Orlando Concepción Pérez (21 de maro de 1932- 1 de noviembre de 2010) |
Por Jorge L. Legrá. (Especial para Caracol de agua).
¿Y para qué poetas en tiempos de angustia?,
preguntaba Friedrich Holderlin. Mucho ha girado el mundo desde aquel lejano
siglo XIX en que este poeta alemán se sumergía en aquella duda, y todavía
hoy los que nos aventuramos con el verso
regresamos a la pregunta una, dos y más veces en cuanto la crisis de todo tipo
se torna más presente que nunca y nos vuelve a derribar sobre la lona. Sin
embargo, revisando algunas entrevistas al escritor Orlando Concepción
realizadas entre los años 2007 y 2010, resulta obvio cuán bien definida tenía
su respuesta este creador desde un municipio tan apartado de la cabeza
provincial como Contramaestre.
La poesía del Conce (así le decíamos los
más allegados) exploró la forma del soneto y la décima en mayor porción. Sus
dos únicos libros de poesía publicados: El
horno de la ira y Velamen,
son exploraciones de los mecanismos de la cotidianidad a partir de la
décima, aunque se le conocen textos en la forma soneto y el verso libre, la
mayoría aún sin publicar.
Había llegado al verso tardíamente, pero
una vez asumido su fe en esta forma de expresión, le dio la fortaleza de las
grandes utopías. El Conce estaba seguro de la utilidad social del poema, de su
capacidad para localizar esos puntos inadvertidos donde se puede extraer un
saber fundamental para el vivir. Los anhelos sociales y culturales del hombre
son trazados en su versificación a través de una imagen rebosada de eticidad, y
que, a su vez, contiene todas las posibilidades de desencadenar un suceder en
la historia.
¿Quién dice que yo opté por el oficio de
escribir? El oficio de escribir fue el que optó por mí; responde el poeta Orlando Concepción a una pregunta del periodista
Arnoldo Fernández realizada en 2010, la última entrevista concedida antes de
morir. Su respuesta es un lugar común en la mística de los poetas y escritores,
que presienten la existencia de un sustrato de dones y sensibilidades
literarias separadas de la personalidad, y con suficiente autonomía para elegir
a su depositario. En el caso del Conce, se vio atrapado en el ejercicio
periodístico desde los 14 años de edad, publicando con valentía su opinión en
la prensa de la época. Años más tarde lo arrebatará el deseo de entregarse a la
elaboración de una expresión estéticamente más madura, dando lugar a sus libros
de narrativa La fuerza del hombre
y Dos cuentos.
Fue el poeta y narrador cubano Félix Pita
Rodríguez quien lo trajo a cuenta por primera vez sobre ciertas fibras
de poesía que palpitaban en su narrativa. La presencia de este espíritu de lo poético
en sus cuentos no podía ser una ignorancia del Conce, pues él mismo aludió en
una entrevista a ciertas resonancias del poeta César Vallejo intrincadas dentro
de La fuerza del hombre, especialmente del primer poema de su libro Los heraldos negros. Léase este poema del peruano (titulado “Los heraldos
negros” como el libro) y compárese con toda la obra y la vida del escritor
contramaestrense, y se comprobará que
estos versos ejercieron una particular influencia en la filosofía de toda su
obra: el hombre enfrentado a las rudezas del destino, su disposición a
sostenerse en pie ante las aplastantes fuerzas de la existencia. No es para
nada coincidencia que un cuento del Conce, con el que obtuvo Mención única en 1969 en el Concurso 26
de Julio de las Fuerzas Armadas Revolcuinarias (FAR) se titulara Unos
golpes tan fuertes, directa alusión al primer verso del citado poema de
Cesar Vallejo:
Hay
golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
(César Vallejo. “Los heraldos negros”)
Como tampoco es coincidencia que en su
último poemario publicado en 2007 por Ediciones Santiago, el Conce tenga la
iniciativa de dividir el libro en dos secciones colocando estos versos finales
de “Los heraldos…” en la apertura de la segunda parte:
Vuelve
los ojos locos, y todo lo vivido
Se
empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
(César Vallejo. “Los
heraldos negros”)
¿Se podría trazar entonces una línea recta
desde el poema “Los heraldos…” a travesando como una matriz toda su obra
escrita?
Parte del programa cultural de aquel concurso
de las FAR al que aludimos, otorgaba la oportunidad a los premiados para que
sostuvieran un encuentro con una celebridad literaria. El Conce halló en su
encuentro con el poeta José Lezama Lima la experiencia que, lo confesaría,
influyera en su decisión para dejarse llevar por los misterios de la poesía.
Pensemos ahora en aquella palabras de Félix Pita señalando pulsaciones poéticas
en la narrativa del contramaestrense, en aquellos ecos vallejianos que el
escritor llevó siempre consigo en su narrativa, y en este encuentro con la
palabra fecunda del escritor de Paradiso,
quizás era una manera de ser llamado a gritos por los dominios del verso. Sin
embargo, Confiesa el Conce a Arnoldo Fernández, fue una muchacha, en medio de
los hipercríticos años 90 cubanos, quien le dijo que al hablar lo hacía en
octosílabos, subrayando que a partir de aquí comienzan sus primeros trabajos con
el verso. Es posible que todo lo comentado por el Conce en diferentes
entrevistas sea parte de esas típicas leyendas que siempre suelen construirse
los escritores entorno a su oficio, pero el hecho es que una vez lanzado a
versificar, su fe en el poema trascendió el gozo estético para comenzar a creer
en la posibilidad de originar sucesos históricos, de construir lo ético social
desde la palabra poética misma.
¿Qué mensajes necesita el planeta? preguntó en otro
momento, su puntual entrevistador, Arnoldo. Su respuesta me recuerda a
Mallarmé, quien en medio de un contexto crítico también aconsejaba ir por todo
el mundo arrojando bombas de libros. Para el Conce, resulta mucho mejor para el
planeta que en vez de bombas empiecen a caer andanadas de poesía. Coloca
así a este género literario en un nivel de potencia para la salvación ante las
crisis actuales, con fuerza suficiente para el mejoramiento de lo humano, algo
que el mismo experimento en espíritu y en carne propia. Quienes lo conocimos
suficiente, recordamos aquella declaración honesta, casi un epitafio, con que
resumió de modo fugaz toda vida:
Fui periodista que es una forma de ser
diablo, fui dirigente político y administrativo que es otra forma de ser
diablo, con la poesía alcanzo la santidad y un poder tan grande que los que
tienen otra fuerza no tienen el derecho de comprender.
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