sábado, 18 de septiembre de 2010

No es posible evitar la caída

Por Arnoldo Fernández Verdecia. arnoldo@gritodebaire.icrt.cu

El café de la tarde

Ante el café de la tarde pienso en mi padre
delirio que nunca cruzó las aguas
y no tiene pipas para los idolillos
ni esa extraña costumbre de ponerse de pie
sólo tiene un camino
más allá del astronomia de mamá.



Tengo miedo

Tengo miedo a perderte
a imaginar que otros
husmean tus caderas
llegan más allá del horizonte
se arrebatan en los gritos míos
en las lunas que le robamos a la noche

tengo miedo a perderte
a imaginar unos abrazos torpes a tu cuerpo
unos músculos velludos
dejando sin aire esa caverna
que arde al amanecer
y lanza espasmos de cenizas

tengo miedo a perderte
a imaginar unas caricias
más allá de la cortina
un candado al mediodía
un cazador furtivo
en las aguas de un manantial

tengo miedo a perderte
a saber que otro navega tus desiertos
y me deja sin las arenas
donde tus playas invitan al laberinto

tengo miedo a levantarme
y saber que ya no estás.



Más allá de las begonias

A veces me cuesta saber
que estoy cerca
de una extraña manera de morir
sin más ilusión que
un fragmento de polvo
ver a los hijos y
no salvarlos del morbo
una forma de saber noticias
más allá del muro
recuento que termina
en unas hojas mudas
riachuelo sin color
laberinto en los ojos
saber que tío no maneja el avión azul
que París no existe
sólo una ciudad tiznada
un café con las luces hacia el fondo
una mujer en el puerto
unos marineros besan y se van
unas huellas dactilares que amenazan
al soldado de la barraca 11 no le importa
inventa versos para ignorar la memoria
sólo existen sus hijos y una oficinista
una extraña manera de morir
con un ángel destrozado
sin caminos para husmear el horizonte
y al menos saber
que más allá de las begonias
espera una música
para alimentar lo imposible.



No es posible evitar la caída

He querido salvarte del vértigo
de una caída con las luces hacia el fondo
pero la máscara vigila
y temes al laberinto bajo la lluvia
una vez creímos lo posible
pero el discurso en los ojos
la memoria en cada huella
pretendí decirle a Lorca
o al menos Heredia
pero estaban sordos
busqué en el cofre de mi madre
y no encontré los argumentos
entonces cabalgué el mar
aunque los versos no llegaran al destino.

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