmkw@rmambi.icrt.cu
Reinaldo Cedeño Pineda* es uno de esos profesionales cubanos de la letra y la palabra, que van por el mundo buscando los molinos de viento de lo imposible, para demostrar que la adarga de la inteligencia, la lógica y la inconformidad diaria, son consustanciales con el concepto del verdadero revolucionario.
Este polémico periodista santiaguero defiende sus criterios en los más complicados ruedos de la crítica artística, literaria y el periodismo de similar corte, dejando siempre un mensaje constructivo, pero encauzado por el análisis más cáustico.
En la Casa de la Prensa de Santiago de Cuba, conversé con este joven intelectual cubano que ha declarado una dura guerra contra quienes confunden en Cuba, el reflejo de la identidad nacional con la burla a las más autóctonas tradiciones y lenguajes de los campos cubanos.
El artículo “El arquetipo del “oriental” en la televisión cubana”, le valió a Cedeño Pineda una Mención en géneros de opinión, en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio del presente año.
Periodista: ¿Según tu criterio profesional, a qué se debe esta Mención en el Concurso de Periodismo 26 de Julio?
Cedeño: “… este artículo de fondo fue publicado en el suplemento semanal “La Calle del Medio” número 7 de noviembre del 2008, bajo la preocupación que siempre he tenido sobre el arquetipo que se hace de los orientales, sobre todo en la televisión cubana (…)
(…)Porque a todos los orientales que salen en la televisión los ponen como de la montaña, a todos les atribuyen una forma característica del decir (…) En los programas informativos se hace un esfuerzo por reflejar la isla tal y como es, pero cuando se realizan las novelas y los humorísticos entonces se cae en lo satírico, nunca se hace un análisis serio (…)
P: ¿Sobre el tema de la emigración oriental hacia el Occidente del país…?
C: (…) Sobre el tema de emigración hay muchas cosas serias que tratar pero no desde el enfoque bufo. Pero lo curioso es que hoy mismo tengo en mis manos un ejemplar de “El Caimán Barbudo” que responde de una forma muy interesante a mi trabajo: ¿Y los del centro qué? Es decir que los del centro de la Isla tampoco aparecen en la televisión (…)
(…) Ahora hay una especie de lupa que pasa por algunos lugares de Cuba. Yo pienso que es totalmente insuficiente; aunque es un intento loable; porque ahí la gente no habla, ahí se pasan las cámaras muy rápido por los lugares y la visualidad de Cuba está ausente y La Habana ha suplantado a Cuba (…)
P: ¿Antecedentes de este tema en otros análisis tuyos?
C: (…) Bueno, este es un tema que yo vengo siguiendo porque en el Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) yo estuve planteando esa temática; se trata de que la visualidad cubana no se podía obtener a través de la visita de un programa que de vez en cuando venga de La Habana a redescubrir lo ya descubierto en una provincia, porque las cámaras son nacionales, no porque estén en La Habana sino porque tienen que ir a todos los lugares (…)
(…) Yo decía, ¿Por qué no hay un concierto del inventor del sucu sucu desde Nueva Gerona?; ¿Por qué no hay una transmisión desde el Teatro de Matanzas? Pero como el concepto que está arraigado aquí es que el país vaya a La Habana y no que La Habana vaya al país, las cosas las estamos pensando al revés (…)
P: ¿De tus consideraciones sobre el tema, has visto algún signo alentador?
C: (…) Pienso que se hacen intentos por reflejar al hombre que ama a la tierra. ¡El hombre que ama la tierra no es para burlarse! Es para elogiarlo, para enaltecerlo porque el trabajo de la tierra es muy difícil. El hombre de la montaña, ¿cuántas carencias tiene? No es para burlarse, es para enaltecerlo. (…)
(…) En una ocasión, un espacio humorístico de la televisión se refirió a la gente de la tierra como “la gente con olor a marabú” y eso es realmente infamante, porque los programas de la televisión tienen un guión, un asesor y un director, que deben tener concepciones muy claras. Una cosa es reírse de las dificultades que tenemos y otra, reírse de determinadas cosas que requieren un análisis (…)
(…) Y yo he visto a algunos intentos, pero creo que en la televisión nacional falta mucha conciencia de que Cuba es desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí y todavía hay programas que están dando lo que va a ocurrir en el Anfiteatro de La Habana y ese tipo de cosas hay que cambiarlas (…)
(…) Yo digo que la radio y la televisión tienen que tener sedes nacionales a partir de lugares que no sean La Habana, para que sea una manera sostenida de visibilizar la imagen de otros lugares de Cuba, el habla, las costumbres, las calles, las autoridades y la historia (…)
*Reinaldo Cedeño Pineda
Nació en Santiago de Cuba en el año 1968. Es Licenciado en Periodismo por la Universidad de Oriente y Master en Comunicación Social.
Tiene una labor destacada en el marco del periodismo cultural, especialmente en lo referido a la música y la literatura. Fue redactor jefe de la página cultural del periódico Sierra Maestra. Se ha desempeñado como guionista, director de programas y reportero en los medios radiales santiagueros. Actualmente trabaja en la emisora Radio Siboney.
Es colaborador habitual de diversas revistas cubanas y extranjeras. Es miembro de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) y la UPEC (Unión de Periodistas de Cuba). Ha publicado los títulos Son de la Loma (2001, investigación musical), Cartas a Saturno (2004, ensayos acerca de Dulce María Loynaz) y El diablo y la luz (2004, entrevistas y crónicas). Reinaldo Cedeño cultiva también la poesía, y fruto de este quehacer es su libro Los corderos alzan la vista (2005). Ha obtenido el Premio Nacional de Periodismo Cultural en dos ocasiones (1998 y 2001), así como el Caracol de la UNEAC (1999 y 2001).
Es el autor del blog laislaylaespina.blogspot.com
Fotografía: Carlos A. Gonce Socías cmkw@rmambi.icrt.cu

Este polémico periodista santiaguero defiende sus criterios en los más complicados ruedos de la crítica artística, literaria y el periodismo de similar corte, dejando siempre un mensaje constructivo, pero encauzado por el análisis más cáustico.
En la Casa de la Prensa de Santiago de Cuba, conversé con este joven intelectual cubano que ha declarado una dura guerra contra quienes confunden en Cuba, el reflejo de la identidad nacional con la burla a las más autóctonas tradiciones y lenguajes de los campos cubanos.
El artículo “El arquetipo del “oriental” en la televisión cubana”, le valió a Cedeño Pineda una Mención en géneros de opinión, en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio del presente año.

Cedeño: “… este artículo de fondo fue publicado en el suplemento semanal “La Calle del Medio” número 7 de noviembre del 2008, bajo la preocupación que siempre he tenido sobre el arquetipo que se hace de los orientales, sobre todo en la televisión cubana (…)
(…)Porque a todos los orientales que salen en la televisión los ponen como de la montaña, a todos les atribuyen una forma característica del decir (…) En los programas informativos se hace un esfuerzo por reflejar la isla tal y como es, pero cuando se realizan las novelas y los humorísticos entonces se cae en lo satírico, nunca se hace un análisis serio (…)
P: ¿Sobre el tema de la emigración oriental hacia el Occidente del país…?
C: (…) Sobre el tema de emigración hay muchas cosas serias que tratar pero no desde el enfoque bufo. Pero lo curioso es que hoy mismo tengo en mis manos un ejemplar de “El Caimán Barbudo” que responde de una forma muy interesante a mi trabajo: ¿Y los del centro qué? Es decir que los del centro de la Isla tampoco aparecen en la televisión (…)
(…) Ahora hay una especie de lupa que pasa por algunos lugares de Cuba. Yo pienso que es totalmente insuficiente; aunque es un intento loable; porque ahí la gente no habla, ahí se pasan las cámaras muy rápido por los lugares y la visualidad de Cuba está ausente y La Habana ha suplantado a Cuba (…)
P: ¿Antecedentes de este tema en otros análisis tuyos?
