Por
Arnoldo Fernández Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
He podido apreciar esta
semana la película Yuli, basado en el libro autobiográfico del notable bailarín
cubano Carlos Acosta, Sin mirar atrás.
Muchos elementos saltan a la vista del espectador menos avezado, sobre
los que quiero dialogar en las páginas de Caracol de agua.
Uno de ellos es el racismo, que a pesar de todos los
nobles intentos institucionales, culturales y educativos de la Revolución, es
un fardo que acompaña a los cubanos en sus relaciones sociales.
Llamo la atención sobre el tipo de familia del
protagonista, disfuncional, madre blanca, padre negro, la primera, ama de casa,
enfermiza, el segundo, camionero, hombre del pueblo profundo. Una precariedad
asomando en todos los interiores del hogar. Los hermanos, una blanca, dos
negros, por eso Yuli crece siendo marginado por sus abuelos maternos, que
siempre venían a recoger a su hermana para llevarla los fines de semana a la
playa; esa parte de su familia decide vivir en Miami.
Pero Yuli
tiene un don con el que ha nacido, el baile, lo trae en los genes,
culturalmente lo sabe al interactuar con los amigos del barrio; pero en medio
de todo eso, su padre negro tiene la capacidad de ver lejos e intuye que su
hijo será un primer bailarín de los grandes ballet del mundo; por eso lo empuja
a superar las barreras raciales, culturales, los prejuicios.
La relación padre-hijo llega a ser intensa, dramática,
pues Yuli es casi violentado por su progenitor para que alcance su sueño y
pueda vivir del arte como dignidad suprema. Yuli le reprocha a su padre que no
es su sueño, pero el futuro da la razón al viejo que lo ve triunfar en Rusia,
Inglaterra, no así en Estados Unidos, porque muere antes, pero sigue desde el
cielo guiándolo.
En todo momento esa aspiración es apoyada por una
profesora que vio en el niño Yuli lo necesario para ser una estrella, ella
envejece a su lado, arriesga su profesión en momentos donde el protagonista
debe tomar decisiones tremendas, es de las personas que puede ver el triunfo
del artista, disfrutarlo en toda su magnitud.
Algo queda muy claro en el drama autobiográfico Yuli;
Cuba es el barrio, los amigos, la gente de a pie, un hecho sustancial que la
identidad de Carlos Acosta o mejor dicho de Yuli, no negará nunca; sus
experiencias cosmopolitas fortalecerán más su convicción de que Cuba es todo
para él, de ella nunca se irá espiritualmente, por eso regresa y funda una
escuela de danza y ballet.
Interesante artículo Broder
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