Eduard junto a mi padre el 1 de enero de 2017 jugando coroto. |
Por Arnoldo Fernández
Verdecia. caracoldeaguaoriente@gmail.com
Este 27 de enero
Eduard Encina Ramírez cumpliría 47 años. Nacido en Baire, hijo de padres
humildes que vinieron de la Puya en el vecino Tercer Frente e hicieron de la
nueva tierra, una pequeña patria donde educar a su hijo en el amor al mejoramiento humano.
A Eduard de niño lo acompañó una sensibilidad muy especial,
por eso prefirió el dibujo como una de
sus grandes pasiones, sobre todo paisajes, animales y personas de su entorno
afectivo inmediato. En una de sus noveletas, Ñampiti, muy valorada por la
crítica, narra ese mundo, con una mirada muy especial, allí
pueden encontrarse los mitos del pueblo de Baire, el maestro Pepín, sus amigos
de infancia y sobre todas las cosas, la pasión por pintar y el amor como
esencia de la vida.
Eduard fue un martiano convencido; siempre en sus
referencias, tenía tres textos a mano:
Versos sencillos, Ismaelillo y El Diario de campaña; pero no los imitó en sus versos, en la repetición descontextualizada; los convirtió
en impulso, fuerza, resistencia para superarse en el camino de la poesía, la
prosa de largo aliento; por eso sus libros de poemas y narrativa, De ángel y perverso, El
perdón del agua, Golpes bajos, El silencio de los peces, Lecturas de Patmos,
Lupus, Estructuras del silencio, Las Caravanas, Ñampiti, Pata Peluda y otros cuentos, tienen el espíritu del
Apóstol.
Cubano de los pies a la cabeza, era de los que prefería a Los
Compadre, al trío Matamoros, a Pedro Luis Ferrer, pero también a Habana
Abierta, Polito Ibañes, Frank Delgado, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Recuerdo que en cada peña de la Asociación Hermanos Saíz, no hacía concesiones
a la mediocridad, la banalidad; siempre debía escucharse música de calidad.
Como dirigente de la Asociación Hermanos Saíz en
Contramaestre y a nivel nacional, nunca
dejó de creer en la Cultura como sustancia, escudo de la nación, tenía la
certeza de que en cada ser humano existía una cuota de virtud que era preciso
descubrir y alimentar. Por eso muchos diamantes en bruto de estos lares
orientales fueron descubiertos por él y encausados en la ascensión literaria,
la trova, el teatro, el humor, las artes plásticas y llegaron a convertirse en
buenos artistas y personas.
De Baire hizo una patria poética que defendió apasionadamente
hasta su último suspiro, añoró reencontrarse con el imaginario de su niñez,
aquel donde cada 24 de febrero sonaban disparos, se peleaban gallos, se hacían paradas
martianas y los grandes dirigentes de la nación venían a recordar la guerra de pensamiento
de Martí. Quizás por eso, su mejor cuaderno de poesías, según Roberto Manzano,
es Manigua; con esos versos se hizo nacional y ya era visto en el mundo
iberoamericano con mirada respetuosa.
Representando a Cuba en el Festival de Poesía Medellín, escaló la patria encumbrada de los poetas
destinados a ir al cielo y pertenecer al Olimpo, lo ganó a golpe de versos,
lecturas, innovaciones en el lenguaje, las maneras de decir, la sensibilidad.
Al regreso, recibió el Premio Honorífico Corazón de Cuba, el más importante que
otorga la Sociedad Cultural José Martí en Contramaestre, por su defensa
apasionada de la identidad y la cultura con sólidos argumentos intelectuales.
Murió
cuando era un sol, de fulgor intenso, que
se veía en varias partes del mundo. Murió, el Día de la Virgen de la Caridad,
bajó los intensos aguaceros del huracán Irma.
Baire lo despidió en multitudinaria peregrinación que siempre será
recordada cada 9 de septiembre. Fue el más grande de los poetas de la Historia
de Contramaestre.
Caracol de
agua comparte en sus páginas, una de las últimas entrevistas que le hice; en mi
opinión, es casi un TESTAMENTO LITERARIO ÍNTIMO Y SOCIAL de su paso por la vida. ESCUCHAR:
¡Felicidades, hermano! Sigues aquí con nosotros, en toda Cuba y en Isla de Pinos.
ResponderEliminar