C: (…) Bueno, este es un tema que yo vengo siguiendo porque en el Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) yo estuve planteando esa temática; se trata de que la visualidad cubana no se podía obtener a través de la visita de un programa que de vez en cuando venga de La Habana a redescubrir lo ya descubierto en una provincia, porque las cámaras son nacionales, no porque estén en La Habana sino porque tienen que ir a todos los lugares (…)
(…) Yo decía, ¿Por qué no hay un concierto del inventor del sucu sucu desde Nueva Gerona?; ¿Por qué no hay una transmisión desde el Teatro de Matanzas? Pero como el concepto que está arraigado aquí es que el país vaya a La Habana y no que La Habana vaya al país, las cosas las estamos pensando al revés (…)
P: ¿De tus consideraciones sobre el tema, has visto algún signo alentador?
C: (…) Pienso que se hacen intentos por reflejar al hombre que ama a la tierra. ¡El hombre que ama la tierra no es para burlarse! Es para elogiarlo, para enaltecerlo porque el trabajo de la tierra es muy difícil. El hombre de la montaña, ¿cuántas carencias tiene? No es para burlarse, es para enaltecerlo. (…)
(…) En una ocasión, un espacio humorístico de la televisión se refirió a la gente de la tierra como “la gente con olor a marabú” y eso es realmente infamante, porque los programas de la televisión tienen un guión, un asesor y un director, que deben tener concepciones muy claras. Una cosa es reírse de las dificultades que tenemos y otra, reírse de determinadas cosas que requieren un análisis (…)
(…) Y yo he visto a algunos intentos, pero creo que en la televisión nacional falta mucha conciencia de que Cuba es desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí y todavía hay programas que están dando lo que va a ocurrir en el Anfiteatro de La Habana y ese tipo de cosas hay que cambiarlas (…)
(…) Yo digo que la radio y la televisión tienen que tener sedes nacionales a partir de lugares que no sean La Habana, para que sea una manera sostenida de visibilizar la imagen de otros lugares de Cuba, el habla, las costumbres, las calles, las autoridades y la historia (…)
*Reinaldo Cedeño Pineda
Nació en Santiago de Cuba en el año 1968. Es Licenciado en Periodismo por la Universidad de Oriente y Master en Comunicación Social.
Tiene una labor destacada en el marco del periodismo cultural, especialmente en lo referido a la música y la literatura. Fue redactor jefe de la página cultural del periódico Sierra Maestra. Se ha desempeñado como guionista, director de programas y reportero en los medios radiales santiagueros. Actualmente trabaja en la emisora Radio Siboney.
Es colaborador habitual de diversas revistas cubanas y extranjeras. Es miembro de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) y la UPEC (Unión de Periodistas de Cuba). Ha publicado los títulos Son de la Loma (2001, investigación musical), Cartas a Saturno (2004, ensayos acerca de Dulce María Loynaz) y El diablo y la luz (2004, entrevistas y crónicas). Reinaldo Cedeño cultiva también la poesía, y fruto de este quehacer es su libro Los corderos alzan la vista (2005). Ha obtenido el Premio Nacional de Periodismo Cultural en dos ocasiones (1998 y 2001), así como el Caracol de la UNEAC (1999 y 2001).
Es el autor del blog laislaylaespina.blogspot.com
lunes, 7 de septiembre de 2009
Discurso sobre el agua, la sombra y la luz
Esta for
ma discursiva evidencia la búsqueda que hace el poeta de aquellos contextos que lo llevan hacia momentos de limpieza, liberación de lo sucio, alcanzar la pureza, la religiosidad profunda.
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Mirar la Isla es una obsesión en los que emprenden el camino del mar, la nostalgia los hace volverse una y otra vez hacia el terruño, llevan en su mente raíces que no pueden ignorar. Pienso en un escritor como Vicente Dorado, que en conversación reciente, nos decía que la Isla es una prisión simbólica de la que nunca el hombre logra salirse.
También soy de los que no creo que la Isla se mire mejor desde afuera, aunque uno de esos escribas de la otra orilla quiera desmentirme. Cuando la Isla viaja en la mente, no es una circunstancia, mucho menos un traje, menos una bandera. Es un sabor, un olor, un dolor que se llevan dentro y no permiten el olvido. No es una fruta bíblica. No son unas manos negras, ni siquiera blancas. Se lleva siempre adentro, pues las esencias favorecen la comprensión de nosotros mismos. La Isla siempre está en nosotros, queramos o no.
Esas ideas fueron encontradas al leer Ojos Verticales de Bismar Galán Gálvez, contramaestrense residente en República Dominicana, por esas razones decidí arriesgar un discurso sobre los caminos del mar, a partir de los cuales se hilvanan tres contextos que condicionan el cuaderno citado: la palabra agónica, la palabra en la aventura del mar, y la paz de la palabra.
A algunos les parecerá una redundancia, pero lo cierto es que las mismas las sostiene un discursar poético importante, las sombras, las luces y el agua, todas portadoras de significados diferentes a partir de los usos que les da el referido poeta.
El título en un inicio pareció sospechoso, hecho que me obligó a buscar las posibles justificaciones que dieron lugar a él. Se trata de uno de los poemas más infelices que haya escrito un poeta: Los gatos ocultan su castidad / en la sombra de la luna. / Lanzan sus gritos de amor / o de dolor sin proferir palabra / Tú vives –sin saber- la noche eterna. / Ellos visten de rosas y humedad / en arrebatos de manzanas que liban / ojos verticales.
Un buen lector apreciará de inmediato que hay trozos de un romanticismo trasnochado, de un idealismo cursi que viste de rosas y humedad, algo que no tiene razón de ser, si nos acercamos a la poética que forma parte del conjunto del libro.
Otra idea que nos sugiere la lectura es la relacionada con las marcas de identidad que traslada el poeta de una orilla a otra, sin dejar la insularidad, cuestión que lo lleva a imaginar partes con títulos que semejan olas: Oscilaciones y otros que dan catarsis: La paz de la palabra.
Tal vez las dos partes del libro en su conjunto arriesgan discursos diferentes a partir de contextos poéticos que las condicionan: la palabra en ristre, la palabra en la aventura del mar, y la paz de la palabra, esta última, cuando cree haber alcanzado la utopía de encontrarse con el yo poético. Por eso arriesgo un discurso sobre los caminos del mar, a partir de los cuales hilvana los tres contextos que condicionan Ojos Verticales.
Estos contextos poéticos son atravesados continuamente por las luces, las sombras y el agua, que funcionan como recurrencias en el discursar poético, son una obsesión permanente, al extremo que no puede liberarse de ellos en casi ningún poema, cayendo en reiteraciones innecesarias muy lamentables para la factura poética. Obsérvese a continuación:
manos que paren otras manos sin bosque / ni luz...
sin luz sobre esos bordes...
la luz se dispara...
luz y agua del cielo...
las luces hacia el fondo...
un tiempo luz...
habita a la sombra...
una sombra disimulada...
la sombra del sudor...
la sombra de un quejido...
la sombra de la acacia...
una sombra que sigue...
una sombra se desprende...
luces de sombras, sombras de luces...
la lluvia que me circula...
la lluvia traiciona al reloj...
a pesar de la lluvia...
rodamos sobre la mar...
