Por Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
A Carolina, que nació en Navidad.
Crecimos
sin saber de la Navidad,
escuchamos a nuestros Abuelos hablar de
ella, de las frutas de España, de turrones famosos, de chucherías nunca
imaginadas por un niño nacido en los 70, los 80 y mucho menos los 90 o los
2000.
Alguien
nos dijo que la Navidad
no era importante y lo creímos, pero todo lo que une a las personas, vale; son tradiciones que vienen de antaño y uno no
puede pasar sobre ellas e ignorarlas, porque pertenecen al espíritu universal.
Nací
en el campo de Cuba; me criaron personas nacidas en 1915, ¿cuánto tiempo
vivieron la Navidad?
No importó la pobreza, el estatus, la clase social; siempre tenían maneras de
hacer de la Noche
buena, algo inolvidable.
Aprendí
con mi padre viejo el hechizo de las palabras, pues en casa no hubo corriente
eléctrica hasta el 31 de diciembre de 2000.
El viejo me habló siempre de la Navidad junto a sus hermanos y hermanas; en la
casa del tío Justo Peña, la cantidad de pavos asados, puercos; de los viajes a Jiguaní a comprar raspadura
de caña; coñac, albaricoque, manzanas,
uvas, melocotones; a mi me parecía leer
libros de la Europa
oriental, pues donde habían esas frutas
era en sus páginas.
Crecí
y la Navidad
ha sido ajena a mis días, creo que a todos nos pasa igual, porque de alguna
manera, no significa nada; pero es
triste saber que somos un pueblo de mayoría Católica y que una raíz
identitaria, la hemos olvidado, porque los fundamentos ideológicos de los
tiempos nos alejaron de ella.
Creo,
con toda honestidad, que luego de la visita del Papa Juan Pablo Segundo, la Navidad retorna a los
hogares cubanos y toca a los padres de familia, educar a niños y niñas en un
imaginario que traiga de regreso el Arbolillo encendido, el pesebre y al viejo
Santa Claus a las casas; porque un
pueblo sin imaginación, es como un zombi camino a las llamas.
Cada
persona llevará a sus hijos y nietos el Santa Claus posible, el que sus
bolsillos alcancen; lo importante, como decía José Martí: “A Santa Claus, que
es el buen San Nicolás, ruegan los niños todo el mes de diciembre; y le
prometen conducirse bien; y le escriben cartas, y le incluyen la lista de los
presentes que desean; y piden a sus padres que le envíen un telegrama, para que
la respuesta venga pronto. Y Santa Claus es muy bueno, ¡y siempre responde!
¡Oh, tiempos de dulce engaño, en que los padres próvidos cuidan, a costa de
ahogar los suyos, de la satisfacción de nuestros deseos!"
Es la mas bella de las fantasías: la navidad, yo le enseñaba a mis hijos las marcas del trineo y las huellas de los renos, aparecían el patio de mi residencia, hasta yo creí que eran reales, hoy, ya crecidos mis hijos, nos reímos de la anécdota, pero en el fondo creemos que allí estuvo Santa.
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