martes, 26 de junio de 2018

A la sombra de los pinos de Baire




Por Argenis Osorio (Especial para Caracol de agua)

A la sombra de los pinos de Baire todo es posible. Cobijado allí con ese magma de sangre y sudor, con el filo reluciente de una guámpara de 60 centímetros en paritorio, cabe cualquier cosa. Hasta la poesía de la amargura, la búsqueda de respuestas que no llegarán jamás. Solo hace falta encontrar una pantalla y estar ciego, sentir como los niños moldean algo al que llamarán país, eso, y ser un consentido por los pinos de Baire.

Lo ha descubierto el poeta Jorge Labañino Legrá y le ha valido para lanzar al ruedo, como gallo que cruza el océano, en el laudatorio lapsus de diez años, el poemario “Un cadáver ideal”. 80 páginas sonantes y cerca de 70 poemas regios, conforman este material, a consultas, ¡ojo, universitarios!

Como en la mejor adivinanza de la charada del día, el título es una trampa china para incautos y advenedizos, no hay un cadáver, hay muchos cadáveres. Y eso debería saberlo el lector. Repito, no hay un solo cadáver. Si no varios. Y esto es importante. ¿Impericia del autor? Lo dudo. Es posible que, para él, solo uno de los cadáveres, sea, el CADÁVER. Y punto y esa razón, bastaría.

Ahora, que cuando hablo de muchos cadáveres, no espere el lector un revisitado cementerio de elefantes, o acaso una antología a lo Spoon River. Nada de eso. A Comala si huele. O algo así. O tal vez no. O sí, pero diferente. Quién sabe. Tengo la sospecha de que ni el mismo Labañino estaría claro de semejante presupuesto.

De lo que sí parece claro el poeta, es que los escribientes de hoy suelen saberse la máxima del dios Eliseo. Testimonio, ofrece testimonio de tu tiempo, el resto, a los manuales de historia.

Y los tiempos son feos, raros, como de vísceras venteadas, no se persigue ya la imagen edificadora, el lirio de la colina, la dicha. No, se va tras la rudeza misma que es la vida, y se le desdobla aquí y allá, a veces se juega, como sopesando, otras, se sacude la polvorienta guardarraya donde nos apilamos como bravías plantaciones y nos arrancamos pedazos.

Hay en este cuaderno, ratas muertas sobre la cubierta de un libro innombrable, un libro adivinanza, una suerte de cáscara de plátanos, la quieta vida que está y desaparece. ¿Acaso es la rata muerta ese cadáver ideal de que nos habla Labañino en el título del libro o es que todos somos cadáveres en este Comala en tiempos de Internet y bombas atómicas?

Hay también aquí, en este libro, quietud, y la historia transcurre, ser ardiendo en el tiempo loco de la vida, estacionario, muerto, sin germinar. Y hay, la palabra revisitada. La palabra como ideal cadáver vivo que sostiene. Palabra como la de Dios o la del poeta que no es lo mismo, pero en determinados tiempos, es igual. Esa que corre a ponerse a salvo de la navaja mientras el amor se desordena, amor, se desordena. A salvo de la crudeza que allá afuera juega todo y todo vale.

Amargo, mordaz tal cual es el uso del lenguaje en este libro. Cadáveres en cada página, o guiños de cadáveres. Leemos y concluimos que estamos jodidos, sin escapatorias. No lo intenten, reiría Charles Bukoswki desde su lápida. No te salves. Diría el gran Mario. Solo asume que lo ideal, lo divino es aprender a ser cadáver y desde ahí, con esa perspectiva lograda, aprehendida, entonces sí, libre para andar a la buena de Dios, de la mano de la calma, horadando en páginas vencidas, infestándolo todo con la podredumbre de ser.

Hay en estas páginas, escatológicas versiones de vida, juntamenta de masas. Aferrarse sin piedad a la piedra y soltar masas confusas, trozos de aliento, cañería abajo en la luz inconmensurable, tal parece la suerte convenida.

“Un cadáver ideal”, ha visto la luz por la Editorial Oriente, con la acuciosa e inigualable edición de Asela Suárez, a quien ya se le debe el galardón nacional del oficio, por su pericia y solidez, y también para que todo no se nos vaya quedando al occidente, qué caray.

Este libro es un puente, sí, también lo es, un puente que unirá muchas cosas porque las cosas parecen estar cambiando. Ojalá no haya que aguardar otros diez años para poder acercarnos a la poesía de Jorge Labañino.

En todo caso, ahí siguen los pinos de Baire. Mecidos por el aire y su inmensa maquinaria. Son tiempos de otros tipos de machetes, de otras guerras, de tomarse un aire y apretar el paso. Hará un siglo que Baire está bendecido y fertilizado por la poesía. Los poetas que escriben y germinan allí, bien lo saben. Nadie los riega, pero se reproducen, como la mala hierba, se reproducen. Y es lo que cuenta. El resto es perestroika.

1 comentario:

  1. Los abrazo agradecido a todos, al final van mostrando que la isla no tiene una sola parte.

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