Cómo ser agua...
pisar fuerte la otra orilla...
la lluvia que seduce...
sobre las aguas cercado por las aguas / Ahí están ellas unas me ahogan / otras me salvan...
blandas espumas...
baja a las aguas de otra caverna...
las aguas se mecen..., el agua nos salva...
las aguas amenazantes nos retan...
Fui lanzado a la pendiente por las aguas; huellas visibles sobre el agua; a pesar de las aguas...
Ese paso sin límites que sesga la lluvia...
las aguas de su rencor...
tus playas, mis ríos, mis aguas...
playa de luces;
traigo las manos de manantial.
Para comprender la palabra en ristre
Esta primera forma discursiva que organiza el libro, evidencia las referencias agonales que sirven de pautas a un conjunto de poemas, el contraste luz-sombras es un tratamiento binario que atraviesa la mayoría de los textos, es como si el poeta fuera movido por el mito de La Eneida y saliera de un mundo de sombras en la búsqueda de la luz.
No es casual entonces que la sombra aparezca tratada a partir de recursos literarios frescos y a veces sorprendentes: habita a la sombra; una sombra disimulada; la sombra del sudor; la sombra de un quejido; la sombra de la acacia; una sombra que sigue; una sombra se desprende.
En cada uno de los casos remite a lo existencial en el sujeto poético, un yo que agoniza en el interior de sí mismo y pugna por liberarse, hecho que torna sustancial el tratamiento conceptual de la agonía, que lo mismo transita por el sacrificio(sudor), el dolor(quejido), cansancio(la acacia), volubilidad(sigue), liberación(desprende).
Todo lo anterior me hace afirmar que el poeta intenta, a partir del dibujo de las sombras en diferentes contextos existenciales, acercarnos a sus referencias culturales.
Para comprender la palabra y su relación con el agua, la luz y la sombra
Esta forma discursiva evidencia la búsqueda que hace el poeta de aquellos contextos que lo llevan hacia momentos de limpieza, liberación de lo sucio, alcanzar la pureza, la religiosidad profunda.
Los contextos poéticos son atravesados continuamente por el agua y la luz, que funcionan como recurrencias en el discursar poético, son un obsesión permanente, al extremo que no puede liberarse de ellos en casi ningún poema:
manos que paren otras manos sin bosque / ni luz...
sin luz sobre esos bordes...
la luz se dispara...
luz y agua del cielo...
las luces hacia el fondo...
un tiempo luz...
habita a la sombra...
una sombra disimulada...
la sombra del sudor...
la sombra de un quejido...
la sombra de la acacia...
una sombra que sigue...
una sombra se desprende...
luces de sombras, sombras de luces...

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Mirar la Isla es una obsesión en los que emprenden el camino del mar, la nostalgia los hace volverse una y otra vez hacia el terruño, llevan en su mente raíces que no pueden ignorar. Pienso en un escritor como Vicente Dorado, que en conversación reciente, nos decía que la Isla es una prisión simbólica de la que nunca el hombre logra salirse.
También soy de los que no creo que la Isla se mire mejor desde afuera, aunque uno de esos escribas de la otra orilla quiera desmentirme. Cuando la Isla viaja en la mente, no es una circunstancia, mucho menos un traje, menos una bandera. Es un sabor, un olor, un dolor que se llevan dentro y no permiten el olvido. No es una fruta bíblica. No son unas manos negras, ni siquiera blancas. Se lleva siempre adentro, pues las esencias favorecen la comprensión de nosotros mismos. La Isla siempre está en nosotros, queramos o no.
Esas ideas fueron encontradas al leer Ojos Verticales de Bismar Galán Gálvez, contramaestrense residente en República Dominicana, por esas razones decidí arriesgar un discurso sobre los caminos del mar, a partir de los cuales se hilvanan tres contextos que condicionan el cuaderno citado: la palabra agónica, la palabra en la aventura del mar, y la paz de la palabra.
A algunos les parecerá una redundancia, pero lo cierto es que las mismas las sostiene un discursar poético importante, las sombras, las luces y el agua, todas portadoras de significados diferentes a partir de los usos que les da el referido poeta.
El título en un inicio pareció sospechoso, hecho que me obligó a buscar las posibles justificaciones que dieron lugar a él. Se trata de uno de los poemas más infelices que haya escrito un poeta: Los gatos ocultan su castidad / en la sombra de la luna. / Lanzan sus gritos de amor / o de dolor sin proferir palabra / Tú vives –sin saber- la noche eterna. / Ellos visten de rosas y humedad / en arrebatos de manzanas que liban / ojos verticales.
Un buen lector apreciará de inmediato que hay trozos de un romanticismo trasnochado, de un idealismo cursi que viste de rosas y humedad, algo que no tiene razón de ser, si nos acercamos a la poética que forma parte del conjunto del libro.
Otra idea que nos sugiere la lectura es la relacionada con las marcas de identidad que traslada el poeta de una orilla a otra, sin dejar la insularidad, cuestión que lo lleva a imaginar partes con títulos que semejan olas: Oscilaciones y otros que dan catarsis: La paz de la palabra.
Tal vez las dos partes del libro en su conjunto arriesgan discursos diferentes a partir de contextos poéticos que las condicionan: la palabra en ristre, la palabra en la aventura del mar, y la paz de la palabra, esta última, cuando cree haber alcanzado la utopía de encontrarse con el yo poético. Por eso arriesgo un discurso sobre los caminos del mar, a partir de los cuales hilvana los tres contextos que condicionan Ojos Verticales.
Estos contextos poéticos son atravesados continuamente por las luces, las sombras y el agua, que funcionan como recurrencias en el discursar poético, son una obsesión permanente, al extremo que no puede liberarse de ellos en casi ningún poema, cayendo en reiteraciones innecesarias muy lamentables para la factura poética. Obsérvese a continuación:
manos que paren otras manos sin bosque / ni luz...
sin luz sobre esos bordes...
la luz se dispara...
luz y agua del cielo...
las luces hacia el fondo...
un tiempo luz...
habita a la sombra...
una sombra disimulada...
la sombra del sudor...
la sombra de un quejido...
la sombra de la acacia...
una sombra que sigue...
una sombra se desprende...
luces de sombras, sombras de luces...
la lluvia que me circula...
la lluvia traiciona al reloj...
a pesar de la lluvia...
rodamos sobre la mar...
Cómo ser agua...
pisar fuerte la otra orilla...
la lluvia que seduce...
sobre las aguas cercado por las aguas / Ahí están ellas unas me ahogan / otras me salvan...
blandas espumas...
baja a las aguas de otra caverna...
las aguas se mecen..., el agua nos salva...
las aguas amenazantes nos retan...
Fui lanzado a la pendiente por las aguas; huellas visibles sobre el agua; a pesar de las aguas...
Ese paso sin límites que sesga la lluvia...
las aguas de su rencor...
tus playas, mis ríos, mis aguas...
playa de luces;
traigo las manos de manantial.
Para comprender la palabra en ristre
Esta primera forma discursiva que organiza el libro, evidencia las referencias agonales que sirven de pautas a un conjunto de poemas, el contraste luz-sombras es un tratamiento binario que atraviesa la mayoría de los textos, es como si el poeta fuera movido por el mito de La Eneida y saliera de un mundo de sombras en la búsqueda de la luz.
No es casual entonces que la sombra aparezca tratada a partir de recursos literarios frescos y a veces sorprendentes: habita a la sombra; una sombra disimulada; la sombra del sudor; la sombra de un quejido; la sombra de la acacia; una sombra que sigue; una sombra se desprende.
