Por Arnoldo Fernández
Verdecia. afdez@enet.cu
“Ráfagas cortas” de Orlando
Concepción acaba de ser publicado por Ediciones Unión aquí en Cuba. Su autor es
de Contramaestre, en el oriente insular, fallecido el 1 de noviembre de
2010. Por años descansó en un colchón
editorial hasta que se produjo el milagro, cuando él ya no estaba físicamente entre
los vivos, de ser aprobado por un comité de selección. La ilustración de
cubierta es de Andrés Batista Valdés, también de la patria local, y tiene mucho
que ver con las narraciones interiores, a veces fragmentadas, a veces como un
haz luminoso ante los lectores; pasan y dejan una estela de humo laberíntica,
otras, una claridad desértica.
Yo creí en “Ráfagas cortas”
empecinadamente, defendí su estructura como libro, por encima de amigos
cercanos que no aseguraban fuera publicada, por el desbalance interno en la prosa
narrativa de la obra en su conjunto. Tuvieron razón en parte, porque es muy difícil lograr ese
total equilibrio en 33 piezas de un mismo mecanismo. Sin embargo, pasó la prueba de fuego.
El texto comienza con
“Rebeldía”, y fue un aserto de su autor colocarlo como ventana al resto de los
textos, pues su fáctura es lograda, alcanza una tensión máxima, su tono crece y
por momentos es novedosa la manera de narrarnos esa sucesión de personas que
intentan probar fuerza ante un ser crucificado, que nos contemporaniza el
martirio cristiano: “”El hombre acostado sobre el madero se mantenía en silencio, con la mirada
perdida en lo infinito”.
Luego vienen una estela de cuentos cortos que viajan
retrospecctivamente a micromundos donde
la familia, los amigos y las vivencias asociadas a las luchas emancipatorias por
un mundo de paz y justica, son los principales protagonistas. En esa cuerda
bailan una gran cantidad de los textos, a veces resultan demasiado sencillos,
empacados en esa opacidad de mostrarnos a un héroe que quiso serlo, -lo fue-, pero
sus contemporáneos nunca lo vieron así.
Quizás el libro vuelve a
ganar en intensidad dramática a partir del cuento “Los que niegan”, donde la
huella de lo cristiano secular vuelve a aparecer ante el lector: “Olvido las
Sagradas escrituras. No atiendo afirmaciones
futuristas de los apóstoles. Ignoro lo que pronostican los profetas”… En lo
adelante, movido por un sigzagueo eléctrico se acerca a temas universales, pero
lo íntimo asoma su cabeza una y otra vez en una especie de fantasía onírica, donde lo mismo pasan ante el lector,
extraterrestres, reminicencias lezamianas, pases homoeróticos, que zonas
comunes como viajar, una madrugada, un oasis o sencillamente un vestíbulo donde
la muerte reina. Ese ojo apuntando hacia lo íntimo, por momentos se torna autobiográfico,
pues el lector se da cuenta que pertenecen a las angustias, esperanzas y los
pedestales caídos, que asechan como círculos al narrador, inmerso ante el dilema
de ser o no ser, en un mundo donde las sombras empiezan a barrer la luz.
Algunos cuentos, ya en la
recta final de “Ráfagas cortas”, son dignos de ser antologados como “La difícil
espera”, “La venganza del reo”, “Círculo vicioso” y “Visión”: “Si no era ella,
se trataría de un alma gemela. Ya estaban frente a frente, pero ella siguió caminando
y como si fuera transparente su cuerpo
atravesó al periodista, que sintió un frío que lo recorría completo”.
Otros, en el cierre, otean lo social
cercano y retratan valores corroídos por un mundo de impredescibles
consecuencias para el ser humano, encerrado en una atalaya donde cree saber el
futuro: “Esa noche comenzaron los disgustos porque yo convertía en pesadillas
lo sueños de Juan Candela, o de su padre o tutor, Onelio Jorge. Lancé la amenaza a la noche: ¡A la puñeta todos,
partida de descreídos!”.
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