En cada uno de los casos remite a lo existencial en el sujeto poético, un yo que agoniza en el interior de sí mismo y pugna por liberarse, hecho que torna sustancial el tratamiento conceptual de la agonía, que lo mismo transita por el sacrificio(sudor), el dolor(quejido), cansancio(la acacia), volubilidad(sigue), liberación(desprende).
Todo lo anterior me hace afirmar que el poeta intenta, a partir del dibujo de las sombras en diferentes contextos existenciales, acercarnos a sus referencias culturales.
Para comprender la palabra y su relación con el agua, la luz y la sombra
Esta forma discursiva evidencia la búsqueda que hace el poeta de aquellos contextos que lo llevan hacia momentos de limpieza, liberación de lo sucio, alcanzar la pureza, la religiosidad profunda.
Los contextos poéticos son atravesados continuamente por el agua y la luz, que funcionan como recurrencias en el discursar poético, son un obsesión permanente, al extremo que no puede liberarse de ellos en casi ningún poema:
manos que paren otras manos sin bosque / ni luz...
sin luz sobre esos bordes...
la luz se dispara...
luz y agua del cielo...
las luces hacia el fondo...
un tiempo luz...
habita a la sombra...
una sombra disimulada...
la sombra del sudor...
la sombra de un quejido...
la sombra de la acacia...
una sombra que sigue...
una sombra se desprende...
luces de sombras, sombras de luces...
domingo, 6 de septiembre de 2009
La poesía como elemento de nivelación racial
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
No era natural en el siglo XIX pensar el ejercicio y adicción a la poesía en un mulato. La sociedad de aquellos días en la fiel isla de Cuba estaba regida por normas raciales y de segregación. Ya el término raza tenía carta de presentación en la mirada del Viejo Continente; el siglo XVI lo había acuñado y desde su rasero se evaluaban a los pueblos surgidos al calor de la colonización y sus "altruistas misiones de civilizadoras".
El libro "Plácido. El poeta conspirador", de la ensayista santiaguera Daisy Cué, narra la vida de Gabriel de la Concepción Valdés, mulato crecido por encima de los prejuicios raciales de su época, para alcanzar la condición de mayor poeta popular del siglo XIX en Cuba. Sobre los elementos que dan cuerpo a la referida obra, comento a continuación.
De la familia de Plácido se especula mucho, se dice que su padre fue un hombre de elevada posición ante la Iglesia católica; se cuenta también que fue hijo de una dama de la alta sociedad. Sobre sus progenitores existe un manto de oscuridad que este libro evalúa con evidencias documentales meridianas.
El hecho de estar atiborrado de dudas en torno a sus orígenes, condicionó la forma de mirar al otro en Plácido, su poesía respira dolor contra las clases sociales que le vedaron el acceso a las instituciones de la alta cultura y rebajaron sus condiciones literarias por el color de su piel.
Su condición de poeta conspirador y hasta mártir, por involucrarse en un proceso como el de la Escalera, al que la autora somete a un profundo análisis historiográfico, aporta nuevos elementos a la personalidad de este bardo. ¿Fue en verdad un conspirador? ¿Cuáles son las evidencias que existen sobre ello? Este libro tiene la virtud de presentarnos la leyenda blanca y la negra en torno a Plácido, las evalúa críticamente, la primera defiende a un revolucionario no implicado en movimientos subversivos; la segunda, presenta a un poeta envilecido, manchado al final de su vida por una conducta infame y traidora.
La leyenda en torno al poeta crece, si contrastamos los retratos que existen sobre su figura. Daisy evalúa los argumentos que fundamentan la legitimidad de cada uno para aportar dos consideraciones importantes: “hay suficientes coincidencias en las descripciones para conformar una imagen física bastante aproximada al original, y demasiadas divergencias y contradicciones para aceptar un retrato como el único y verdadero”. 1
Sobre la personalidad de Plácido ante la historia, la autora aporta sustantivas consideraciones entre las que sobresalen: las intensas contradicciones que le caracterizaron y de las que no pudo librarse hasta el final de su vida; a pesar de conocer “sus posibilidades intelectuales, tuvo que conformarse con las limitaciones impuestas por su origen y raza”. 2
Pero también coincidimos con la autora cuando señala: fue la “representación del artesanado mestizo de la época en las letras de la Isla”. “Si no alcanzó la libertad social frustrada por las balas españolas, su obra poética le permitió equipararse a muchos de los que en vida le miraron con desprecio”... 3
"Plácido. El poeta conspirador", de la santiaguera Daisy Cué, realiza un balance y evaluación de la obra del bardo ante la crítica literaria de su tiempo y la posterior, llegando incluso hasta autores de hoy, aspecto que puede considerarse entre sus logros fundamentales.
Otro elemento que merece destacarse es la propuesta de jerarquización de la poesía de Plácido a partir de dos supuestos básicos:
• Marcada intención estética.
• Función puramente social de la misma.
De singular interés resulta el análisis y evaluación que realiza Daisy Cué de las influencias que tuvo Plácido, autores a quienes en ocasiones imitó, glosó, intertualizó o tomó de paradigma literario.
Sólo me queda sugerirle que no deje de apreciar lo que nos dice la autora sobre los libros publicados por Plácido, los temas que trató en los mismos, los géneros que privilegió, las características de su léxico, la influencia del estamento del que formaba parte, para que al final pueda corroborar el aserto:
“El poeta no muere:
Pues del tiempo y los hombres
La Historia está en su lira
Y la inmortalidad está en su canto”.
Notas
1 Plácido. El poeta conspirador, p. 43.
2 Obra citada, p. 101.
3 Obra citada, p. 108.
Fotografía: Presentación del libro "Plácido. El poeta conspirador", en el municipio Contramaestre. En la foto Daisy Cué y Arnoldo Fernández Verdecia

El libro "Plácido. El poeta conspirador", de la ensayista santiaguera Daisy Cué, narra la vida de Gabriel de la Concepción Valdés, mulato crecido por encima de los prejuicios raciales de su época, para alcanzar la condición de mayor poeta popular del siglo XIX en Cuba. Sobre los elementos que dan cuerpo a la referida obra, comento a continuación.
De la familia de Plácido se especula mucho, se dice que su padre fue un hombre de elevada posición ante la Iglesia católica; se cuenta también que fue hijo de una dama de la alta sociedad. Sobre sus progenitores existe un manto de oscuridad que este libro evalúa con evidencias documentales meridianas.
El hecho de estar atiborrado de dudas en torno a sus orígenes, condicionó la forma de mirar al otro en Plácido, su poesía respira dolor contra las clases sociales que le vedaron el acceso a las instituciones de la alta cultura y rebajaron sus condiciones literarias por el color de su piel.
Su condición de poeta conspirador y hasta mártir, por involucrarse en un proceso como el de la Escalera, al que la autora somete a un profundo análisis historiográfico, aporta nuevos elementos a la personalidad de este bardo. ¿Fue en verdad un conspirador? ¿Cuáles son las evidencias que existen sobre ello? Este libro tiene la virtud de presentarnos la leyenda blanca y la negra en torno a Plácido, las evalúa críticamente, la primera defiende a un revolucionario no implicado en movimientos subversivos; la segunda, presenta a un poeta envilecido, manchado al final de su vida por una conducta infame y traidora.
La leyenda en torno al poeta crece, si contrastamos los retratos que existen sobre su figura. Daisy evalúa los argumentos que fundamentan la legitimidad de cada uno para aportar dos consideraciones importantes: “hay suficientes coincidencias en las descripciones para conformar una imagen física bastante aproximada al original, y demasiadas divergencias y contradicciones para aceptar un retrato como el único y verdadero”. 1
Sobre la personalidad de Plácido ante la historia, la autora aporta sustantivas consideraciones entre las que sobresalen: las intensas contradicciones que le caracterizaron y de las que no pudo librarse hasta el final de su vida; a pesar de conocer “sus posibilidades intelectuales, tuvo que conformarse con las limitaciones impuestas por su origen y raza”. 2
Pero también coincidimos con la autora cuando señala: fue la “representación del artesanado mestizo de la época en las letras de la Isla”. “Si no alcanzó la libertad social frustrada por las balas españolas, su obra poética le permitió equipararse a muchos de los que en vida le miraron con desprecio”... 3
"Plácido. El poeta conspirador", de la santiaguera Daisy Cué, realiza un balance y evaluación de la obra del bardo ante la crítica literaria de su tiempo y la posterior, llegando incluso hasta autores de hoy, aspecto que puede considerarse entre sus logros fundamentales.
Otro elemento que merece destacarse es la propuesta de jerarquización de la poesía de Plácido a partir de dos supuestos básicos:
• Marcada intención estética.
• Función puramente social de la misma.
De singular interés resulta el análisis y evaluación que realiza Daisy Cué de las influencias que tuvo Plácido, autores a quienes en ocasiones imitó, glosó, intertualizó o tomó de paradigma literario.
Sólo me queda sugerirle que no deje de apreciar lo que nos dice la autora sobre los libros publicados por Plácido, los temas que trató en los mismos, los géneros que privilegió, las características de su léxico, la influencia del estamento del que formaba parte, para que al final pueda corroborar el aserto:
“El poeta no muere:
Pues del tiempo y los hombres
La Historia está en su lira
Y la inmortalidad está en su canto”.
Notas
1 Plácido. El poeta conspirador, p. 43.
2 Obra citada, p. 101.
3 Obra citada, p. 108.
Fotografía: Presentación del libro "Plácido. El poeta conspirador", en el municipio Contramaestre. En la foto Daisy Cué y Arnoldo Fernández Verdecia
viernes, 4 de septiembre de 2009
Aunque escribas mal, desahógate
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu
Hace algún tiempo acaricio el deseo de hacerle una entrevista a la escritora Yulexis Ciudad Sierra, nacida en Baire, uno de los territorios del municipio santiaguero de Contramaestre. Debía esperar el contexto ideal y este llegó con el premio recibido en el XII concurso nacional de poesía Regino Pedroso y la repercusión de su libro Casa de Insomnio en la crítica literaria de la zona oriental de la isla.
Me fui hasta su casa. El café no se hizo esperar y enseguida lo degustamos entre las necesarias preguntas que llegaron de forma espontánea.
Sin proponérnoslo entramos al laberinto de una mujer sensible, cargada de sueños, la única fémina que escribe por estos predios, donde los hombres parecen enseñorearse con la literatura.
Nos remitimos a su niñez, los reinos donde creció, la vocación literaria, las lecturas imprescindibles, las influencias, las temáticas desarrolladas en Casa de insomnio, los espíritus de la mujer...
Arnoldo Fernández Verdecia: Casi todos los escritores tienen una niñez desviada, incomprendida. ¿Fue así la tuya?
Yulexis Ciudad Sierra: Yo tenía apenas 5 o 6 años, fui una niña que mi Mamá soltaba mucho, porque siempre fui sincera; abuela también. Me crié con ellas, soy hija de padres divorciados.
AFV: Algunos niños construyen reinos autónomos ante los adultos. ¿Qué reinos se creó Yulexis?
Y.C.S: La lectura fue mi predilección. Leí "La Edad de Oro", "El principito", me reí mucho de la paradoja que utiliza el autor, de que los mayores no entienden mucho de los niños y olvidan que una vez lo fueron. Una vez le pregunté a mi abuela: ¿por qué dicen que los mayores no entienden muchas cosas de los niños? Me respondió que cuando fuera grande lo podría entender. Otro libro que amé fue "La ballena azul ", jamás lo he vuelto a ver, tampoco sé como se extravió. Fue otra de mis pérdidas.
AFV: ¿El fantasma de la escritura se te aparece a qué edad?
Y.C.S: No imaginé que llegaría a ser escritora. Parece que las canciones infantiles me influyeron; mi mamá era educadora y luego directora de círculo infantil, las cantaba sistemáticamente, porque sabía muchas de ellas. Las canciones también son literatura.
De niña mis regalos favoritos fueron los libros, quizás eso contribuyó en algo. Siempre tuve conciencia del flujo literario que habita en mí, me viene por mi abuela por parte de madre. Papi también leía mucho y yo lo veía.
AFV: Hay lecturas inolvidables que determinan la formación de un escritor. ¿Cuáles fueron las tuyas?
Y.C.S: "El Ismaelillo", sobre todo su prólogo. Otro de mis libros favoritos fue " Casa de muñecas ". ¿Sabes lo que me regaló mi mamá en la secundaria después de haber salido de una operación quirúrgica? "Molinos de viento". Las de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Dulce María Loynaz, la Avellaneda, tendría que hacerte una lista inmensa.
AFV: ¿Qué significa el poeta y narrador Eduard Encina en la vida literaria de Yulexis Ciudad?
Y.C.S: En secundaria tropiezo con Eduard Encina, llega hasta mí por la noticia de un concurso de español que había ganado en el ámbito nacional. Manejó su psicología para apoderarse de mis poemas. Recuerdo que lo llevé hasta mi casa y le enseñé unos 206 que tenía en dos cuadernos. Se los mostré sobre la máquina de coser de abuela, se los llevó y de aquella colección sólo quedaron 50, que luego se pulieron. Eduard es quien me incorpora al mundo literario. Tenía deseos de compartir con lo soñado.
AFV: "Casa de insomnio" es tu primer libro, poesía, y confiesas que eres mejor como narradora. ¿Cómo justificas que no fuera narrativa lo primero?
Y.C.S: Era una deuda con mi Padrastro, una persona especial, por eso "Casa de insomnio" está dedicado a él, era alguien apacible, se reservaba sus dolores. Fue muy protector conmigo, sabía guiarme. Siempre me preguntaba si había escrito algo. Recuerdo que unos meses antes de morir me dijo: vamos a conversar, estaba interesado en contarme algunas de sus historias y es cuando surge mi cuento "Los soldados no van al cielo". Ese cuento narra los sufrimientos que pasó mi Padrastro en Angola. Siempre me decía "tienes que escribir, aunque escribas mal, desahógate".
Tenía que salir "Casa de Insomnio", porque marcó un momento de mi vida: la muerte de mi Padrasto, ese "Padre" que se acercaba a mí, como yo quise y siempre he querido que se me acerquen todas las personas. Me hizo ver lo mejor de mí y lo ayudó a desarrollar.
AFV: Yulexis Ciudad a veces parece una mujer melancólica, los espíritus parecen guiarla. Su Padrasto sigue en su vida y lo confiesa con tristeza mezclada de nostalgia.
Y.C.S: He dicho que el sueño más triste de mi vida ocurrió luego de la muerte de mi Padrastro. En el sueño me decía: "Eres quien debe fortalecer a la familia, eres una casa fuerte, fuerte ante los golpes de la vida. Nunca llores, que el llanto sea porque estás alegre. Estudia y levántate. Me lo dijo llorando, con la cara roja y aquella garganta fruncida. En el sueño me tomaba de la mano a mí y a mi madre, estaba delante de una pared que se estaba cayendo”.
AFV: Eres una escritora tan segura de ti misma, que algunos te imaginan egocéntrica.
Y.C.S: Nunca he pensado que mis desprendimientos están muy buenos, pero sí trato de trazarme una meta y aceptar al menos una gran parte de las críticas que me hacen. Soy sincera con los lectores, conmigo misma. En esta Casa habrá un lugar posible y nadie puede temer a llegar hasta mí.
Otra taza de café era servida a la mesa, un magnífico cierre para una conversación sincera durante una mañana de domingo. Al degustarla, comprendo la vida de esta mujer que supo desde muy temprano de su vocación por la literatura.
Me acompañó hasta la puerta de su hogar, tan caluroso y húmedo, varios libros fueron desgranados sobre mis manos, entre ellos Casa de Insomnio y una bella dedicatoria: “Para Arnoldo, viejo amigo, esta Casa de insomnio, una vez habitada por Papi. Hoy, para siempre en sus páginas. Con mucho afecto. Yulexis Ciudad Sierra”.

Me fui hasta su casa. El café no se hizo esperar y enseguida lo degustamos entre las necesarias preguntas que llegaron de forma espontánea.
Sin proponérnoslo entramos al laberinto de una mujer sensible, cargada de sueños, la única fémina que escribe por estos predios, donde los hombres parecen enseñorearse con la literatura.
Nos remitimos a su niñez, los reinos donde creció, la vocación literaria, las lecturas imprescindibles, las influencias, las temáticas desarrolladas en Casa de insomnio, los espíritus de la mujer...
Arnoldo Fernández Verdecia: Casi todos los escritores tienen una niñez desviada, incomprendida. ¿Fue así la tuya?
Yulexis Ciudad Sierra: Yo tenía apenas 5 o 6 años, fui una niña que mi Mamá soltaba mucho, porque siempre fui sincera; abuela también. Me crié con ellas, soy hija de padres divorciados.
AFV: Algunos niños construyen reinos autónomos ante los adultos. ¿Qué reinos se creó Yulexis?
Y.C.S: La lectura fue mi predilección. Leí "La Edad de Oro", "El principito", me reí mucho de la paradoja que utiliza el autor, de que los mayores no entienden mucho de los niños y olvidan que una vez lo fueron. Una vez le pregunté a mi abuela: ¿por qué dicen que los mayores no entienden muchas cosas de los niños? Me respondió que cuando fuera grande lo podría entender. Otro libro que amé fue "La ballena azul ", jamás lo he vuelto a ver, tampoco sé como se extravió. Fue otra de mis pérdidas.
AFV: ¿El fantasma de la escritura se te aparece a qué edad?
Y.C.S: No imaginé que llegaría a ser escritora. Parece que las canciones infantiles me influyeron; mi mamá era educadora y luego directora de círculo infantil, las cantaba sistemáticamente, porque sabía muchas de ellas. Las canciones también son literatura.
De niña mis regalos favoritos fueron los libros, quizás eso contribuyó en algo. Siempre tuve conciencia del flujo literario que habita en mí, me viene por mi abuela por parte de madre. Papi también leía mucho y yo lo veía.
AFV: Hay lecturas inolvidables que determinan la formación de un escritor. ¿Cuáles fueron las tuyas?
Y.C.S: "El Ismaelillo", sobre todo su prólogo. Otro de mis libros favoritos fue " Casa de muñecas ". ¿Sabes lo que me regaló mi mamá en la secundaria después de haber salido de una operación quirúrgica? "Molinos de viento". Las de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Dulce María Loynaz, la Avellaneda, tendría que hacerte una lista inmensa.
AFV: ¿Qué significa el poeta y narrador Eduard Encina en la vida literaria de Yulexis Ciudad?
Y.C.S: En secundaria tropiezo con Eduard Encina, llega hasta mí por la noticia de un concurso de español que había ganado en el ámbito nacional. Manejó su psicología para apoderarse de mis poemas. Recuerdo que lo llevé hasta mi casa y le enseñé unos 206 que tenía en dos cuadernos. Se los mostré sobre la máquina de coser de abuela, se los llevó y de aquella colección sólo quedaron 50, que luego se pulieron. Eduard es quien me incorpora al mundo literario. Tenía deseos de compartir con lo soñado.
AFV: "Casa de insomnio" es tu primer libro, poesía, y confiesas que eres mejor como narradora. ¿Cómo justificas que no fuera narrativa lo primero?
Y.C.S: Era una deuda con mi Padrastro, una persona especial, por eso "Casa de insomnio" está dedicado a él, era alguien apacible, se reservaba sus dolores. Fue muy protector conmigo, sabía guiarme. Siempre me preguntaba si había escrito algo. Recuerdo que unos meses antes de morir me dijo: vamos a conversar, estaba interesado en contarme algunas de sus historias y es cuando surge mi cuento "Los soldados no van al cielo". Ese cuento narra los sufrimientos que pasó mi Padrastro en Angola. Siempre me decía "tienes que escribir, aunque escribas mal, desahógate".
Tenía que salir "Casa de Insomnio", porque marcó un momento de mi vida: la muerte de mi Padrasto, ese "Padre" que se acercaba a mí, como yo quise y siempre he querido que se me acerquen todas las personas. Me hizo ver lo mejor de mí y lo ayudó a desarrollar.
AFV: Yulexis Ciudad a veces parece una mujer melancólica, los espíritus parecen guiarla. Su Padrasto sigue en su vida y lo confiesa con tristeza mezclada de nostalgia.
Y.C.S: He dicho que el sueño más triste de mi vida ocurrió luego de la muerte de mi Padrastro. En el sueño me decía: "Eres quien debe fortalecer a la familia, eres una casa fuerte, fuerte ante los golpes de la vida. Nunca llores, que el llanto sea porque estás alegre. Estudia y levántate. Me lo dijo llorando, con la cara roja y aquella garganta fruncida. En el sueño me tomaba de la mano a mí y a mi madre, estaba delante de una pared que se estaba cayendo”.
AFV: Eres una escritora tan segura de ti misma, que algunos te imaginan egocéntrica.
Y.C.S: Nunca he pensado que mis desprendimientos están muy buenos, pero sí trato de trazarme una meta y aceptar al menos una gran parte de las críticas que me hacen. Soy sincera con los lectores, conmigo misma. En esta Casa habrá un lugar posible y nadie puede temer a llegar hasta mí.
Otra taza de café era servida a la mesa, un magnífico cierre para una conversación sincera durante una mañana de domingo. Al degustarla, comprendo la vida de esta mujer que supo desde muy temprano de su vocación por la literatura.
Me acompañó hasta la puerta de su hogar, tan caluroso y húmedo, varios libros fueron desgranados sobre mis manos, entre ellos Casa de Insomnio y una bella dedicatoria: “Para Arnoldo, viejo amigo, esta Casa de insomnio, una vez habitada por Papi. Hoy, para siempre en sus páginas. Con mucho afecto. Yulexis Ciudad Sierra”.
martes, 25 de agosto de 2009
Escritor de Contramaestre conoció a Mario Benedetti
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

La muerte del escritor Mario Benedetti sorprendió al mapa literario universal, nadie estaba preparado para escuchar una noticia como esa, sin embargo, algo que se llama destino se llevó el cuerpo del afamado poeta y narrador, autor de los “Montevideanos”, no así su obra, devenida patrimonio de las personas sensibles del planeta. En nuestra ciudad, el escritor Orlando Concepción guarda como un preciado tesoro sus dos encuentros con Mario Benedetti en la década de 1960. Sobre los pormenores ocurridos en los mismos, nuestro sitio conversó con él.
Periodista: ¿En qué circunstancias conoció a Mario Benedetti?
Orlando Concepción: Conocí a Benedetti en 1967, el mismo año en que él asumió la dirección del Centro de Investigaciones Literarias en Casa de las Américas. Fue una noche sin igual en Santiago de Cuba. Sesionaba una especie de Taller Literario. Un cuento mío, titulado entonces “La palabra órdenes”, resultó triturado por un grupito de los existentes en esa ciudad aficionados a la mordacidad. Después de leer, me uní a un cuarteto de figuras de la literatura, que hacían más placentera la presencia en aquel edificio en cuya entrada se alzaba majestuosa una mata de framboyán.
Allí estaba como cercano observador José Soler Puig, acompañado a su derecha, por Mario Benedetti, y a su izquierda por Rafael Soler Martínez y Luis Díaz Oduardo. Con modestia me acerqué hasta situarme al lado de Benedetti. Extendí mi mano saludadora desde Benedetti hasta Luis. Aspiro a leer “Montevideanos”, dije al célebre uruguayo. “Podrás”, sólo dijo.
Se acercó uno de los críticos mordaces, y soltó su alegría: “Te hicieron leña”. Lo miré a los ojos, lo que él no había hecho, y respondí con serenidad: “A mí no, al cuento”. La carcajada de Benedetti recibió el coro de los otros tres escritores de excepción.
Finalizado el ritual de los comentarios aprobatorios, escuché el consejo de Benedetti: “Seguí escribiendo. Vos sos un cuentista”. Aquellas palabras en la voz de Mario Benedetti las recibí como un estímulo, sin la más mínima cuota de engreimiento.
Una hora después, coincidimos en la Librería “Renacimiento”. Allí estaba a la venta la primera edición cubana de “Montevideanos”. Compré dos ejemplares. Dedicó el mío, muy amable. Le pedí dedicara el otro a un amigo: “Chile” Morín. Me miró, extrañado. “¿Chile, el país?”. Le aclaré se trataba de un gran afecto, intelectual de mi pueblo, a quien llamábamos así.
P: ¿Volvió a encontrarse con él?
O C: Un año después, en octubre de 1968, dos de mis cuentos recibieron primero y segundo premio en el Concurso 26 DE JULIO, auspiciado por el Consejo Nacional de Cultura. En el programa de visitas, los premiados fuimos a Casa de las Américas. ¡Grata sorpresa! Nos recibió Mario Benedetti. Recuerdo su sonrisa y su abrazo atento. Su alegría no disimulada. “Vamos a ver a Haydeé. Le conté la anécdota de tu cuento. Quiero que la escuche de ti”. Conocer y saludar a Haydeé Santamaría fue un honor no programado. Cuando repetí: “A mi no, al cuento”, se rió como yo no imaginé que se reiría la hermana de Abel, la novia de Boris, la heroína del Moncada.
Después, hablé con ella y Benedetti, sobre mi cuento “Desilusión”, que escribí con el tema del torturador de Abel. Me habían dicho que no debía ser publicado. Lastimaría a Haydeé. Fue el ganador del primer premio. Ella quiso leerlo. “Si puedes, publícalo. Está bellísimo”. Me conmovió su elogio.
P: ¿Qué significación tienen para Concepción los encuentros con Benedetti?
O C: En mi memoria sin olvido está sembrado Mario Benedetti. Aquellas palabras, quizás con el sólo ánimo de estimular a un escritor novel (no tan novel), resuenan en mis oídos.
Siempre daré “Gracias por el fuego” al hombre que, con su narrativa me enseñó el alma de los “Montevideanos” y con su poesía, me hizo orar como un creyente, por su “Padre Nuestro Latinoamericano”.

La muerte del escritor Mario Benedetti sorprendió al mapa literario universal, nadie estaba preparado para escuchar una noticia como esa, sin embargo, algo que se llama destino se llevó el cuerpo del afamado poeta y narrador, autor de los “Montevideanos”, no así su obra, devenida patrimonio de las personas sensibles del planeta. En nuestra ciudad, el escritor Orlando Concepción guarda como un preciado tesoro sus dos encuentros con Mario Benedetti en la década de 1960. Sobre los pormenores ocurridos en los mismos, nuestro sitio conversó con él.
Periodista: ¿En qué circunstancias conoció a Mario Benedetti?
Orlando Concepción: Conocí a Benedetti en 1967, el mismo año en que él asumió la dirección del Centro de Investigaciones Literarias en Casa de las Américas. Fue una noche sin igual en Santiago de Cuba. Sesionaba una especie de Taller Literario. Un cuento mío, titulado entonces “La palabra órdenes”, resultó triturado por un grupito de los existentes en esa ciudad aficionados a la mordacidad. Después de leer, me uní a un cuarteto de figuras de la literatura, que hacían más placentera la presencia en aquel edificio en cuya entrada se alzaba majestuosa una mata de framboyán.
Allí estaba como cercano observador José Soler Puig, acompañado a su derecha, por Mario Benedetti, y a su izquierda por Rafael Soler Martínez y Luis Díaz Oduardo. Con modestia me acerqué hasta situarme al lado de Benedetti. Extendí mi mano saludadora desde Benedetti hasta Luis. Aspiro a leer “Montevideanos”, dije al célebre uruguayo. “Podrás”, sólo dijo.
Se acercó uno de los críticos mordaces, y soltó su alegría: “Te hicieron leña”. Lo miré a los ojos, lo que él no había hecho, y respondí con serenidad: “A mí no, al cuento”. La carcajada de Benedetti recibió el coro de los otros tres escritores de excepción.
Finalizado el ritual de los comentarios aprobatorios, escuché el consejo de Benedetti: “Seguí escribiendo. Vos sos un cuentista”. Aquellas palabras en la voz de Mario Benedetti las recibí como un estímulo, sin la más mínima cuota de engreimiento.
Una hora después, coincidimos en la Librería “Renacimiento”. Allí estaba a la venta la primera edición cubana de “Montevideanos”. Compré dos ejemplares. Dedicó el mío, muy amable. Le pedí dedicara el otro a un amigo: “Chile” Morín. Me miró, extrañado. “¿Chile, el país?”. Le aclaré se trataba de un gran afecto, intelectual de mi pueblo, a quien llamábamos así.
P: ¿Volvió a encontrarse con él?
O C: Un año después, en octubre de 1968, dos de mis cuentos recibieron primero y segundo premio en el Concurso 26 DE JULIO, auspiciado por el Consejo Nacional de Cultura. En el programa de visitas, los premiados fuimos a Casa de las Américas. ¡Grata sorpresa! Nos recibió Mario Benedetti. Recuerdo su sonrisa y su abrazo atento. Su alegría no disimulada. “Vamos a ver a Haydeé. Le conté la anécdota de tu cuento. Quiero que la escuche de ti”. Conocer y saludar a Haydeé Santamaría fue un honor no programado. Cuando repetí: “A mi no, al cuento”, se rió como yo no imaginé que se reiría la hermana de Abel, la novia de Boris, la heroína del Moncada.
Después, hablé con ella y Benedetti, sobre mi cuento “Desilusión”, que escribí con el tema del torturador de Abel. Me habían dicho que no debía ser publicado. Lastimaría a Haydeé. Fue el ganador del primer premio. Ella quiso leerlo. “Si puedes, publícalo. Está bellísimo”. Me conmovió su elogio.
P: ¿Qué significación tienen para Concepción los encuentros con Benedetti?
O C: En mi memoria sin olvido está sembrado Mario Benedetti. Aquellas palabras, quizás con el sólo ánimo de estimular a un escritor novel (no tan novel), resuenan en mis oídos.
Siempre daré “Gracias por el fuego” al hombre que, con su narrativa me enseñó el alma de los “Montevideanos” y con su poesía, me hizo orar como un creyente, por su “Padre Nuestro Latinoamericano”.
¿Hemingway bajo sospecha de asesinato en Cuba?
Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

Siempre me he considerado un adicto a la lectura, sobre todo si se trata de novelas históricas, biografías, memorias o testimonios sobre figuras que marcaron el mapa literario de la humanidad o de esta isla en particular. Incluso alimenté la ilusión de ser una especie de gurú en esos temas. Confieso que no me han alcanzado los años para leer y hoy reconozco mis limitaciones.
Movido por ese pasatiempo, tropecé con un libro que no tenía aparentemente nada que ver con mi gusto, sin embargo su título provocaba: Adiós Hemingway, del cubano Leonardo Padura. Pero algo me hacía sospechar, pues había leído una de sus primeras novelas “Fiebre de caballos” y no tenía ningún interés en consumir esos temas.
La ocasión me hizo recordar un viaje a La Habana y el asombro de observar una larga cola para comprar una tetralogía de Padura con títulos que tenían de protagonista al policía Mario Conde; son ellos “Pasado perfecto”, “Vientos de cuaresma”, “Paisaje de otoño” y “La última máscara”. Según la crítica literaria, una joya de la novela policial en Cuba y Latinoamérica. ¿Tendría algo que ver Adiós Hemingway con la misma? ¿Qué sería lo nuevo en el tratamiento de Hemingway?
La primera alegría llegó con la noticia de que estaba documentada históricamente, a partir de la investigación de los últimos años del autor de “El viejo y el mar” en Cuba. Según los críticos, un libro en clave de homenaje, que tiene la especificidad de presentarnos a un Hemingway distinto al de las biografías habituales que subliman al cazador, al bohemio que va a las guerras, al amante, al hombre sediento de aventuras, etc.
Adiós Hemingway es todo lo contrario, pues nos presenta al ser humano con todas sus ambiciones, manías, debilidades, la violencia que le caracteriza, en fin al ser de carne y hueso que no acepta la vejez e intenta encontrar móviles para seguir escribiendo. Encerrado en ese laberinto, sin la vida itinerante que una vez tuvo, opta por el suicidio.
Pero Adiós Hemingway no solo recrea los últimos días del afamado escritor, sino que lo coloca bajo sospecha de asesinato, investigación que lleva adelante, años después, el oficial retirado Mario Conde, si amigo, el Mario Conde de las famosas novelas que usted ha leído y ansia coleccionar. Lo interesante es que el Conde sueña ser escritor y su modelo es precisamente Hemingway, de quien se ve obligado a dudar, incluso, en momentos, desea que sea el asesino. La investigación policial le permitirá penetrar el micromundo construido por éste y resolver el caso de forma inteligente.
En la recreación de los últimos años de Hemingway es que podemos tener una idea clarísima del potencial de Padura. Son hechos ya conocidos, muchas veces relatados, pero es precisamente en volver a los acontecimientos incrustados en el imaginario de la tradición, dotándoles de una nueva mirada, es donde vemos la vena narrativa del novelista, quien no contento con ello, hace gala de un tributo al norteamericano empleando la técnica del Iceberg.
El libro también compila el relato “La cola de la serpiente”, del propio autor. Esta vez se trata de la investigación del asesinato de Pedro Cuang, un chino de 78 años. El protagonista nuevamente es el oficial Mario Conde. El escenario donde ambienta la historia es el Barrio Chino de La Habana, con todas sus tradiciones religiosas, culinarias, delictivas, artes marciales, un micromundo atractivo al lector, que sabe manejar acertadamente Padura, para hacerlo partícipe de los enigmas surgidos en el proceso de solución del caso.
Solo me resta invitarlos a comprar este libro, de Ediciones Unión, que tiene el mérito de compilar dos obras del afamado escritor Leonardo Padura, una posibilidad que tiene a su alcance en las librerías de Cuba.

Siempre me he considerado un adicto a la lectura, sobre todo si se trata de novelas históricas, biografías, memorias o testimonios sobre figuras que marcaron el mapa literario de la humanidad o de esta isla en particular. Incluso alimenté la ilusión de ser una especie de gurú en esos temas. Confieso que no me han alcanzado los años para leer y hoy reconozco mis limitaciones.
Movido por ese pasatiempo, tropecé con un libro que no tenía aparentemente nada que ver con mi gusto, sin embargo su título provocaba: Adiós Hemingway, del cubano Leonardo Padura. Pero algo me hacía sospechar, pues había leído una de sus primeras novelas “Fiebre de caballos” y no tenía ningún interés en consumir esos temas.
La ocasión me hizo recordar un viaje a La Habana y el asombro de observar una larga cola para comprar una tetralogía de Padura con títulos que tenían de protagonista al policía Mario Conde; son ellos “Pasado perfecto”, “Vientos de cuaresma”, “Paisaje de otoño” y “La última máscara”. Según la crítica literaria, una joya de la novela policial en Cuba y Latinoamérica. ¿Tendría algo que ver Adiós Hemingway con la misma? ¿Qué sería lo nuevo en el tratamiento de Hemingway?
La primera alegría llegó con la noticia de que estaba documentada históricamente, a partir de la investigación de los últimos años del autor de “El viejo y el mar” en Cuba. Según los críticos, un libro en clave de homenaje, que tiene la especificidad de presentarnos a un Hemingway distinto al de las biografías habituales que subliman al cazador, al bohemio que va a las guerras, al amante, al hombre sediento de aventuras, etc.
Adiós Hemingway es todo lo contrario, pues nos presenta al ser humano con todas sus ambiciones, manías, debilidades, la violencia que le caracteriza, en fin al ser de carne y hueso que no acepta la vejez e intenta encontrar móviles para seguir escribiendo. Encerrado en ese laberinto, sin la vida itinerante que una vez tuvo, opta por el suicidio.
Pero Adiós Hemingway no solo recrea los últimos días del afamado escritor, sino que lo coloca bajo sospecha de asesinato, investigación que lleva adelante, años después, el oficial retirado Mario Conde, si amigo, el Mario Conde de las famosas novelas que usted ha leído y ansia coleccionar. Lo interesante es que el Conde sueña ser escritor y su modelo es precisamente Hemingway, de quien se ve obligado a dudar, incluso, en momentos, desea que sea el asesino. La investigación policial le permitirá penetrar el micromundo construido por éste y resolver el caso de forma inteligente.
En la recreación de los últimos años de Hemingway es que podemos tener una idea clarísima del potencial de Padura. Son hechos ya conocidos, muchas veces relatados, pero es precisamente en volver a los acontecimientos incrustados en el imaginario de la tradición, dotándoles de una nueva mirada, es donde vemos la vena narrativa del novelista, quien no contento con ello, hace gala de un tributo al norteamericano empleando la técnica del Iceberg.
El libro también compila el relato “La cola de la serpiente”, del propio autor. Esta vez se trata de la investigación del asesinato de Pedro Cuang, un chino de 78 años. El protagonista nuevamente es el oficial Mario Conde. El escenario donde ambienta la historia es el Barrio Chino de La Habana, con todas sus tradiciones religiosas, culinarias, delictivas, artes marciales, un micromundo atractivo al lector, que sabe manejar acertadamente Padura, para hacerlo partícipe de los enigmas surgidos en el proceso de solución del caso.
Solo me resta invitarlos a comprar este libro, de Ediciones Unión, que tiene el mérito de compilar dos obras del afamado escritor Leonardo Padura, una posibilidad que tiene a su alcance en las librerías de Cuba.
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